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06 abril 2014

Literarias Nº 2

 

Gacetillas Lliterarias

Ideal para un domingo a la tarde. Con lluvia. Pocas ganas de salir de casa. Pero muchas de alimentar al alma. Sentirla. Palparla. Tenerla en sus manos. Y eso hace la literatura. Nos transporta a otro mundo y nos permite olvidar, por un instante, los disparos del destino.

Como cada domingo, Gacetillas Literarias sale para renovar el aire, hacerlo más respirable en el medio de linchadores de pibes y de emergencias varias.

Asustados


Pibes con gorrita
que caminan buscando un rumbo,
el mismo que el capital les quita,
son los que temen esos burgueses que, ahora, se creen Rambo.

No importa sus nombres, ni su piel oscurita,
son ellos los culpables de ese robo en el tambo,
de ese arrebato en la calle marchita
para esos burgueses con odio en virtual malambo.

Escapan de la policía maldita,
aquella de los negocios turbios, en Rosario o en el Catatumbo,
que pretende explotarlos de manera rapidita
y usar sus cuerpos para esa ruda estadística en pleno retumbo.

Pero no son los burgueses, los pibes son los asustados por esa ira que irrita
a través de los televisores que vomitan el olor a chumbo,
porque todo les es negado en este mundo violento que incita
al todo o nada, mientras el capital sigue llevando al sucumbo.


Justicieros linchadores, la nueva moda


Por Nechi Dorado


Justicia David MoreiraEs muy difícil mantener las formas cuando toca relatar hechos que superan el espanto. ¿Cómo hablar con naturalidad de un grupo de personas si en realidad estaríamos hablando de un grupo de bestias capaces de matar a un joven a patadas sabiendo que aún, llamándolos bestias, estamos apelando a una falacia, ya que estas matan únicamente para sobrevivir.

En Argentina se están repitiendo, en estos días, casos de linchamientos. Ejecuciones arbitrarias realizadas por personas autoconvocadas espontáneamente, contra jóvenes delincuentes o supuestos delincuentes, según juicio de valor de esos a los que se les antoje categorizarlos así.

Se dio el caso hace 48 horas de un muchacho que presuntamente iba a robarle a una señora. Dije presuntamente, así lo describieron los pasquines amarillistas.

Más de 50 personas se abalanzaron contra el joven y al reducirlo, arrojándolo al piso, comenzaron a patearlo hasta dejar su masa encefálica desparramada sobre el pavimento.

Justicia por mano propia, espanto por inconsciencia, también propia, de dioses enceguecidos por un odio incomprensible, que los convertiría en partícipes voluntarios necesarios en momentos en que la inseguridad crece en el país como respuesta a montones de situaciones que jamás encontraron respuesta.

Como respuesta a las cantidades ilimitadas de sustancias ilegales, cuyo consumo es producto de una invitación subliminal permanente desde la caja boba, donde se publicita su uso y se imponen las modas.

La marginalidad no nace por espontaneidad de la misma manera que “ningún pibe nace chorro”, sino que es consecuencia de políticas injustas y años de abandono. No pocos años, la descomposición del tejido social de un país no aparece imprevistamente sino que se va articulando, tomando cuerpo y forma a través de décadas de desidia. Se la va amasando como arcilla blanda.

Los medios de comunicación dieron amplia cobertura a la execrable acción revolcada entre los márgenes de la irracionalidad y la vergüenza y no dejaron de salir en búsqueda de nuevas noticias que no tardaron, extrañamente, en producirse.

A pocas horas del asesinato del joven otros hechos “justicieros” se produjeron en este país donde el viento austral tiene su residencia fija. Otra vez, otro joven, sufrió el mismo ataque tan deleznable como el anterior aunque esta vez sí se trataba de un arrebatador.

Nuevamente la horda desquiciada haciendo justicia por “pata” propia. Más sangre sobre el pavimento dibujando filigranas y otra vida rozando el límite fronterizo entre este mundo y el más allá. La historia hartamente repetida se vuelve en sentido inverso: “te matan por una cartera” lo que trata de justificar que entonces es lógico que “matemos también por una cartera”.

¿Qué sentirán esos “justicieros” al llegar a su casa y encontrar los ojos de sus hijos? ¿Sentirán que realmente cumplieron un deber que nadie les obligó a cumplir?

¿Sentirán que de esa manera, siendo partícipes activos se termina con los actos delictivos? ¿Pensarán qué es la hora de reeditar la Ley del Talión? ¿Se sentirán héroes al ver sus zapatillas salpicadas de sangre de esos “hijos de puta a los que hay que matar para que no sigan robando” como suelen decir?

Una vez realizada esa especie de catarsis o terapia anti estrés, luego de un agotador día laboral plagado de injusticias cometidas por alguien más fuerte que ellos, ¿tomarán conciencia de que se han convertido en criminales? ¡Criminales!

Hay zonas de la Capital Federal donde desde hace años se vienen realizando estas aberrantes prácticas justicieras. Se ha visto cómo la policía, ante un caso de arrebato, con el ladrón reducido, permite que transeúntes ocasionales apliquen tremendos golpes sobre la osamenta del caco.

La policía deja que la turba enardecida descargue su odio durante algunos minutos, hasta que cuando el delincuente comienza a ponerse morado, sentencia con el asco instalado en su mirada “este hijo de puta ya no jode más”. Y lo hace vistiendo un uniforme con fuerza de ley.

De ley de un Olimpo descarnado donde los dioses se devoran entre ellos y los pobres, también.

¿Qué le pasa a esta sociedad que parece no resistir el menor atisbo de racionalidad?

¿Qué le pasa a esta sociedad que se arrodilla ante los poderosos, delincuentes de alta monta, rufianes explotadores, a la vez que se agranda ante alguien tan desprotegido como ellos?

¿Qué le pasa a esta sociedad que llama señor a un banquero, a un financista, a un narcotraficante mientras que a los pobres los tratan de negros de mierda?

¿Qué le pasa a esta sociedad que menciona con asco a nuestros hermanos bolivianos, peruanos, paraguayos, chilenos, pero se babea ante el paso de importantes señores dueños de automóviles cuya procedencia no pueden justificar?

¿Es que estamos condenados a aceptar que la maldición de Malinche sigue vigente?

Ante cada desgarro de la vida hipócrita que nos hacen padecer a quienes aún mantenemos humanidad y buscamos al enemigo conociendo su guarida real, mientras me niego a naturalizar el fascismo como algo cotidiano que renace de su propio excremento cada día con más fuerzas, sigo haciéndome una pregunta sin encontrar respuesta lógica: ¿será que es cierto que Hitler ganó la guerra?

Seguramente la prensa, motivada por intereses particulares seguirá atizando el fuego instando a la reproducción de más justicieros impactando en el centro de la subjetividad de esos ¿hombres? a los que les “sobran” testículos para actuar en defensa de la propiedad privada siempre y cuando haya cerca medio centenar de fascistas como ellos.

Esos, los que seguirán siendo sometidos, como siempre.


Lentamente


Por Norberto Ganci

madrugada en puerta del cielo Cordoba

Lentamente
me atrapará la madrugada
con su garra siniestra...,
desgarrando en mi pieza
tanta sangre
llorada...

Se abrirá paso
entre recuerdos...
Tan frescos...,
tan lejanos...

Manchará las sábanas
con sus gemidos
sin eco de besos...,

Desatará en las paredes
un torrente inesperado
de retratos...,

Cerrará las persianas
para que el sol
no la encuentre...
debajo de la vida
agazapada...

Y esperará inerte
a que pase el día...,
Para atraparme
y dolerme...,

Con ausencia...
De estrellas y lunas...,
La madrugada.


Electrocardiograma


Por Horacio Mantiñán

corazon delator


Como cada mañana se levanta pensando en el viejo, le duele la cabeza y sabe que es por ese ojo que lo mira sin mirarlo, que atraviesa las paredes. El viejo, su padre, tiene ese ojo como de pájaro, como de buitre, vacío de vida desde ese balazo hace 35 años, que lo mira y lo mira sin mirar  y cada vez lo irrita más. Era su padre pero lo odiaba más de lo que lo apreciaba.

A los 15 años había dejado embarazada a su madre de 13 y él había nacido. Siempre tuvieron una relación inmadura y aún peor cuando a sus 5 años falleció su mamá.

Siempre vivieron juntos, nunca tuvo una relación amorosa estable que lo llevara fuera de la casa y ahora ya era grande para que alguna mujer lo entendiera. Aparte la casa se la había heredado a su madre su abuelo materno, no se la regalaría al viejo.

Su vida era ver fútbol, ver pasar los años por el espejo y manejar lo mejor posible lo que odiaba a su padre y a su ojo inquisidor.

El abandono que guiaba sus pasos lo hacía parecer casi de la edad de su padre.

Como cada mañana mientras desayunaba y hasta que iba a su trabajo que detestaba, repasaba su plan y luego lo hacía varias veces en el día. Lo había planeado por mucho tiempo. Este fin de semana lo llevaría a cabo.

Se fue el viernes a la tarde a pescar con dos compañeros de trabajo cerciorándose que el portero y su hijo escucharan sobre los preparativos del fin de semana y que lo vieran irse, no sin antes decirles que volvería el martes o el miércoles.

Cuando cerró la puerta de su departamento en la planta baja al verlo al encargado limpiando el vidrio de la puerta de calle, sabía a qué hora está puntual haciendo eso, le preguntó si no le paraba un taxi. Fue a casa de su compañero de viaje y primo pero hacía ya dos días había llevado su auto que guardó en un estacionamiento cerca de donde acamparían, necesitaba moverse rápido.

Ya tenía su coartada.

El lunes poco después del amanecer vuelve en su auto a escondidas, cuando el hijo del portero salía para la escuela, no sabe si lo reconoció en la esquina del edificio.

Abrió las puertas despacio, entró a la habitación del viejo por esto del chico había decidido suspender el plan, su coartada se le podía caer. Pensaba matar al viejo y volver al lago antes que sus amigos terminaran de despertar, los había emborrachado a la noche y les había puesto un somnífero en la cerveza por lo cual sabía que hasta bien pasado el mediodía no se despertarían.

Pero entró igual a la habitación del viejo y vio que lo miraba su ojo semi abierto mientras roncaba y escuchaba esa voz que venís de ese vacío y que decía como siempre que era un cobarde, que no tiene huevos para nada.

No pudo más que su ira. Levantó el colchón y lo arrojó al piso con el viejo sobre él y lo mató. Solo un grito ahogado por las puertas cerradas acompañó su muerte.

Trajo una sierra y lo descuartizó con la idea de deshacerse de él más tarde, por partes y decir que cuando volvió de la pesca su padre había desaparecido.  Su coartada hasta ese momento era firme, con el auto había evitado peajes, cargar nafta, y haría lo mismo al volver, solo dudaba si el adolescente lo había visto.

Limpió el piso de la habitación de la sangre que había caído al cortar el cuerpo, escondió la sierra y los restos del viejo en bolsas que luego escondió bajo las maderas del piso de la pieza. Cerró todo, echó desodorante de ambientes, le parecía que olía a muerte.

Aún nervioso puso la pava para tomar unos mates, tranquilizarse y pensar como seguiría su plan. Ahora todo cambiaba, aunque aún no era tarde para volver a la coartada de la pesca dudaba que hacer con el hijo del portero, hasta pensó en matarlo a él también pero solo por miedo a que lo delatara, él no era ningún asesino.

Mientras estaba ensimismado en estos pensamientos a las nueve de la mañana suena el timbre, casi se muere del susto, es el encargado.

Como su voz es muy parecida a la de su padre contesta haciéndose pasar por él, la pone un poco más ronca como simulando ser fumador y el portero lo confunde fácilmente con el padre. Este le dice que vienen de la obra social por el electrocardiograma. Entre en pánico, corta, piensa unos instantes: -Hágalos subir José, le dice

Por si el joven lo vio llegar necesita ganar unas horas, se hará pasar por su padre, son muy parecidos y cuando investigue la policía por la desaparición el electro del padre los distraerá.

Los hace entrar no sin antes ponerse un pijama, finge ser más viejo, se revuelve el pelo, los de la ambulancia no dudan ni les importa, creen que es su padre ¿quién se haría pasar por otra persona para hacerse un electro?

Tiene los cables para el electro conectados cuando alguien golpea la puerta : -¿Quién es?

-La policía, necesitamos hablarle.

Duda, si no los deja pasar será sospechoso en los próximos días y capaz  lo obligarán a abrirles y todo sería peor. Seguro que es por la vez que entraron a robarle a la vecina y el salió de testigo.

El enfermero a su pedido les abre la puerta.

Eran tres policías, el sargento le dice: –Buen día señor, disculpe. Un vecino suyo nos llamó, dice que hace rato escuchó ruidos muy raros, gritos ahogados, dígame: -¿dónde está su hijo?. Sabemos que no se llevaban bien. El vecino lo llamó al trabajo y le dijeron que no fue.

-Mi hijo se fue de pesca, vuelve mañana.

-Pero el hijo del portero lo vió llegar hoy muy temprano.

-No lo ví, capaz llegó y salió de vuelta, yo estaba dormido. Pero siéntense, ya los atiendo como corresponde, al fin y al cabo somos colegas.

Y mientras la charla se iba distendiendo luego que el policía vió una medalla al valor que le habían dado al buitre (como le decían en la policía al padre) el enfermero y el técnico volvieron a reiniciar el electro, querían irse rápido.

Cuando uno de los policías se paró y diciendo que iba al baño enfiló hacia la habitación de su padre su corazón se aceleró, el técnico lo miró sin decir nada, le dijo que se tranquilizara. Luego el otro policía que tomaba notas le preguntó cuál era el dormitorio del supuesto hijo. Le dijo, sintió que se ponía rojo, su cabeza ardía. Sus palpitaciones volvieron a aumentar.

De repente creyó oír un ruido desde el piso de madera, que se transmitía a las patas del sillón donde estaba y a sus pies y manos, se puso más nervioso, parecían latidos, seguro serían los de su padre muerto.

Entró en pánico, el electro parecía desquiciado, creía ver que la aguja iba y venía furiosa. Sentía que el técnico le estaba por decir al policía que algo sabía, que estaba con el corazón muy acelerado y que la cantidad de latidos no coincidían con su edad. Estaba muy nervioso, le faltaba el aire, el oficial lo miraba inexpresivo. Los latidos de su corazón le estallaban en los oídos, la máquina del electro le hablaba al policía de las notas, los latidos del piso le calambraban las piernas y las manos.

Desesperado le confesó al sargento que había asesinado a su padre, que estaba descuartizado y bajo la cama.

Fue el corazón delator.

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