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27 marzo 2014

Cultura represora y estado benefactor (III) (APE)

 

Alfredo Grande

Por Alfredo Grande


Los proletarios del mundo se han unido. Solo hay que esperar que se den cuenta.

Hay que tomar el poder, para sentir el inmenso placer de cambiar el mundo.

Para derrotar a los conservadores populares y sus máscaras, necesitamos una hazaña y un Azaña

(Aforismos implicados)

 

(APe).- La cultura represora se ubica siempre en el nivel convencional encubridor. O sea: una apariencia que engaña. Ojalá Clarín fuera el único que miente. Además es importante recordar que el mayor daño no lo hace la mentira, ni siquiera la más piadosa, ni la verdad, ni siquiera la más dolorosa. El daño psíquico y político mayor proviene de la falsedad. Es falso aquello que no es verdad ni es mentira. Y siempre depende del color (político, económico, moral, ideológico) del cristal con que se mira.

La falsedad es decir que en la Argentina de la democracia no hay desaparecidos. Porque es verdad que no hay un plan sistemático de desaparición de personas pero es mentira porque hay personas desaparecidas. Y entonces la falsedad hace desaparecer por segunda vez, y obviamente no será la última, al desaparecido.

Las Madres de la Plaza llevaron una consigna para romper toda falsedad: “con vida los llevaron; con vida los queremos”. En su imposible incumplimiento, ponían en superficie las atrocidades cometidas. Los casos emblemáticos de Luciano Arruga y Julio Jorge López, desaparecido uno por no querer robar, desaparecido el otro por querer testimoniar la verdad, son analizadores potentes de que la falsedad es pésima consejera.

La profecía kirchnerista se inaugura con una falsedad: “capitalismo serio más derechos humanos”. Si va lo uno, no va lo otro. Y viceversa. Es como decir: “canibalismo más respeto por los cuerpos”. Para que la falsedad pase desapercibida, para que la paradoja no sea denunciada, la única garantía es el Poder. Donde lo legal es más importante que lo legítimo, donde la parte es siempre más importante que el todo, donde el pasado sea una plastilina deformable apta para las nuevas formas de los nuevos tiempos, donde nadie resiste el archivo pero muy especialmente, nadie insiste demasiado en conocerlo.

Poder es impunidad e impunidad es poder. Siniestra pareja que puede remixar casi todo. La Argentina dice de sí misma que es un país federal. Falsedad. Es un país unitario, y como las muñecas que se ensamblan, hay bunker unitarios a lo largo y a lo ancho de nuestro generoso territorio. A estos bunker algunos los llaman provincias. La concentración de poder e impunidad es pornográfica, por esto la consigna Argentina nos incluye es falsa. Argentina nos excluye mucho más de lo que nos incluye. Desde el hambre hasta el gatillo fácil, desde becas que los estados no pagan hasta la ausencia de política públicas en salud, educación, vivienda y la insoportable presencia de políticas privadas en salud, educación y vivienda. Argentina nos Incluye, grafitti del Estado Nacional, En Todo estás Vos, grafitti del Estado de la Ciudad de Buenos Aires, son marcas registradas de la comercialización del mejor producto del capitalismo, sea serio, solemne, en joda, con cara de culo, burlesco onda guasón, neoliberal, o como prefieran llamarlo, que es el Estado Benefactor.

Un Estado pensado, sentido y vivenciado como una Sociedad de Beneficencia a escala nacional y lo más popular que se pueda. Insistir que el Estado Benefactor es una falsedad y un artificio construido por la cultura represora resultará ofensivo y hasta sacrílego para los devotos de las democracias representativas. Pero estos son mis principios y como dijo Groucho Marx, si no le gustan tengo otros. Y son éstos. El fracaso del social cristianismo es postular que el reino de dios se verifica en un Estado Benefactor. La doctrina social de la Iglesia es falsa. No es mentira y no es verdad. Algo así como el capitalismo serio. Obviamente, si tengo que elegir entre ser torturado por el tribunal del Santo Oficio de la Inquisición y ver cómo mis pies se disuelven en aceite hirviendo, y leer en latín “Rerum Novarum” y “Labores excercens”, prefiero conservar mis pies. Entre el nazi Ratzinger y Juan XXIII que convoca al Concilio Vaticano II, tampoco tengo dudas. Pero no veo diferencias entre la cruz y la espada. Y Roma, a la cual llegan todos los caminos (curiosa anticipación de la marcha de los y las políticas argentinas ante el nombramiento de Bergoglio como Papa del Fin del Mundo) es el monopolio de la Fe. Cristiana, pero no solamente.

La teología de la liberación, es decir, la teología que combate a todas las formas de la cultura represora, no busca caminos que vayan a Roma. Simplemente, aunque no es nada simple, porque piensa a la Iglesia como el pueblo de dios. Al César lo que es del César, es decir, Poder e Impunidad, y a Dios lo que es de Dios, es decir, el pueblo. Pero no pueblo representado, sino poder popular. Que no solamente no es lo mismo, sino que es lo opuesto.

La social democracia aspira a un socialismo sin revolución socialista. Socialismo sin Revolución sería el grafitti más pertinente. Por lo tanto, la social democracia se conforma con ser la pata progresista del capitalismo bueno. Progresismo, al que hace años rebauticé como retroprogresismo, es el monstruo parido por la unión de dos espantos: el de la derecha fascista y el de la izquierda revolucionaria. No sé si los crea, pero estoy seguro que los amontona, y entonces el social cristianismo y la social democracia comparten la patria potestad del estado benefactor y se alternan en la tenencia. Muy lejos están de pensar que ese Estado Benefactor es la cara maquillada de la monstruosidad del Estado Terrorista. Que insisto: no es Terrorismo de Estado, pero que tampoco ha desalojado al terror como herramienta subjetiva y objetiva de sometimiento social.

Si a veces para muestra basta un botón, cuando hablo de Estado Terrorista hablo de la masacre de Napalpí. O la contaminación de suelos y aguas con agentes cancerígenos. Y del hambre como resignación universal por hijo. Y de promover la lucha tribal entre pobres y excluidos. Demasiados botones y me faltan demasiados botones.

Seguir pensando en polaridades arcaicas, al modo de: democracia o dictadura; la guerra o la paz; estado ausente o estado presente; república o anarquía; menta o anís; bizcochuelo u hojaldre, por citar algunas, nos entretiene pero para esa industria del entretenimiento está Hollywood. Y Steven Spielberg no es candidato, al menos todavía.

Lo que tenemos que debatir es el fundante del Estado, no para conocerlo, sino para disolverlo. Tanto el social cristianismo como la social democracia verán en esta propuesta el azufre anarquista y ácrata. Aun en nuestras escuelas públicas se sigue enseñando que la familia es la base de la sociedad. Sutil forma de inocular el pensamiento represor de que la sociedad es una familia. O sea: una organización jerárquica. Un orden natural donde alguien tiene que mandar y muchas y muchos tienen que obedecer. Mandar es someter, y la violencia familiar, la violencia de género, los “accidentes” de tránsito, la atrocidad de la trata, el hambre que es la eutanasia más cobarde, la inseguridad, el femicidio, son analizadores de la Violencia Estatal encubierta que sólo vemos y deploramos por sus lamentables efectos. Por lo tanto, alejo de mí el cáliz de la lucha por sostener un Estado Benefactor. Creo que es otra de las formas en que la sangre derramada está siendo negociada. Pienso y deseo en una forma de organizante que no es lo mismo que organización, incluso es lo opuesto, que denomino “colectivo de colectivos”. Lo aprendí en el Centro Cultural América Libre de Mar del Plata. Colectivos que son grupos con vocación y práctica de Poder. Lo cual implica tomar el poder pero no para emborracharse con él. Apenas para propiciar la formación de colectivos (asambleas populares, cooperativas de trabajo, asociaciones civiles de trabajadores y usuarios, centros comunitarios) que sostengan ese organizante: colectivo de colectivos.

La concepción amplificada de la autogestión como lo intentó la Segunda República Española y que fue arrasada por los ejércitos fascistas ante la mirada benévola, crédula y cómplice de las social democracias y los social cristianismos. Al mandato del Estado Benefactor le opongo, con menos fuerzas de las que deseo, y confesando que coraje no me sobra, el deseo de la Autogestión Popular. Un mundo sin amos ni patrones, laicos o religiosos, no sólo es posible sino que es absolutamente necesario. En algún momento, que espero que vuelva, la constituyente social apareció como un organizante del colectivo de colectivos. Y entonces, la cultura represora y su más sacro fetiche, el estado benefactor, serán una historia para ser contada, pero no más para ser vivida. Y otra vez le habremos ganado a todas las formas de la muerte.

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