Tristezas con mirada de niño (APE / La Nación) Por Alberto Morlachetti (APe).- Cada familia, o lo que queda de ella, encuentra siempre un muerto injusto en su memoria, un desalojo, un h...

Tristezas con mirada de niño (APE / La Nación)

Alberto Morlachetti 3

Por Alberto Morlachetti

(APe).- Cada familia, o lo que queda de ella, encuentra siempre un muerto injusto en su memoria, un desalojo, un hambre insostenible, un infinito de penas. Y los que son arrojados de los intercambios sociales -cansados de coser horizontes de cartón- comprueban que las calles son surcos dejados por otras tristezas.

Quince millones de pobres hay en nuestro país, denuncia Claudio Lozano (CTA) en un tiempo en que el atributo sin duda más oneroso de la pobreza es que se ha expandido y endurecido en una época de crecimiento económico y en una mejora espectacular de la situación de los miembros más privilegiados de nuestras sociedades, que a través de sus intelectuales transforman las condiciones sociológicas en rasgos heredados.

La escuela subraya su carácter colonial de imponer un modelo de verdad y de belleza -una forma única de ser hombre o mujer-, una forma unilateral de transmitir los valores, como si esa pedagogía que impone el capitalismo en serio estuviese inscripta en el corazón de las pizarras.

La mitad de los pobres son niños o ancianos que caminan por las calles como siluetas difusas o desdibujadas humanidades que desfallecen de miseria. Miradas que ante la derrota se aferran a un instante puro de su vida. Se trata de personas que sobreviven soñando aromas de pan antiguo, risas de viejos amigos que se mezclan con los ladridos de los perros y caricias bellísimas en medio de la desesperación.

Los gobernantes tratan de reprimir a los pibes que ofenden la mirada colectiva, pero el mar de la pobreza no sabe de orillas y desborda las calles con sus aguas oscuras: los pibes y las pibas no saben de leyes ni ordenanzas, no tienen tiempo de llorar amores perdidos; todo anochecer es un funeral de sueños. Desplazados de barrios donde nadie registra sus pisadas, se domicilian en otras esquinas, se paran delante de los parabrisas para apurar el brillo, para ganarse una moneda de las chiquitas, de esas que no pesan nada en el bolsillo ni en el alma.
 

Publicada en La Nación el sábado 3 de mayo.

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