Por Carlos Del Frade
(APe).- “Los gobiernos del mundo reconocen la dictadura de Lonardi. Villa Manuelita no se rinde”, decía el emblemático cartel de la resistencia peronista cuando se produjo el golpe del 16 de setiembre de 1955. En ese punto de la geografía rosarina, las vecinas y los vecinos, las familias obreras, decidían defender al gobierno de Perón. Aquella época donde crecieron los empleos y hubo inclusión desde los salarios. Años en los que la ciudad había adquirido un perfil industrial que se percibía en cada barrio, en cada rincón, y que duraría hasta principios de los años noventa.
Aquella sábana escrita con letras de manos nerviosas y clandestinas, pasó a formar parte de la mitología del peronismo y de la propia historia no oficial de Rosario.
Seis décadas después, una vez más, Villa Manuelita es noticia como consecuencia de la vuelta de campaña de aquella crónica de obreros que querían defender al gobierno que sentían propio.
Las urgencias vienen del exacto lugar donde apareció el agujero negro del trabajo arrancado durante los años noventa y siguientes. Es difícil escuchar la palabra “obrero” entre las calles y esquinas del tradicional barrio.
-Veo familias resquebrajadas, donde falta mamá o papá, o ambos. Están bastante solos. Como consecuencia, los chicos y adolescentes encuentran su referente en la calle, en el líder que muchas veces lo lleva a la vida fácil: robo, violencia, droga…Tenemos mentalidad de consumo, pero pobreza de bolsillo…Chicos de 12 años que terminaron 5º grado viven en la calle y no van más a la escuela. No tienen futuro sino hay alguien que los acompañe. Llamás a los padres y no vienen, no hay quién les firme la libreta; por eso cuando se habla de droga y violencia las causas hay que buscarlas hacia atrás - dice el sacerdote Darío Rotondo, de la parroquia “Nuestra Señora de Fátima”, en diálogo con los periodistas.
La decisión que tomó el cura junto a otros es constituir una pastoral villera que acompañe la vida difícil de las familias que hoy habitan en aquella región rosarina, muy lejos de la otrora superficie donde florecía el trabajo y la perspectiva de futuro a través del trabajo. Esos elementos que estaban en el corazón de la resistencia a la dictadura de Lonardi y Aramburu.
La pastoral villera que se anuncia para el año del bicentenario de la independencia oficial de la Argentina parece ser un nuevo capítulo del compromiso que hace casi veinte años tuvieron otros sacerdotes como Joaquín Núñez o Edgardo Montaldo que a principios de los noventa denunciaban, en absoluta soledad, el estrago que comenzaba a producir la economía narco entre los pibes de distintos barrios rosarinos.
Nadie los quiso escuchar, decidieron mirar para otro lado.
Por lo tanto, los mercaderes siguieron en el templo y los crucificados se multiplicaron en los arrabales.
Por eso Villa Manuelita es otra y también, por esa misma razón, otros curas ahora intentan pelear contra los crucificadores cotidianos de las pibas y los pibes.
Desde el Centro de Salud, “Rubén Naranjo”, Pablo Stroli comentó que tienen “muchos casos de tuberculosis, pero los pacientes parecieran no preocuparse tanto de esa enfermedad. El miedo acá es morir de un tiro”, dijo con contundencia.
Por su parte, María Eva Di Marco, la coordinadora del Centro, apunto que reciben chicos que por consecuencia de los balazos “están en silla de ruedas o con pérdida de visión, y lo toman como una herida de guerra en combate…Hay una población muy considerable complicada por el narcotráfico, las adicciones o el delito”, sostuvo la profesional.
Sesenta años después, Villa Manuelita intenta resistir a un nuevo tipo de violencia, aquella que es hija directa del saqueo de las fuentes laborales y el robo del sentido existencial.
Porque más allá de los números oficiales y los bellos discursos, los mercaderes siguen en el centro del templo de la vida cotidiana.
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