SUMARIO
1 - ARGENTINA, BUENOS AIRES: OPINIÓN - DE LAS LUCHAS REVOLUCIONARIAS DE LOS AÑOS SETENTA, AL 19 Y 20 DE DICIEMBRE DE 2001, POR EL ING. ALBERTO J. LAPOLLA - GENTILEZA DELIA HERMOSÍ.
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De: Dlia Hrmosi
Fecha: Jueves, 11 de Diciembre de 2008 11:44 p.m.
Para: GACETILLAS ARGENTINAS - REDACCIÓN
Asunto: DE LAS LUCHAS REVOLUCIONARIAS DE LOS AÑOS SETENTA, AL 19 Y 20 DE DICIEMBRE DE 2001, POR EL ING. ALBERTO J. LAPOLLA
De: alberto lapolla
Asunto: Alberto Lapolla, De las luchas revolucionarias de los años Setenta, al 19 y 20 de Diciembre de 2001.
Para: Dlia Hrmosi
Fecha: jueves, 11 de diciembre de 2008, 7:49 pm
De las luchas revolucionarias de los años Setenta, al 19 y 20 de Diciembre de 2001.
Por Alberto J. Lapolla*
8-12-08
Se fue la gente, volvió el Pueblo
Durante la noche del 19 de diciembre de 2001, aquellos que tuvimos la suerte de marchar junto al pueblo retomando el camino de la historia popular de los argentinos, no pudimos menos que recordar otras marchas y otras peleas en esas mismas calles treinta años antes. Confirmando a Gramsci en el sentido de ‘que los pueblos marchan con toda su historia encima y suelen retomarla allí donde la dejaron’1 , el pueblo argentino recuperaba la calle, expulsaba mediante su movilización contundente a un gobierno colonial y mentiroso, que había intentado abrir el camino de la represión para resolver el hambre de los argentinos. Hambre creado y propagado hasta el hartazgo por el gobierno del más infame traidor a la Patria que gobernara la nación en el siglo XX, entre los años 1989 y 1999. En dos jornadas maravillosas el Pueblo argentino recuperaba su categoría histórica -negando aquello que G. Fernández Meijide y demás teóricos de la recolonización nacional, señalaban en el sentido que ya no había Pueblo sino gente, que la categoría Pueblo era del pasado, porque claro, si existe el Pueblo también debe existir la oligarquía (tal cual se pudo comprobar en el reciente conflicto con los rentistas rurales) y eso vulneraría los acuerdos que dieron origen a la democracia vigilada y colonial vigente hasta el años 2003. El Pueblo en la calle volteaba al inepto -y harto corrupto- habitante de la Rosada -el Opa Solemne lo llamó algún atrevido, alguna vez- y recuperaba la categoría histórica de la movilización popular como eje central de la construcción nacional de los argentinos. Desde que en 1806 el pueblo de Buenos Aires expulsara al virrey Sobremonte y asumiera su soberanía, retomando el estandarte que treinta años antes nuestro padre Túpac Amaru II enarbolara al sublevar a 100.000 americanos contra el yugo del imperio español, el pueblo argentino y en particular el de Buenos Aires, se ha sublevado una y otra vez torciendo el rumbo de la infamia que nos gobernara tantas veces desde el aciago derrocamiento y posterior asesinato de Moreno. Y esto no es una expresión de porteñismo del que creemos carecer, sino consecuencia del brutal centralismo de nuestra nación, que ha generado que todo el poder se concentre alrededor de unas pocas manzanas que rodean a la Plaza de Mayo. De allí que cada vez que ese lugar concentra la rebelión popular, produce cambios casi inmediatos en la estructura del poder. Baste recordar que el Cordobazo tuvo la misma magnitud o tal vez mayor que la rebelión del 19 y 20 de diciembre, sin embargo Onganía cayó un año después, ejecución de Aramburu mediante. El sentido contrario puede observarse el 25 de mayo de 1810, el 26 de julio de 1890, el 17 de octubre de 1945 o en la gloriosa rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Ser pueblo, es ser memoria
La rebelión del 19 y 20 también retomó otra tradición de lucha de las masas americanas, en el sentido señalado por algunos historiadores, en cuanto a que desde la invasión española y su brutal genocidio original y permanente, cada generación de americanos se ha sublevado contra el poder opresor europeo y sus representantes vernáculos. Dicha marcha ascencional es particularmente notable a partir de la gran revolución india del Inca Túpac Amaru II y de su invicto predecesor Don Juan Santos Atahualpa2. La rebelión del 19 y 20 tiene el gran mérito de sumar una nueva generación a dicho derrotero de lucha, enlazada con los sobrevivientes de la generación de las luchas de los años Setenta que en conjunto llenaron la oleada de movilizaciones, marchas, cortes piqueteros y asambleas populares posteriores a diciembre, tanto en Buenos Aires, y Gran Buenos Aires, como Santa Fe, Rosario, Corrientes, Salta, Jujuy, Neuquén y otros lugares del país.
Si los hijos de la generación masacrada por España luego del alzamiento Tupamaro de 1780-1784 (200.000 indios asesinó el piadoso Imperio católico hispano, para escarmentar a los 100.000 que habían probado el fuego sagrado de la rebelión) si sus hijos decíamos, llevaron adelante la gran Revolución de la Independencia desde Chuquisaca hasta Ayacucho y Tumusla, entre 1809 y 1825, los descendientes de estos centauros indios, gauchos, negros mestizos, mulatos y criollos que lucharon por la Igualdad, la Libertad y la Independencia, acompañaron a los caudillos federales y libertarios en su lucha contra los planes contrarrevolucionarios de las oligarquías portuarias y sus proyectos de satrapías neocoloniales, elitistas y racistas hasta el hartazgo. Los hijos de estos valientes federales o indios alzados en malones o montoneras, libraron las grandes batallas de resistencia contra el neocolonialismo británico aupado luego de Pavón y Cerro Corá, acompañando al Chacho Peñaloza, a Felipe Varela, a Lopez Jordán, a Francisco Solanos López, a Pincém, a Calfucurá, a Namuncurá, a Timoteo Aparicio y más tarde a Villa, a Zapata y Sandino. El pueblo descendiente de estos resistentes producirían Revolución del ’90 y junto a sus hijos harían posible el triunfo del Peludo Yrigoyen en 1916 golpeando el modelo oligárquico pergeñado en Pavón, permitirían el desarrollo de la Reforma Universitaria y emergerían nuevamente en el gran movimiento huelguístico y de resistencia social de los años veinte, aun contra el propio Peludo Irigoyen, incapaz de entender el mundo post revoluciones de Octubre y de México. Sería la generación siguiente la que llevaría adelante el 17 de octubre de1945, abriendo el cauce a la Revolución Nacional y Social del Peronismo. Los hijos de estos trabajadores y ‘cabecitas’, enlazados con sus padres que dieron encarnadura obrera y popular al Peronismo, construirían la Resistencia a la restauración oligárquica posterior a 1955. Ellos darían el golpe de gracia al proyecto de la Libertadora a partir del heroico Cordobazo que abriera la gran gesta revolucionaria de los años ’70, alcanzando el glorioso triunfo popular de marzo de1973. Luego llegaría la derrota de 1976, la mayor sufrida por las fuerzas populares desde la batalla de Pavón en 1861, y similar en la magnitud del genocidio producido por la oligarquía. Tal vez más grave aún, por el carácter calificado del aniquilamiento de los cuadros del movimiento popular, dirigentes sociales que empalmaban estratégicamente la lucha popular desde 1930 hasta 1976. Siempre debe recordarse que más del 55 % de los 30.000 desaparecidos eran dirigentes sindicales de base y el 35% de ellos miembros de la comunidad universitaria, es decir la alianza de los obreros revolucionarios con los intelectuales revolucionarios. Brutal agujero producido por el terror oligárquico que aun no hemos podido restañar.
Glorias de diciembre y junio.
En diciembre de 2001, otra generación -los hijos de los obreros industriales derrotados en 1976, ahora desempleados, marginados, piqueteros, sobrevivientes silenciosos-, en diciembre del 2001 tomaron la posta de esta historia heroica y ejemplar de rebeldía permanente, sumándose con sus rasgos característicos y con las formas de lucha de que disponían, así como con sus códigos y contenidos específicos, tal cual pudo verse en la heroica jornada del día 20 de diciembre y en la batalla del Puente Pueyrredón de junio de 2002. Allí Darío Santillán retomó lo más sublime de nuestra historia, al dar su joven y hermosa vida, para intentar salvar a su compañero Maximiliano Kostecki, en el mejor estilo de Cabral, Baigorria, Pringles, Bouchard o de los heroicos combatientes de los Setenta. El Puente Pueyrredón mostró también la madurez de nuestro pueblo. El movimiento piquetero arrinconado por la represión duhaldo-felipista no cayó en la provocación y retrocedió como pudo, para contraatacar políticamente dos días más tarde en una inmensa marcha de repudio, que destruyó a Duhalde y su proyecto neocolonial de derechas. Decimos madurez pues si los hechos del puente Pueyrredón hubieran ocurrido en los Setenta, es probable que la lista de muertos del campo popular hubiera superado el centenar, ya que las orgas guerrilleras hubieran respondido con fuego, que era exactamente lo que buscaba el poder neocolonial en retirada, para destruir al movimiento piquetero corazón de la resistencia popular desde diciembre hasta el 2003.
El día 20 de diciembre en la batalla de Plaza de Mayo -y en otros lugares del país ese día, los anteriores y los posteriores- la juventud ocupada y desocupada, dio una pelea frontal y heroica a las fuerzas represivas. Una nueva juventud fogueada en la lucha contra la policía del gatillo fácil, los escuadrones de la muerte, la policía de los countries, los patovicas, la corrupción y el asesinato de jóvenes y de pobres, en los estadios de fútbol y los recitales, puso a raya a las fuerzas represivas. Pese a su barbarie, las fuerzas policiales -con un saldo de 35 ciudadanos muertos- debieron ceder el control de la ciudad al pueblo, siendo derrotadas por la acción heroica de jóvenes -y cincuentones- que usaban piedras y motos para enfrentar a un enemigo que disponía de todo el arsenal de fuego. Dicha juventud retomó y reformuló la herencia de sus antecesores de los años 70, abriendo un nuevo período histórico que aun transitamos, con el déficit político que implica no haber podido generar una nueva expresión política que lo contenga, más allá de que el kirchnerismo y sus fueras aliadas ocupe de hecho ese lugar. Tal vez debamos volver al pensador sardo y recordar su apotegma respecto que ‘hay crisis, ya que muere lo viejo, pero aun no nace lo nuevo’4 . Se puede decir que hasta allí los ‘70 eran asignatura pendiente. A partir del 19 y 20 los ‘70 son ya historia. O empiezan a serlo.
La crisis está allí.
Ya en la misma noche del 19 de diciembre la multitud que marchó contra la explosión del modelo neoliberal, mostró señales de un tiempo nuevo. En realidad la crisis del capitalismo colonial argentino era de tal magnitud que se hallaban desnudos los dos elementos principales del poder capitalista actual: la democracia burguesa, con su representación destrozada al calor del ‘que se vayan todos’ y el capital financiero desnudando la esencia expropiadora del capitalismo, robando desembozadamente los fondos a los dos tercios inferiores de la nación. Esta realidad expropiadora objetiva, era la base del acuerdo en la calle entre los trabajadores desocupados y las capas medias -expresadas casi de inmediato en el enorme movimiento de las asambleas populares-, alianza que desveló al poder colonial durante casi un año y medio. Como muy bien señalara Bolesalo Lewin, cada vez que las dos revoluciones americanas, la ‘india y la criolla’ -la negra y la blanca, ‘piquete y cacerola’ en la versión actual, es decir las capas medias blancas o blanqueadas unido al pueblo profundo: los cabecitas, los negros de m..., los bolitas, los paraguas, etc- marchan juntas o se unen, la Revolución amenaza de verdad al poder colonial. Esa alianza tenía a su vez su razón de ser profunda en la economía; el modelo neoliberal vigente entre 1989 y 2001, había transferido desde el 80% más pobre de la sociedad al 20% más rico, 27.4 mil millones de dólares anuales entre 1989 y 2001. Es decir de 274 mil millones de dólares en diez años. 9 Destruir esa alianza fue el objetivo de todo el poder neocolonial mediático, económico y político. Lo logró a través de la agitación del tema de ‘la seguridad’; por el monopolio descarado de los medios de comunicación sin que el gobierno atine a contrarrestarlo eficazmente, y en la medida en que las capas medias recuperaron su nivel de vida, ahorros y consumo y rápidamente se olvidaron de los pobres y los piqueteros. En un plazo de año y medio ‘el piquete y cacerola la lucha es una sola’ dejó lugar a ‘saquen a esos negros de mierda de acá’ o ‘no quiero que me corten la calle para pasar con mi coche’, ‘los pobres me tienen harto.’ En ese sentido el pasaje de la ciudadanía de la Ciudad de Buenos Aires del progresismo y libertarismo de Ibarra y Zamora al fascismo y gorilismo de Macri, Michetti y Carrió es altamente ilustrativo del fuerte viraje a la derecha de las clases medias porteñas. Clases que fueron coautoras de la rebelión de diciembre junto a la inmensa masa de pobres del conurbano y de la propia Ciudad. Como nos enseña nuestra historia las fuerzas populares tienen la obligación de buscar los caminos par que dicha fractura se cierre, sino la derecha ganará. Sólo la inexistencia de fuerzas de recambio político -apenas esbozadas hoy en el enorme movimiento social que recorre la república-, así como la supervivencia de una izquierda ahistórica, permitieron que el 19 y 20 no eclosionara en un nuevo proyecto político nacional, superador de la crisis. Luis Zamora habrá tenido sus razones para haberse negado a jugar el rol que la historia le puso frente a sí. Sin embargo la crisis del modelo neoliberal está abierta y un gran movimiento popular recorre la nación. El mismo seguramente alumbrará una nueva etapa de la marcha histórica de los argentinos, una vez más, enmarcada en el resurgimiento de la Patria Grande Americana. El reciente conflicto que enfrentó al gobierno con la oligarquía terrateniente abroquelada alrededor del negocio sojero -con insospechados aliados trotzquistas, ‘nacionalistas’, progresistas, socialistas y maoístas- volvió a mostrar la escisión étnico-racial-social liminar que divide a nuestra sociedad, y marcó de alguna manera un punto de reiniciación del propio kirchnerismo y de las fuerzas populares que lo acompañan, en el sentido de profundizar los cambios alentados por la gran rebelión de diciembre o ser arrasado por las fuerzas oligárquicas.
Piqueteros, asambleas populares y empresas recuperadas
La rebelión del 19 y 20 alumbró tres elementos que podrían haber sido la punta para un nuevo movimiento popular: un potente movimiento de trabajadores desocupados, expresado en el movimiento piquetero; una expresión natural de organización política popular a través de Asambleas Populares y una profundización del mecanismo de ocupación y puesta en marcha por sus trabajadores de las empresas abandonadas por la burguesía, las Empresas Recuperadas. La enorme potencialidad de dicho movimiento unido a la gran vastedad de movimientos y sectores antimodelo, sigue siendo el principal destinatario de un nuevo movimiento popular que corone lo conseguido desde diciembre de 2001 hasta hoy, que es mucho. La enorme potencia de esta confluencia luego de la masacre del Puente Pueyrredón-, obligó a Duhalde a tener que irse seis meses antes y a abandonar la política activa hasta el reciente conflicto sojero, mostrando la enorme potencialidad que encierra en sí mismo, aun cuando todavía no haya podido generar una única expresión política frentista. El poderoso movimiento piquetero -único movimiento de tal magnitud en el mundo de trabajadores desocupados- y el de las empresas recuperadas, recogió la herencia directa del mayor movimiento sindical que alumbrara América Latina durante el siglo XX: el existente en la Argentina entre 1890 y 1989. En el sentido que estamos analizando es imposible no ubicar la existencia de dicho movimiento sin considerarlo como heredero del potente y revolucionario movimiento sindical clasista y combativo de los años 70, que había jaqueado como nunca antes al poder burgués existente. La estrategia del mando capitalista argentino de desindustrializar a la nación de manera brutal, destruyendo físicamente a la clase obrera, no se entiende sin esa comprensión. Fue el propio presidente de la UIA (Unión Industrial Argentina) Elvio Coelho, ya en 1971 -es decir a dos años del Cordobazo y con el Viborazo aun palpitando- quien expresara blanco sobre negro a James Petras los planes que la gran burguesía aplicaría inexorablemente a partir de la dictadura genocida. “A pesar de todo, no creo que ellos (los guerrilleros A.J. Lapolla) fueran el motivo central del golpe militar que se planeaba en la Argentina (el de 1976. AJL). Ya en 1971 me había impresionado un diálogo que mantuve, si mal no recuerdo, con Elvio Coelho, entonces Presidente de la Unión Industrial Argentina. Yo le preguntaba porque no se lanzaban a la industrialización como en Brasil” “- Porque los sindicatos son demasiado fuertes y eso nos llevaría a una guerra civil- contestó. - Pero, ¿porqué no lo intentan? -Porque podemos perder - dijo.”5 Coelho no hacía más que refirmar las palabras del hirsuto almirante Isaac Rojas quien en 1955 había expresado toda la visión estratégica de la oligarquía nacida en la Argentina: ‘Para que desaparezca el peronismo, deberán desaparecer las chimeneas.’6 Realizada la matanza, otro empresario ‘argentino’, Don Juan Alemann reseñó en 1980 la labor estratégica realizada por los genocidas: “Con esta política (la represión y los 30.000 desaparecidos. AJL) buscamos debilitar el enorme poder sindical que era uno de los grandes problemas del país. La Argentina tenía un poder sindical demasiado fuerte, frente al cual era imposible el florecimiento de cualquier partido político, porque todo el poder lo tenían ellos.(...) Hemos debilitado el poder sindical y esta es la base para cualquier salida política en la Argentina.”7 Es imposible pensar a la Argentina de hoy, después de la destrucción de la nación industrial, tecnológica, científica, autosuficiente en casi todos los órdenes y sobre todo soberana, sin considerar estos planes del Estado Mayor capitalista. Desde allí, debe verse al movimiento piquetero -y a las empresas recuperadas por sus trabajadores- como el heredero de dicha clase obrera destruida en su esencia principal, el trabajo y la solidaridad natural del empleo común. No otro es el significado de la despedida del Ingeniero A. Alsogaray, quien antes de morir señaló: ‘He cumplido mi misión. Hemos logrado que el país retornara al 3 de junio de 1943.’8 El Capitán Ingeniero estaba en lo cierto: en 1976 la nación poseía seis millones de trabajadores industriales sindicalizados con pleno empleo; en el 2001 la cifra de trabajadores industriales se había reducido a menos de un millón. Entre 1976 y diciembre de 2001 los planes oligárquico-imperiales habían logrado cerrar 227.000 empresas industriales. De allí que toda política que restaure la reindustrialización, el mercado interno y la distribución del ingreso a favor de los trabajadores, es una política que ayuda a recuperar el terreno perdido desde 1976 a 2001.
Nuevas formas de organización popular
Debe señalarse sin embargo, la enorme dificultad que entraña para los trabajadores desocupados, semiocupados, cuentapropistas o de trabajo parcial, el que su lucha se de hoy por fuera de los marcos del empleo, el sindicato, la fábrica, la empresa y del contrato social logrado entre 1945 a 1975 y no sólo en los que condiciones dignas de vida se refiere. Carente del núcleo de cohesión que brinda el empleo y el trabajo, el camino es mucho más arduo y espinoso, debiendo no pocas veces recomenzar su construcción de manera continua. De allí que la organización actual de los trabajadores y el pueblo debe combinar la vieja estructura sindical, con una nueva que organice lo territorial y lo social, permitiendo la ordenación del pueblo a partir de sus múltiples intereses cotidianos y vitales eludiendo el cerco del nuevo contrato social impuesto por el masivo desempleo, el régimen policial dentro de las empresas y el arrasamiento de las conquistas sociales de décadas. Por ello el lanzamiento de una Central de Movimientos Populares (CMP) es sin duda una directa herencia de las luchas piqueteras y del movimiento eclosionado en diciembre de 2001, y constituye una herramienta estratégica para el futuro del movimiento popular y para la clase obrera como columna vertebral de la organización del pueblo. Es bueno recordar que uno de los méritos de la gran rebelión de diciembre fue que el pueblo pasó por arriba, es más arrasó, la jaula opresiva de los medios creada por Haddad, Monetta, Tinelli, Grondona, Magdalena, Telefónica, Clarín, La Nación demás envenenadores de la conciencia colectiva. Dado que la verdad concreta de la vida cotidiana del pueblo es imposible de ocultar en el largo plazo, por más mentiras que desarrollen los demiurgos del poder colonial. Pero al mismo tiempo, la jaula mediática-cultural es la principal herramienta con que el poder colonial busca separar a los pobres suburbanos, de los pobres urbanos y a ambos de las clases medias urbanas y rurales, que son sin embargo aliados objetivos en un proceso de Liberación nacional y social
‘En busca de los obreros de san Petersburgo.’ 12
El otro gran elemento surgido de la rebelión lo conformaron las asambleas populares que afloraron naturalmente en los 18 meses que siguieron a la crisis de diciembre. Algunas aun continúan su marcha, revitalizadas por el conflicto con la derecha rural. Para desgracia de nuestro pueblo que había hecho lo esencial, es decir, salir a la calle, enfrentar a la represión y voltear al gobierno infame, la otra parte, la conducción política necesaria para crear un nuevo proceso político, no existía. Era un conjunto vacío. Fue allí donde se mostró el carácter verdaderamente infantil de la ‘izquierda’ existente en nuestro país. Su papel en la crisis consistió en ‘aparetaear’ y destruir los elementos de poder popular que habían brotado espontáneamente en el pueblo. No eran formas del ‘poder soviético’, lo que se discutía en las asambleas de ciudadanos que se propagaron como hongos por la Ciudad y el conurbano. No era el tránsito de 1905 a 1917, en la Rusia revolucionaria, como los militantes de la mayoría de los partidos de izquierda expresaban ante atónitos ciudadanos. Era una vez más, el viejo democratismo popular criollo característico y fundante de Nuestra América. Así fue después de las Invasiones Inglesas, así fue en Mayo de 1810, esas eran las prácticas de Castelli, de Artigas, de Monteagudo allí en Chuquisaca, de Moreno, de Dorrego el ‘orillero’, de Belgrano, de Güemes y sus gauchos, de San Martín, de Zapata, de Villa, de Sandino. Eso es el Zapatismo. Lo que ocurría en las calles era la herencia de Artigas cuando exclamaba a sus congresales: ‘mi poder emana de ustedes y cesa ante vuestra presencia’ o cuando enunciara el viejo apotegma federal, democrático y republicano retomado luego por Felipe Varela: ‘naides es más que naides’. Era la herencia de San Martín cuando fue designado jefe del Ejercito continental por una asamblea de oficiales americanos en Rancagua, convocando a luchar por ‘ser libres’ porque ‘lo demás no importa nada’ a sus ‘compañeros del Ejercito de los Andes’13. Fueron Donald Rumsfeld y Rodolfo Terragno quienes entendieron la magnitud de la crisis acaecida en la Argentina: ‘el pueblo ha abolido de hecho el artículo 22 de la constitución nacional’, (artículo siniestro heredado de B. Rivadavia: ‘el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus Representantes’) señaló el doctor Terragno, advirtiendo a sus compañeros del bloque de poder, el tamaño de la rebelión. Rumsfeld fue más claro: ‘El problema de la Argentina es toda esa gente en la calle y no la crisis financiera.’ La izquierda no se enteró. Porque claro, como señalara Rodolfo Walsh: ‘nuestra izquierda conoce muy bien como Lenin y Trotzky tomaron el Palacio de Invierno, pero desconoce como Martín Rodríguez y Rosas se hicieron del poder en 1820’. Si tenemos en cuenta que la Nueva Izquierda surgida en los setenta y más allá de sus colosales errores, en sus dos vertientes, el Peronismo Revolucionario y la Izquierda Revolucionaria Guevarista, fuera destruida por la dictadura; la Izquierda remanente que sobrevivió a la dictadura, es la que ya tenía fuertes limitaciones de comprensión política entonces. Esa izquierda fósil es la que debió salir al encuentro de la crisis de diciembre y ayudar a alumbrar un nuevo momento histórico. Por supuesto, no estaba en condiciones siquiera de llamar a la partera. La realidad mostró que la izquierda existente estaba tan muerta como el resto del sistema político colonial existente, solo que no lo sabía. En lugar de buscar los caminos de unidad propia para generar una fuerza política capaz de profundizar lo espontáneo, se dedicó a destruir lo espontáneo y mirarse el ombligo. Lo espontáneo popular argentino-americano fue siempre un problema para la izquierda argentina. Tal como ocurriera en los años ‘70. Cuando el Cordobazo, que había estallado sin ‘ninguna organización revolucionaria detrás’ (en palabras de Roberto Santucho jefe del ERP), como si semejante organización y Movimiento sindical de la clase obrera, no fuese una formidable construcción social de los trabajadores, muchos dirigentes revolucionarios de entonces se dijeron que ‘eso no podía ser, que había que organizar y controlar lo espontáneo’. Allí se profundizaría la leninización colectiva y coercitiva del proceso político de los ‘70. Tal vez su máxima expresión lo constituiría la leninización de prepo de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) -que no eran leninistas- y del resto de la izquierda peronista, proceso conocido como Proceso de Homogenización Política Compulsiva (PHPC). Puede pensarse que en los tiempos de la expansión de la revolución cubana, de Viet Nam, de la China socialista y de la existencia de la URSS podía darse aun crédito a un leninismo descarnado, ahistórico y dogmático como teoría revolucionaria. Hacer lo mismo en el hoy, es ignorar nada menos que el colapso de la URSS, la transformación capitalista de China y la desaparición del socialismo policíaco europeo por la movilización de sus pueblos. La realidad de la Argentina de diciembre debía ser metida de prepo en las páginas del ¿Qué hacer? o del Estado y la Revolución, y no en el pensamiento de Artigas, de Castelli, de Moreno, de Monteagudo, de Bolívar, de Alem, de Perón, de Evita. Era mejor seguir buscando ‘a los obreros de San Petersburgo’, en la Argentina que aceptar al pueblo tal cual es.
Otra hora de la Patria Grande
Pero lo más importante desde la perspectiva histórica, radica en que el 19 y 20 fue también la expresión argentina de la ola de rebelión antiliberal que venía recorriendo América Latina desde el alzamiento zapatista y la rebelión chavista. A partir de allí América Latina ha retomado su línea de confrontación con el imperialismo, en particular desde el afianzamiento de la gran Revolución Bolivariana de Venezuela comandada por el comandante Hugo Chávez Frías, ahora acompañado por la gran Revolución India de Bolivia, encabezada por Evo Morales y la revolución ecuatoriana que encabeza Rafael Correa y por las importantes medidas americanistas y antimodelo tomadas por lso gobiernos kirchneristas. De hecho el eje Brasilia, Caracas, Buenos Aires ha modificado estratégicamente el escenario sudamericano, tal vez de manera irreversible, más allá de posibles retrocesos coyunturales. La suma hoy de Nicaragua, Paraguay, las posiciones antinorteamericanas del gobierno hondureño, el posible triunfo del Frente Farabundo Martí en El Salvador y la persistencia de Cuba Socialista han modificado todo el escenario continental de una manera impensada mientras contábamos los centenares de miles de cadáveres producidos por la derrota continental de los años ’70. El hecho de la reivindicación Bolivariana de Chávez y su Revolución, posee el aditamento de que desde el vamos retomó la Revolución Continental de la Patria Grande como proyecto estratégico continental, el camino fundante de la Logia Revolucionaria Sur-americana desde los tiempos de la Revolución de la Independencia. La Revolución Bolivariana ha consolidado la posibilidad de transitar otro camino en América Latina, como herencia inconclusa de la derrota de la lucha continental de los años ’70; sacando enseñanzas de las derrotas de las revoluciones Chilena y Sandinista; reformulando la propia Revolución Cubana en un nuevo Socialismo, obligatoriamente plural y consensuado. La rebelión de los pueblos mayoritariamente indígenas de México, Bolivia, Ecuador, Centro América y Perú ahonda la dimensión histórica y épica de la etapa que transitamos, que continúa, pero profundiza a un nivel mucho más vasto y auténtico, la lucha continental de los años ‘70, abierta por la Revolución Cardenista, seguida por la Peronista y profundizada por la Cubana. El 19 y 20 de diciembre se constituye así en un punto de partida argentino, de un nuevo tiempo mundial, una nueva época histórica del movimiento popular, que se enmarca en la nueva hora continental, ayudando a concluir la tarea de la Emancipación Nacional y Social del pueblo argentino y americano.
1 Gramsci Antonio, Gramsci dans le texte. París 1985
4 Gramsci Antonio, opus cit.
5 Seoane María. Todo o Nada. Planeta, 1991.
6 La Nación, Octubre, 1955.
7 Andersen Martin, Dossier Secrteto. Planeta. 2001
8 Clarín abril-2004
9 López Artemio, Clarín 30-01-02
10 Argenpress 05-07-05
14 Censo Nacional Agropecuario 2002.
12 Duhalde Eduardo Luis, Revista Crisis segunda época
13 San Martín José, Orden General del 27 de julio de 1819
*Ingeniero Agrónomo e historiador. Director del Instituto de Estudios y Formación de la Central de Movimientos Populares (CMP). Autor de El Cielo Por Asalto (1966-1972), La Esperanza Rota (1972-1974) y Los hechos y las Razones (1974-1977)
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