Las vaquitas siguen siendo ajenas
Por Alfredo Grande
“con los ricos de la tierra, quiero yo mi suerte echar, el arroyo de la sierra, no me agrada más que el mar” (guantanamera liberal)
“no critiquemos a Ricardo Fort. Parece que Alberto Mu Mu es peor” (aforismo implicado)
Confirman la condena a dos hombres que faenaron una vaca para dar de comer a sus familias
“La pobreza no justifica cometer delitos”
Con ese argumento, la Cámara de Casación Penal ratificó la pena de tres años y medio de prisión por el robo de ganado. El hecho ocurrió durante la crisis de 2001 y los condenados no tenían entonces trabajo ni planes sociales. Deberán cumplir la pena.
La pobreza y la desocupación no justifican que una persona cometa un delito para comer. Con esos argumentos, la Cámara de Casación Penal de la provincia de Buenos Aires ratificó la condena a tres años y medio de cuatro hombres que en medio de la crisis de 2001 robaron una vaca para alimentar a sus hijos. Ahora deberán ir presos. Uno de los tres camaristas votó a favor de la absolución al entender que los imputados “eran gente de bien que vivía propiamente de la caza y que circunstancialmente acudieron al cuatrereo para subvenir a las necesidades de los suyos”.
(Diario Crítica de la Argentina 19/12/09)
Oyarbide sobreseyó a los K por enriquecimiento ilícito
La medida fue tomada en base a un dictamen de los peritos de la Corte, que no detectaron irregularidades en el espectacular incremento de 158% de la fortuna K durante 2008.
Hasta su presentación de 2007, los K reconocían un capital de $ 17.824.941. Por esa declaración jurada se abrió en la justicia federal una causa por enriquecimiento ilícito que luego quedó archivada. En ese detalle, los bienes de la Presidenta y su marido alcanzaban las 42 propiedades entre terrenos, locales, casas y departamentos. Los ladrillos son la base de la fortuna de la familia, pero en los últimos años sumaron también la actividad hotelera en El Calafate, la villa turística donde ganaron las últimas elecciones con el 60% de los votos. Allí funciona el hotel boutique Los Sauces, en un terreno de 2.100 metros2 que demandó para su edificación $ 9.974.346, y donde alojarse cuesta, como mínimo, 600 dólares, o 1.150 dólares para quien elija la “master suite”. En el valor declarado de esta sociedad hay un dato llamativo: mientras que en el apartado de sus bienes Cristina consigna tener el 45% a un valor de $371.232, en el detalle de su marido, el 45% de su participación accionaria está tasado a $1.941.632, casi cinco veces más.
(Diario Crítica de la Argentina 21/12/09)
(APe).- Siempre creí en la Justicia. Lamentablemente también creí en el pájaro grifo, en que la momia no podía perder con karadagián y que con la democracia se comía, se educaba y se curaba. Y algunas cosas más, que en este momento no recuerdo. Ahora lamento no haber creído las palabras que el gran discepolín escribió, quizá necesitando un antidepresivo que por suerte no tomó. “Tres esperanzas tuve en la vida, una mi madre vieja y querida, otra un amigo, otra un amor, tres esperanzas tuve en la vida, dos me engañaron y una murió”. Yo debo haber tenido más de tres esperanzas, y contando algunas ilusiones, debería tomar antidepresivos. A 8 años de las jornadas de diciembre 2001, tendríamos que pensar cuánta agua quedó debajo de esos puentes. Ante todo, el debate de cuál fue la génesis y cuál es el destino de esas jornadas, no está saldado en el campo popular. En el campo anti popular, se llegó a una conclusión. No hay que volver a ese 2001. Ese obsceno fulgor hizo que el eco demencial del “que se vayan todos” siguiera aterrorizando a funcionarios, representantes, gerenciadores de la cosa pública, y otras especies predadoras que, lamentablemente, todavía no están en extinción. Fulgor que supo deslumbrar, aunque no necesariamente alumbrar. Mientras ecos y destellos se iban disipando, las voces del estado de derecho volvieron para que tronara el escarmiento. Naturalmente: de los pobres de espíritu y de cuerpo. De los chicos pobres que tienen hambre y además, no puede ser de otra manera, tienen tristeza.
Entonces, para que los festejos conmemorativos de esa revolución que tampoco fue sean inolvidables, la Cámara de Casación Penal, algo así como un Santo Oficio para castigar los crímenes contra todo patrimonio burgués, ha dictado sentencia. Debería decir que ha defecado una sentencia, pero por algún atávico temor no lo digo. En la provincia de buenos aires, espacio atravesado por el gatillo fácil y el hambre más fácil todavía, se ha defecado, digo sentenciado que “la pobreza no justifica cometer delitos”. Y está Cámara Pinchada, que pierde justicia por todos lados, en cierto sentido, como siempre le sucede a la derecha, tiene razón. Claro: es una razón represora, pero no le pidamos al galgo que no sea rabilargo. La pobreza apenas justifica la humillación de la limosna, o el trabajo forzado cartonero, o el hacinamiento de las villas cada vez más miseria, o el terror sin nombre de los desalojos, o el horizonte cada vez más cercano del paco y el pegamento. La pobreza justifica el dolor. Justifica la resignación. Justifica la muerte incluso. Pero todo acto que pretenda modificar el designio feroz de la parca, no está justificado. Entre el delito y el hambre, hay que elegir el hambre. No morir contento porque se ha batido al enemigo, sino morir contento porque no se ha cometido ningún delito. Entonces, sólo entonces, la extremaunción laica es posible. Murió en la honestidad del capitalismo, donde es delito ser pobre y no es delito ser ladrón. Porque todos sabemos, menos la Cámara Pinchada de Casación del Tiro Penal, que el estado de necesidad no justifica, sino que extingue el delito.
Las necesidades básicas no pueden estar insatisfechas. Esa es la ley primera. Pero esta Cámara es lo que hay. No hay otra. Pero de su pestilente sentencia algo quedará, más allá del hedor. En cierto sentido, sienta jurisprudencia, más allá de la brutalidad republicana de su teoría de la justificación inexistente en caso de hambre. Si el hambre, la pobreza, no justifica el delito, ¿que podría justificarlo? Porque la Good Year de Casación Penal no sentencia: “el delito nunca tiene justificación”. O sea: minga de atenuantes. Derecho Puro. Desecho más puro todavía. Entonces se abre un espacio de especulación, de maravillosa incertidumbre, donde la ensoñación profética besa en la boca a la creatividad rebelde.
De esa sentencia se desprende que: lo único que justifica el delito es la riqueza. En la mesa de los ricos, la justicia se sirve como entrada, plato principal, postre y acompaña como bocaditos al café. La plena saciedad, el goce absoluto, la acumulación de todo excedente más allá de su razonable condición de uso, la multiplicación de los felfort y las centollas, necesariamente justifican el, y mejor sería decir, los delitos. Ya lo sabía nuestro mio cid funebrero, cuando sentenció, sin cámara penal pero con cámaras de aire y cable: “hay que dejar de robar por dos años”. O sea, aggiornado al lenguaje de la Camerata de Casación: durante dos años no justifiquemos el delito con el ansia (legítima) de riqueza. O sea: apenas un tercio del mandato primero de la comadreja de los llanos, según la inmortal apelación del actual diputado Fernando Pino Solanas. Y un quinto de los dos mandatos, pacto de olivos incluido. Una bagatela. En realidad, la riqueza, o sea, la estafa, el robo calificado, la defraudación, la corruptela, los sobreprecios, los infraservicios, los retornos, los fondos reservados, las valijas, justifica el delito. Los delitos, en realidad. Desde las jubilaciones de privilegio, hasta otros privilegios sin jubilaciones. Pero como en toda república que se precie, el ejemplo siempre debe venir desde arriba para abajo, como escupida de jirafa.
La pareja presidencial ha recibido el sobreseimiento en la denuncia por enriquecimiento ilícito. Mientras tanto, los que intentan inútilmente que un supermercado reparta algo del excedente entre los que todavía no han decidido el camino del delito, regresan sin pan y sin tortas. Podrían ser denunciados por Empobrecimiento Lícito, figura que no por frecuente está incluida en el Código Penal. La increíble carrera financiera de “los K” no alcanza a probar que nadie hace la plata trabajando. Pero es un dato poco grato para todos aquellos que tampoco pueden hacer plata, por más que trabajen. Parecerlo es tan importante como serlo, sobre todo porque en el país de las apariencias, las apariencias no engañan. Que después de tanta sangre derramada, mucha de ella cruelmente negociada, las vaquitas sigan siendo ajenas, debería ser un dato mas allá de la lógica partidaria (lo de lógica es un decir) y más acá, pero mucho más acá, de la lógica de la vida digna. Mientras algunos son condenados por faenar una vaca, otros discuten por porciones de la cuota Milton. Es cierto: todos somos iguales ante la ley. El problema es que la ley es desigual. ¿Esa desigualdad de la ley justifica el delito? La verdad que sí.
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