2001: nuestra odisea del espacio - De la pueblada a la constituyente social (Revista Malas Palabras Nº 8). 2001: nuestra odisea del espacio - De la pueblada a la constituyente social (Revista Malas Palabras Nº 8)         Por Alfredo Grande   “es i...

2001: nuestra odisea del espacio - De la pueblada a la constituyente social (Revista Malas Palabras Nº 8).

2001: nuestra odisea del espacio - De la pueblada a la constituyente social (Revista Malas Palabras Nº 8)


 


 


 


 


AlfredoGrande


Por Alfredo Grande


 


“es importante iluminar el camino; es importante recorrerlo; pero es aún mas importante construirlo”


“solo podemos cambiar el pasado”  


(aforismos implicados)


 


Una década desde las jornadas de diciembre 2001. Hay una cierta predilección por el sistema métrico decimal cuando se trata de conmemorar. Pero en este caso, la fecha tiene una importancia especial. Como nos posicionamos frente a esas jornadas, o sea, el análisis de nuestra implicación política, es absolutamente necesario para intentar sostener la tarea que nos abra el camino de la segunda y quizá definitiva independencia.


Desde hace algún tiempo, cuando estallaban los capitalismos del autodenominado primer mundo, el relato oficialista fue alertar sobre los peligros de volver al 2001 si alguien osaba salir del modelo K. En otros términos: esas jornadas empezaron a presentarse como un disvalor, como aquello que debía ser evitado.


Por supuesto, la versión Disneylandia dirá que solamente se refiere a los aspectos negativos (corralito, cuasimonedas, corralón, acefalías varias, etc.) Sin embargo, como el Ejecutivo tiene mucho hilo, no deja de dar puntadas. La gobernabilidad, fetiche privilegiado de la clase dominante, se levanta a la faz de esta tierra como un bien absoluto a conservar. Cuidar las instituciones, sagradas e impolutas, termina siendo  equivalente a sostener corporaciones burocratizadas, tanto patronales como sindicales. Incluso se pretende una remake del “fifty/fifty”, como si el combate contra la pobreza no debiera dar paso, más temprano que tarde, al combate contra la riqueza.


La pueblada del 2001, con su componente espontáneo, planificado, popular, dirigencial, fue un acontecimiento histórico complejo, heterogéneo, pero que construyó un nuevo espacio y tiempo político social. Quizá no fueron los 7 días que conmovieron al mundo, pero sin dudar fueron días que conmovieron varios mundos. El económico, el político, el social, el de la vida cotidiana. Algunas consignas en su construcción paradojal, tuvieron el efecto contrario a la parálisis. Justamente, porque no eran paradojas del poder sino del contra poder popular. “Que se vayan todos” y “Piquetes, cacerola, la lucha es una sola” tenían el efecto de aterrorizar a la clase dominante, ese bloque de poder que empieza con el “rodrigazo”, se fortalece con la dictadura cívico militar y corrompe la democracia con la década del neoliberalismo de Menem y De la Rua.


Cuando el Chacho abandona el Titanic de la Alianza, el radicalismo recupera su verdadero rostro de alvearismo decadente. No es aristócrata el que quiere, sino el que puede.


El decreto de Estado de Sitio precipitó la reacción instantánea y ya nadie se quedó en su sitio. Los asesinatos con los cuales ese poder nauseabundo pretendió estirar los plazos de su velorio, mostró al lobo sin la piel del cordero republicano. Sin embargo, ni las protestas contra la casta financiera y sus catedrales denominadas sucursales bancarias, ni las asambleas populares, ni las fábricas recuperadas, ni las plazas ocupadas por alegres y enfurecidos (ambas cosas son posibles) manifestantes pudieron impedir que nuevos rituales cristalizaran los potentes escraches. Sea como sea, uno de los responsables de la masacre del puente Avellaneda, hizo de mago y alquimista hasta que encontró a su delfín. Que resultó no serlo, o al menos no parecerlo. Lo demás, es crónica reciente que se sigue escribiendo.


Sin embargo, una necesaria reflexión se impone, al modo de la historia contra factual. ¿Pudo ser de otra manera? La respuesta es necesaria, casi diría imprescindible. Afirmo que sí. Y que es necesario pensar cuales hubieran sido las condiciones necesarias para que la pueblada no terminara congelada en el frizzer del republicanismo democrático. La paradoja de ambas consignas haciendo estallar su imposibilidad material, para desplegar su potencialidad histórica. Pero la paradoja nos estalló en las manos, y nos dejó, a diez años vista con la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.




Por eso es necesario que la imaginación, que nuestra imaginación vuelva al poder. Y sabiendo que el espacio tiempo de la microfísica y de la macropolítica es una cosa y la misma cosa, situarnos en diciembre 2001 habiendo construído la Constituyente Social. Que no es otra cosa que un instituyente político capaz de lograr algo tan importante como la “máquina de dios”. El dispositivo que hace posible la lógica creadora del “colectivo de colectivos”. Donde la representación que, en su versión actual apenas se la puede denominar restitución, o sea, la forma por la esencia, da paso a una presentación permanente, donde nada se delega y todo se transforma.


Un sujeto colectivo no es una sumatoria de individuos, incluso teniendo la misma convicción y el mismo sentimiento. No hablamos de la suma, sino de la potencia. Al decir del poeta, no solamente somos más que dos, sino que somos la potencia infinita de dos.  Colectivo de colectivos, solamente la dimensión social y política le da a una constituyente la marca de lo nuevo, lo impensado, lo creativo, el germinal de otros mundos posibles.


Por eso estos diez años del 2001 empiezan por arraigar en nosotros la idea que podemos soldar los tiempos, acercar las distancias, fusionar las épocas. Que los mortales son dioses cuando renuncian a su mandato para sostener su deseo. Recuerdo una de las máximas de Epicuro: “De los dioses nada hay que temer, de la muerte nada hay que temer, podemos soportar el dolor, podemos alcanzar la felicidad”.  


Podemos cambiar el pasado cuando soñamos un futuro distinto. Trabajar hoy por la constituyente social disputará el sentido de la pueblada del 2001, para sacarle esa máscara de pavor y escarmiento de la cual el Poder quiere cubrirla. Pero el verdadero ícono, la verdadera imagen de nuestro 2001 será aquella que la construcción de la constituyente social sepa mostrar. La pueblada emancipatoria, en un mundo sin amos ni patrones, en el cual la voluntad popular y el pueblo unido serán lo mismo. Y nuestros muertos no descansarán en paz, porque seguirán luchando con nosotros.

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