Con los dientes apretados (APE). Por Claudia Rafael   Boca que arrastra mi boca boca que me has arrastrado: boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos. Miguel Hern...

Con los dientes apretados (APE).

Claudia Rafael 2

Por Claudia Rafael  


Boca que arrastra mi boca

boca que me has arrastrado:

boca que vienes de lejos

a iluminarme de rayos.

Miguel Hernández

 

(APe).- La desigualdad nace exactamente allí. En ese territorio de besos que a dentelladas es capaz de devorarse el mundo entero, si es necesario. Ahí. Donde cabe una sonrisa abierta. Tenaz. Generosa en brillos y blancuras. Ahí. Exactamente en el punto en el que la felicidad se despliega y convoca a la carcajada. Pero a veces no. Demasiadas. Porque es en ese mismo sitial de paraísos y mandíbulas batientes donde se asienta también la inequidad y la ausencia. Que fue llegando de a poco. Con los años. Que sin darse cuenta fue despoblándose de blancuras para dar paso a ese otro universo en el que una mano irá ocupando territorios que resultan vergonzantes. Para que no se vea. Para que se olvide el labio de arriba el cielo y la tierra el otro labio. La pobreza suele transformar la boca en infierno desdentado. Donde comer se dificulta. Donde reir abiertamente será privilegio de unos pocos. Donde la discriminación se hará fuente de dolor cotidiano.

La OMS (Organización Mundial de la Salud) define que “la mayoría de las enfermedades orales se asocian con factores de riesgo determinados, como la falta de higiene bucodental, la alimentación inadecuada y la falta de asistencia periódica a un odontólogo”. Y de hecho, las estadísticas del Observatorio de la Deuda Social (UCA) arrojan que en el “estrato social muy bajo” hay un déficit de prevención odontológica del 58,2 por ciento contra un 26,6% en los estratos “medio altos”.

El Grupo de Trabajo de Salud Pública Oral de España definió que a los 12 años la prevalencia de caries en los países pobres es superior al 67 por ciento mientras que en los ricos, llega al 45 por ciento. Pero la brecha crece aún más cuando refiere a la prevalencia de edentulismo (pérdida de dientes) y se la compara con los niveles educativos: en los más bajos, abarca a 46 personas de cada 100. Mientras que en los niveles educativos altos, llega a duras penas al 7 por ciento.

Cuando una sonrisa trae tanta felicidad, vale la pena protegerla, dice la publicidad de la crema dental que llegará a la propia vida a cambio de 18, 22 ó 37 pesos por apenas un tubo de 90 gramos. Y que ofrece a cambio sonrisas brillantes. Futuros brillantes. Algo así como que un envase de pasta de uno, dos o tres colores, con gustos mentolados o infantiles frutilla serán el troquel necesario para el pasaporte único a la dicha y la prosperidad.

En países como Zambia habrá que invertir todo el salario de un mes para acceder al total de crema dental que una persona usará durante el año. La felicidad, indudablemente, cuesta cara. Un danés invertirá apenas, cuatro horas de su salario. Así indica el mismo Grupo de Trabajo de Salud Pública Oral.

Hay ciertas comparaciones que se cargan de obscenidades. ¿Acaso no resulta obsceno pronunciar que en países como Guinea Ecuatorial hay apenas un dentista cada 100.000 habitantes mientras que en el norte de Europa es de uno cada millar?

El informe del Observatorio de la Deuda Social desnuda que en Argentina hay 2.138.526 chicos de 6 a 12 años (39.1 por ciento de esa franja) con déficit en la atención bucal. Y 1.615.194 de los que tienen entre 13 y 17 (el 45.8 por ciento del total en esa franja). Hay que sumar el 54 por ciento de los que van de 3 a 5 años.

Pero por otro lado, el informe expone que del total de 12.333.747 chicos de 0 a 18 años del país hay 5.747.526 (46,6 por ciento) que no tienen ningún tipo de cobertura de salud a través de obra social, mutual o prepaga. Pero que, en los sectores socioeconómicos más bajos abarca al 74,5 por ciento.

Dime cuál es tu condición socioeconómica y te diré qué tratamiento sanitario recibirás. En lo relativo a la salud bucal, esa máxima se sobrecarga con otros condimentos. El acceso a la odontología para las franjas sociales más castigadas encuentra menos alternativas aún.

“Para mantener una buena higiene dental debes seguir rigurosamente las siguientes recomendaciones: Visitar al dentista dos veces al año / Limpiarte muy bien los dientes después de cada comida / No consumir habitualmente dulces o bebidas azucaradas entre comidas y reducir su consumo durante las mismas / Masticar bien los alimentos para que no se depositen restos entre los dientes / Consumir una dieta que sea rica en calcio y proteínas”.

Premisas que adquieren la certeza del dolor agudo cuando se entremezclan con las profundas inequidades que diluyen a la nada la visita al dentista dos veces al año (el 58,2 por ciento de los estratos bajos tienen déficit de atención bucal); que dejan olvidada la limpieza profunda de los dientes después de cada comida (existen márgenes en donde no siempre hay un cepillo dental a la mano y en los que la comida, demasiadas veces está cincelada de utopía) o que no tienen la opción de elegir alimentos con fuerte contenido proteico y de calcio (los fideos, la polenta o el arroz blanco, componente fundamental de la pirámide alimenticia de la pobreza, no los contienen).

La fragilidad nutricional hará silenciosos e inconcientes estragos en las bocas de los niños. Y con el devenir de la historia el ratón Pérez será sólo leyenda de reyes, como fue en un inicio para el pequeño Bubi I (luego Alfonso XIII). Ya no habrá nada por triturar a su paso en donde la vejez transformará todo en una lavada papilla vacía.

La vida va dejando endeble el camino de fortalezas. Desnudará la inequidad profunda de quien se pondrá en pie ante la muerte cruel y apretará fuerte los dientes como señal de batalla y de quien ya no podrá, golpeado por las ausencias en esa boca que alguna vez supo gritar rebeldía.

Las pobrezas viejas van debilitando esa armadura, que nace en los confines de la gruta del alma. El tiempo va olvidando que alguna vez la vida fue sinónimo de una dentellada feroz al mundo y ahora es sólo una tímida mueca que alguna vez espejó sonrisa.

Y entonces, ya no habrá modo de ser mañana frontera de los besos –como escribía Hernández- cuando en la dentadura sientas un arma. Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro.

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