Violencia institucional… Por Norberto Ganci, Director de "El Club de la Pluma"   Hay acciones desde lo cotidiano que nos marcan caminos, costumbres, pará...

Violencia institucional…

NORBERTO GANCI 6

Por Norberto Ganci, Director de "El Club de la Pluma"
 

Hay acciones desde lo cotidiano que nos marcan caminos, costumbres, parámetros, códigos, etc.

A modo de juego un niño le dice a su madre que, mientras él se ausenta, que ella no toque determinado elemento. Al volver el niño pregunta si su madre tocó algo, recibiendo como respuesta: no hijo, nunca te traicionaría…

Una imagen de lo cotidiano que marca una conducta y a la vez un compromiso. Un compromiso con la palabra, con los afectos. Ello trasladado a un nivel más amplio, a la sociedad, suele no tener las mismas respuestas.

De niños, hace mucho tiempo, nos enseñaban que un uniformado, un oficial de policía, un integrante de alguna de las fuerzas armadas, eran sinónimo de respeto, de valores relacionados a la nobleza de carácter.

Así como nos habían inoculado falsas imágenes de personajes de la historia que traicionaron pueblos, pretendieron enterrar saberes y culturas; de la misma manera nos inculcaron un respeto a aquellos que representaban y respetaban la ley…

Eran imágenes que se incorporaban en el inconsciente de cada uno, con las que crecíamos sintiéndonos “seguros”, o al menos, un poco más seguros. Una seguridad nacida de la fantasía. Nunca nos hablaron de la inseguridad que significaban y significan el hambre, la marginación, la pobreza, el abandono, la desigualdad. Es la inseguridad de lo que no se quería mostrar, lo que tal vez hubiese sido y debería ser motivo de vergüenza.

La vergüenza de pertenecer a una sociedad que, a pesar de todo lo vivido, prefería mirar hacia otro lado en lugar de aceptar su responsabilidad en relación a la exclusión social. Y tal vez aún un gran número no se dé cuenta de esa vergüenza, pero su responsabilidad está, más allá que no la quiera reconocer ni transformar…

Las instituciones que nos abrigaban desde sus concepciones mostrándonos un mundo de contención y respeto, que nos formaban en el amor al prójimo y la patria, como si la patria fuese algo separado de nosotros, como si el prójimo no fuese el próximo a nosotros. Un prójimo desdibujado, in presente. “Nos fuimos creciendo” con la certeza de que estábamos formados en valores…

Las instituciones, con el correr de la historia, fueron desdibujándose, al menos se fueron desenmascarando, perdiendo ese barniz impoluto que ocultaba su violento rostro de exclusión  y represión.

No obstante la descarada actitud de autoritarismo que vulnera todos los derechos enunciados y naturales, se fue mimetizando, acostumbrando a gran parte de la sociedad a que eslo era así y no se podía cambiar. Eran las reglas de juego. Un juego hasta macabro con las ideas, las consignas, las preferencias, los ideales.

La idea de institucionalidad está fracturada, herida en su conceptualidad y ejercicio. La violencia institucional que hoy va ocupando algunos espacios en medios de comunicación, que tímidamente se animan a romper los cómplices silencios de tantos no inocentes, esa violencia institucional es la que, además de ser la responsable por los abusos, las violaciones, los delitos de guantes blancos, dedos largos y abrigos de marca; además, es la que se ha comenzado, hace tiempo, a utilizar para amedrentar, someter, promover mayor delincuencia, reduciendo a muchos al servilismo institucional.

La persecución de jóvenes que, por portación de rostro o de gorra, por pertenecer a algún barrio humilde, o trabajar a destajo; esa persecución, como una de las variantes de la violencia institucional, va generando mayor resentimiento, mayor enfrentamiento, mayor desigualdad y exclusión.

Las provincias de Argentina cuentan con instrumentos que, lejos de ser legales, son violatorios de garantías constitucionales; y son aplicados para la persecución, el hostigamiento y la represión.

En la provincia de Córdoba, el nefasto código de faltas, heredero de los viejos edictos policiales y portador de la impronta represiva y asesina de las dictaduras, es el que se aplica, fundamentalmente en la figura del “merodeo”, para promover mayor desigualdad social. ¡¡¡Ese es un negro de mierda y tiene cara de chorro, hay que hacerlo que labure para nosotros!!! Más o menos sería la fórmula a aplicar en cada detención de jóvenes, niños pertenecientes a estratos sociales con altos niveles de desigualdad y exclusión.

El tratamiento del significado, implementación y destinatarios de la aplicación del código de faltas, desde no hace mucho tiempo, se está discutiendo en diferentes espacios para conocer y saber.

Los jóvenes ya comienzan a informarse respecto de sus derechos, de las herramientas con que pueden contar a la hora de ser víctimas de violencia institucional.

También hay mujeres y hombres de leyes que están acercándose a esa problemática social. La violencia institucional es una problemática social disfrazada de herramienta jurídica.

El tema se está instalando. Se está debatiendo. Los jóvenes comienzan a estar menos solos. Hay una parte de la sociedad que comienza a despertar y a darse cuenta de cuánto les hemos soltado las manos a nuestros hijos, dejándolos a merced de la bestialidad uniformada.

Habrá que profundizar los debates, habrá que concientizar mucho más a nuestros jóvenes, a nuestros hijos para lograr garantizar que transiten una vida bajo la protección de sus mayores.

Supimos alguna vez sobre costumbres de pueblos originarios, las cuales daban cuenta de la importancia que la comunidad le deba a cada niño, a cada joven. Los mayores, todos los mayores de esa comunidad consideraban a cada niño, a cada joven como su hijo. Eran hijos de toda la comunidad. Por lo tanto, su seguridad y bienestar era responsabilidad de los mayores.

Es imprescindible recuperar esa actitud de protección y amor para con nuestros jóvenes. Hay que volver a tomarles las manos, estrecharlos en un abrazo, decirles lo importante que son para nosotros, pero fundamentalmente para ellos mismos y “cuidarlos” para que, cuando ocupen otros lugares como adultos, les cuenten a sus descendencias sobre que hubo una vez un código de faltas que violaba, mataba y que, por la preocupación y acción de sus mayores, lograron desterrar…

Que así sea.

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