Yasmín, la niña del sur sin paraísos (APE) Por Claudia Rafael     (APe).- La doña con su niño a cuestas caminaba de regreso a casa. En el frío del sur profundo, el aguayo arcoiris ...

Yasmín, la niña del sur sin paraísos (APE)

Claudia Rafael 2

Por Claudia Rafael  

 

(APe).- La doña con su niño a cuestas caminaba de regreso a casa. En el frío del sur profundo, el aguayo arcoiris destilaba esa belleza abismal del altiplano. No mire mi guagua, pensó. No mire que los hombres son crueles. Entre los matorrales, pegadito al potrero y a la antena gigante de Radio Nacional, asomaba la niña. Ya nunca más olvidará la mujer ese día. Eran las 13.30 del 16 de septiembre de 2013 y le marcó todos los almanaques que vendrán.

Yasmín Chacoma tiene 11 años. Se detuvo ahí para siempre. Alguien/algunos le pusieron freno a su historia y quedó anclada en presente continuo. Yasmín vivía en un barrio. De esos tantos barrios de departamentos, anclados entre callecitas de tierra. Sierras alrededor. Paisajes de arideces viejas. Yasmín fue el sábado a la noche a La Anónima, la cadena de supermercados del sur, ahí cerquita de su casa. Ella tan vulnerable. Con la fragilidad de la infancia atravesada en la piel. Yasmín tiene la endeblez que es médula estructural de la niñez. Como Sofía Milagros Viale, con sus 11 colgados en la mochila. Empujando cada noviembre desde aquel lunes de 2012 el carrito repleto de panes, roscas y masitas en General Pico.

Hablan las cámaras del supermercado. Cuentan que Yasmín entró a las 21.19 del sábado 14. Que a las 21:27 exactas salió de allí con salchichas, puré y una bebida. Después la nada. Los tormentos de la ausencia y de cada uno de sus abismos. Perros, hombres, más perros, más hombres en las calles. De a 200. Montada, infantería, policías de la provincia. Nada detiene el horror que escupe una sociedad corroída. Como nada detuvo el horror en aquel febrero de 2001 cuando Yenifer Falcón salió con sus 7 años a cuestas a comprar algo al almacén. El helicóptero giraba y atravesaba mil veces el cielo como un pájaro rapaz cazador de la muerte. Cientos de policías desandaban las calles de los barrios alrededor del arroyo Tapalqué en la cementera Olavarría. Absolutamente nada de nada frenó la destrucción. Y la encontraron en un descampado también a ella que hoy tendría 19 pero tuvo apenas 7.

Yasmín Chacoma saltó a la soga. Vistió muñecas. Corrió todas las carreras que una historia de 11 años deja correr. Quizás vio volar un barrilete asido a sus manos y quiso atraparlo pero se le fue como se van los colibríes a buscar otras primaveras. Yasmín sigue teniendo 11 años porque así lo determinó la historia de una Comodoro Rivadavia que ahora está tironeada entre xenofobias y reclamos de muerte temprana. Porque de una muerte injusta nacen demasiadas veces otros crímenes también arbitrarios y perversos. “Hay que sacar a estos bolitas y paraguayos”, gritaban unos 70 jóvenes entrampados en las visiones binarias y voraces del odio. Aquí también crecen los niños, sintió la mujer que con su guagua en el aguayo se topó con el cuerpo mil veces humillado de Yasmín. Tan injuriado por la crueldad como el de Marela Martínez, en Avellaneda, que fue encontrado en el tanque séptico de la casa de un vecino diez años atrás.

Yasmín, niña inerme ante los despojos, se sublevaba a la vida como se subleva la infancia. Y batía fuerte los brazos como tratando de asirse a los paraísos de la felicidad pero la tierra no siempre es paraíso para los niños. Ya lo sabía Juana Gómez, la niña Qom del Chaco, asesinada, estragada, doblegada y luego olvidada.

No hay sitio abrigador para los niños que van cayendo antes de tiempo del mapa de la humanidad. La tierra abrasa hasta demoler la fragilidad y construye para todos ellos, párvulos de ternuras despojadas, un espacio sin tiempo.

Yasmín crecía y correteaba en la Comodoro Rivadavia de las casitas una pegada a la otra donde se trafican jóvenes mujeres para el sexo pago y la felicidad comprada. Allí donde se tuercen los destinos, los territorios se baten a balazos y todo se dirime en la puja por el poder traficante de personas para acaparar la zona roja y los “privados”.

Ella no supo. No imaginó, porque no hay magia que alcance a ver más allá, que hombres y mujeres de a decenas se alzarían con sus odios en pancartas y con el fuego entre los dedos para incendiar la vida en su nombre. No en mi nombre, quizás les hubiera dicho. Ella no podía pensar que las mujeres de su barrio contarían horrorizadas que “de las 1008 viviendas venían a quemar las casas, pero nosotras no somos extranjeras”. Saltaron del otro lado de la línea de fuego para sentirse en el territorio diminuto de los incluidos. Ellas no serían las desclasadas, las olvidadas, las protagonistas de la persecución y el vapuleo constante. Porque hay un DNI de color verde que las ampara. Que las espeja. Que las hermana con el pequeño ejército de los de adentro. Aunque sólo les vendan un manojo de globos multicolor que las haga sentir otras por un rato. Y después las devuelva a la intemperie de panes y mieles.

Yasmín fue semilla y grano. Y los hombres de crueldades hondas le impidieron ser espiga y utopía. Le arrebataron cada septiembre para dejarla sin primaveras en la piel y borrarle los hoyitos de las mejillas que son infancia y ternura.

Y una vez más pusieron en harapos a la entera historia de la humanidad.

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