Michetti, la villa 31 y las sociedades del poder (APE) Por Claudia Rafael (APe).- “Lo que ha sucedido en otros lugares del mundo con esto es que como esos terrenos son muy apetitosos para el se...

Michetti, la villa 31 y las sociedades del poder (APE)

Claudia Rafael 2

Por Claudia Rafael


(APe).- “Lo que ha sucedido en otros lugares del mundo con esto es que como esos terrenos son muy apetitosos para el sector privado y el sector inmobiliario, lo que termina pasando es que el sector inmobiliario compra esos lugares y la gente puede comprarse con ese dinero una casa en la ciudad o cualquier otro lugar. Y ese lugar puede integrarse al puerto o hacer un sector de barrios para clase media”. Gabriela Michetti dixit. No hay gestos de sorpresa. La mesa de la anfitriona del poder por décadas no se sorprende. De aquel día sólo saltó a la caterva de medios del establishment (ya sea de lo establecido por el poder político como por el poder económico) el debate sobre el síndrome de hubris o de hibris, diagnosticado quirúrgicamente por el médico vía tevé Nelson Castro, con Diego Peretti. Esa discusión fue el árbol que tapó lo macro.

“En la villa 31 hay muchos peruanos, ¿no?”, aporta Mirtha Legrand. “Sí”, dice Michetti “y siempre parto de la idea de lo que se hace en Medellín. Hay que instalar un centro cultural, del tipo del Malba y la gente empieza a mejorar todo su entorno con el Estado ahí. Claro que la villa 31 es muy difícil de transformar en un barrio”. Entonces ahí viene lo otro. Hay que vender para el despliegue grandes emprendimientos urbanos, desnuda. Terminar con lo feo. Con la ausencia de estética tan propia del pobrerío. Tan hermana de lo marginal. Tan compañera de lo diferente. De ese universo tan atemorizante que suelen integrar los otros. Los que carecen de esa armonía tan pulcra y transparente que proviene del señorío. Que nace en las entrañas mismas del poder.

La misma Michetti que -recordaría la revulsiva y ácida Beatriz Sarlo en sus columnas de La Nación- planteó “que una pareja homosexual podría adoptar un niño si éste es muy pobre y ningún otro lo quiere” ahora advierte que los pobladores de Villa 31 vendan sus casitas para que irrumpan -gloriosos e ilustres- lo bello y la opulencia.

No hubo -no suele haber- escándalo ante la elegancia de una propuesta erradicadora deslizada en una mesa de tevé, en medio del néctar que agriendulza los labios y el paladar.

¿Alguien recuerda acaso, que hace tan solo un manojo de meses, quedó expuesta la decisión de demoler un sector del Hospital Borda para erigir el sueño de un centro cívico? Después de todo locura y marginalidad, pobreza y enajenación, desequilibrio e indigencia suelen ser, demasiadas veces, pares inseparables. Se hermanan en destinos. Se arrullan y se arrinconan en tiempos de tragedia. Mientras por otro lado, como voces silenciosas afloran los arreglos inmobiliario - legislativos entre macrismos y kirchnerismos.

Los megaproyectos urbanísticos que se despliegan para la llamada “revalorización” de la zonas del olvido y abandono revelan por decantación quiénes pierden pero nunca quiénes se benefician. Los amigos del poder, no tienen nombre (llámese megaconstructores, especuladores inmobiliarios, socios de éste y todos los gobiernos).

La gente ahora podrá salir del pozo de la pobreza más honda y comprarse una casita en otro lado, dibuja Michetti con sus palabras.

Ya no más pasillos y taperas, ya no más chaperío y cartón, ya no más un techo gigante como autopista. Ahora, con la revalorización llegará la casita con techo a dos aguas y jardincito con rosas y jazmines en un barrio bien barrio con calles que se precien y una vecina amable del otro lado del ligustro.

La misma historia social de la ciudad registra ocupaciones cíclicas en asentamientos, que fueron mutando sus nombres pero no las médulas de sus conformaciones. Migraciones internas y de las otras fueron ocupando los márgenes que las urbes iban dejando fuera de todo mercado. Asentamientos, villas de emergencia, villas miseria, polos marginales, loteos precarios. No importa el nombre. La carencia fue siempre la misma: paredes de lata o cartón, chapa ondulada o madera, muros de ladrillo de canto. Que cobijan, como pueden, entre las grietas de la ausencia a más de medio millón de familias tan lejos de las celebraciones del privilegio y la ostentación.

Llegados desde sures y nortes sin destino. Buscando la pepita de la felicidad. Siempre así. Siempre igual desde hace décadas y más décadas. Sin que el futuro asome.

Con discursos recurrentes de un poder que, como rabdomantes del desmadre, vuelven una y otra vez a plantar bandera. Siempre asoman. Algunas veces con la violencia directa con que arremeten los dictadores. Otras, más diluidas y tenues. Y algunas más, desde la exquisitez de una mesa rica en manjares en donde simplemente se desliza la idea como cuña en el cuerpo de la sociedad.

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