OPINION - NO HAY QUE VENDERLE EL ALMA AL DIABLO: DECIDÍ QUEDARME, POR GUILLE VILAR SUMARIO 1 - CUBA: OPINIÓN - NO HAY QUE VENDERLE EL ALMA AL DIABLO: DECIDÍ QUEDARME, POR GUILLE VILAR - GENTI...

OPINION - NO HAY QUE VENDERLE EL ALMA AL DIABLO: DECIDÍ QUEDARME, POR GUILLE VILAR

SUMARIO

1 - CUBA: OPINIÓN - NO HAY QUE VENDERLE EL ALMA AL DIABLO: DECIDÍ QUEDARME, POR GUILLE VILAR - GENTILEZA VIRTIN RED INFORMATIVA.


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De: Virtin Red Informativa

Fecha: Jueves, 01 de Enero de 2009 08:33 p.m.

Para: GACETILLAS ARGENTINAS - REDACCIÓN

Asunto: NO HAY QUE VENDERLE EL ALMA AL DIABLO: DECIDÍ QUEDARME, POR GUILLE VILAR

From: Alfredo VILORIA


VIRTIN RED INFORMATIVA

Decidí quedarme

Guille Vilar • La Habana

Vivir en la Revolución nos ha educado en el principio de que aunque la vida sea una sola, no hay que venderle el alma al diablo para obtener una cosa a cualquier precio, desesperadamente. Nosotros apostamos por la prédica de una ética como sociedad donde prevalece la inquietud del bienestar por todos antes que por el yo o por el mí.

Fotos: Kaloian (La Jiribilla) y Liborio Noval

No sé que habría sido de mi vida, si cuando vinieron a buscarme en una lancha, me hubiera ido para los Estados Unidos en ese turbulento verano de 1980. Quizás ahora podría clasificar como un yuppie más con la posibilidad de tener una mansión en el barrio exclusivo, un buen carro del año o mejor dos, claro, uno para mi compañera, además de ser el dueño de un gran yate para pasear por el Caribe en las vacaciones.


No dudaría en ahorrar un poquito porque desde niño he tenido fascinación por la equitación y por lo tanto me gustaría criar caballos de pura sangre. En cuanto a otros hobbies, por supuesto que tendría todos los CD y DVD de todos mis músicos preferidos además que trataría de no perderme ninguno de sus conciertos por caras que sean las localidades. Si nos guiamos por eso de que “como lo quiero, lo tengo”, pues entonces trabajaría  las horas que hicieran falta para lograrlo.


Pero en la concreta, es muy probable que a lo mejor no tuviera nada porque necesariamente no todos los que se van, lo consiguen. Lo único seguro sería la posibilidad real de partirme el alma por esa ilusión, pero conozco a alguien que lo ha alcanzado casi igual a lo contado,  alguien que intentó animarme para abandonar el país en el 80.

Sin embargo, decidí quedarme aquí, en la patria porque no comparto el criterio que el sentido de la existencia sea la acumulación de bienes materiales en la cuerda de que tanto tienes, tanto vales. Aquí en Cuba valoramos al ser humano por todo lo hermoso que tenga en su interior y sea capaz de ofrecerlo a los demás.

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Vivir en la Revolución nos ha educado en el principio de que aunque la vida sea una sola, no hay que venderle el alma al diablo para obtener una cosa a cualquier precio, desesperadamente.

Es preferible asumir la posición de preocuparnos por lo que podamos entregarles a los demás y no dejarte agobiar por lo que no tienes. Siempre hay muchos más necesitados que tienen menos que tú. En la Revolución hemos aprendido el valor que tiene mirar hacia atrás o debajo para pensar en cómo resolver los problemas de los otros.


Lo más fácil es mirar al Norte como destino final de nuestras angustias y jamás preocuparnos por el Sur como hacen los que tienen la visión, muy prepotente por cierto, que el problema de esos pueblos es porque se trata de gente muy atrasada y que no les gusta trabajar. El clásico “allá ellos”.

Nosotros apostamos por la prédica de una ética como sociedad donde prevalece la inquietud del bienestar por todos antes que por el yo o por el mí, decisión que para nada se debe a una mística religiosa sino simplemente refleja la actitud normal de cualquier cubano de nuestras calles.

Obviamente soy de los que no le interesa engrosar como inmigrante la bolsa de profesionales de ningún país desarrollado. Cualquier resultado de mi trabajo, prefiero volcarlo aquí, entre los míos. No quiero vivir en un país donde el modelo a seguir es llegar al lujoso confort de unos pocos.

Prefiero vivir en una nación donde nos despeñamos para que el confort se comparta entre muchos. No me interesa vivir en una sociedad enajenada por el consumismo. Reconforta con creces, estar del lado de la mayoría de los pueblos del mundo, esos de los que con miles de dificultades y necesidades, convierten cada día en una toma de conciencia para asegurar un porvenir de paz y de justicia para todos.

Enorgullece mucho formarnos como parte de un pueblo forjado en el sacrificio cotidiano. Periodista con más de 30 años de experiencia no solo en la prensa plana sino también como director de programas tanto en la radio como en la televisión, no pocos se preocuparon de verme partir hacia el trabajo en bicicleta, como que por qué un profesional como yo, no tenía un automóvil. Con la mejor de mis sonrisas, les respondía que la mayor riqueza estaba en trabajar para ellos.

Ser cubano de a pie, permite compartirnos en ese universo enriquecedor que significa viajar en los ómnibus de la ciudad y donde alguien, sin mencionar su nombre, nos reconoce para expresar agradecido que persigue los programas donde aparecemos en los créditos. ¿Habrá algún premio especializado de la crítica que provoque en uno semejante impacto? Lo dudo.

Ya he perdido la cuenta de los conciertos o videos clip de artistas extranjeros que el pueblo cubano no hubiera conocido de no ser por la decisión cultural de trasmitirlos en la televisión como respuesta revolucionaria al bloqueo del gobierno norteamericano contra nuestro país y sus implicaciones en el terreno artístico.


Participar de tal acción, ennoblece como en pocas ocasiones. A la vez cuánto regocijo nos colma por haber colaborado para que en nuestros escenarios  haya actuado luminarias de la música  contemporánea como Rick Wakeman o Audioslave, con el deseo infinito que fueran los primeros de todo un desfile de personalidades del mundo que este pueblo se merece disfrutar.

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Han pasado 50 años desde que fuimos marcados por el resplandor naciente de esta Revolución donde descubrimos maravillas por el secreto de dar antes que recibir. Nos reconocemos en la grandeza del gesto de ¡Dime qué hace falta hacer! con la certeza que movimientos sociales de semejante magnitud se convocan sin permiso de burócratas y delimitadores de las primaveras.

Desde aquella noche del 8 de enero del 59, que en los hombros de mi padre, vi entrar a nuestra capital los tanques con los barbudos de Fidel, también he visto el desgarrador desfile de seres queridos y amigos que escogieron el camino de la emigración. En tal sentido, estoy en eterna deuda con la voluntad de mis padres de no abandonar jamás a Cuba.


Gracias a ello, he podido convivir con situaciones, medidas y momentos recogidos por una brillante e intensa luz que al atravesar cada poro de la piel nos entrega la convicción de ser todos una partícula componente de ese acontecimiento trascendental que es la Revolución Cubana.

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