Gente de armas (APE). Gente de armas (APE)       Por Silvana Melo    (APe).- El hospitalito vecinal está pintado de verde. Apostado en el sur, en un barrio de Ave...

Gente de armas (APE).

Gente de armas (APE)


 


 


 


Silvana Melo 2


Por Silvana Melo   



(APe).- El hospitalito vecinal está pintado de verde. Apostado en el sur, en un barrio de Avellaneda que coquetea con la Ciudad Autónoma, tiene un pasado con luces de gloria, como suelen ser ciertos pasados en esa suela del mundo. Consultorios externos, internación, servicio de ambulancias, toda una parafernalia que fue decayendo con la desventura del país. Hasta que comenzó a cerrar puertas y lo que quedó, quedó ahogado, en un rincón del edificio. Pintado de verde. La mayor parte de su infraestructura hoy es el bunker de la Gendarmería en este retazo sur del conurbano. Donde era la sala de internación viven y duermen medio centenar de gendarmes (gente de armas, como nace el nombre desde aquel origen francés). Donde era el garaje de las ambulancias hoy bufan por la mañana los móviles oliva de la fuerza de fronteras. Que hoy –hace un año ya- patrullan otros límites: los de la gente de bien y los de los cesanteados del sistema. Los de la clase media horrorizada por el cadaverío que los medios masivos gustan de depositarles cotidianamente en el mantel de la cena. Los de las rejas, las alarmas y las cámaras que comercializa el sistema después de encerrar en sus cárceles a cielo abierto (SIC Alberto Morlachetti) a la chatarra de piel, huesos, historia y condena. Esos límites que hoy patrulla la Gendarmería son aquellos que la chatarra de piel, huesos, historia y condena suele forzar a sangre y violencia para reconquistar, desde la oscuridad, alguna sobra de lo que les pertenece.


Se los ve caminando en grupos, seguros en su estrategia gregaria. Llevan armas largas y se paran en las esquinas. Ahuyentan a los pibes que se sientan a fumar en los cordones. Los espantan para adentro, lejos de las avenidas. Los empujan a palos a lo oscuro, lejos de la vista de los buenos. Es loco el sur. Tan peligroso es, tan abundante en el piberío que nació en oleadas a pesar de las crisis y el hambre, que hay que plantarles no sólo a los guardianes de las fronteras. Por las orillas envenenadas del Riachuelo la Prefectura Naval detiene a los morochos, a los sobrevivientes y a los chicos que se dejan un sembradío de pelo en el medio de la cabeza y se rapan en los laterales. Son 9.000 gendarmes en todo el conurbano -el 40% de los de todo el país-, más 56.000 policías bonaerenses, desafiados por la respuesta visceral del poder político ante las urgencias de la clase media que exige resguardo de su seguridad. La propiedad privada como valor es infinitamente más fuerte y excelso que el de la justicia. Que el de la dignidad. Que el de la vida.




Un pibe de 15 que se peina como Neimar pero camina en las calles de Lomas del Mirador, que lee pero no entiende, que no nutrió sus huesos con el calcio suficiente, que es acechado por el paco, por la policía que lo quiere ladrón para el poder o desaparecido, por la muerte (la propia o la ajena) como puerta de escape a la nada. Un pibe de 15 que no tiene dónde tirarse a dormir tantas veces. Ese pibe es víctima de una inseguridad brutal. Pero la Gendarmería no lo defiende. Lo estigmatiza. Lo reprime. Lo expulsa.


La policía bonaerense, brazo eficaz del poder político para disciplinar aquello que sobra, apila los muertos de su feroz autonomía. Pero no sólo: además acopia negocios en sociedad con la política y el delito. Quienes no tuvieron jamás el coraje -ni la decisión seria- de transformar el aparato represivo y corrupto vestido de sagrada institución, optaron por asociarse a él. Después de todo, se necesitan violentamente.


El problema es que demasiadas veces el discurso reivindicativo de la política habilita el gatillo ligero y los negocios y la muerte tocan la atrocidad. La fiesta gatillera, las bandas mixtas que aparecen inexorablemente en los más resonantes crímenes y los pibes asesinados de los últimos años terminan rozando el límite de lo defendible en el discurso. Momento clave para decantar la feroz interna que busca recortar poder al Gobernador y a su Ministro y Agente Penitenciario de Seguridad, el hombre de la gélida mirada. En enero de 2011 Nilda Garré le plantó a Daniel Scioli 6.000 gendarmes, que en la suma del tiempo fueron 9.000. Es decir: le intervino políticamente la Provincia, le envió a los especialistas en la represión de las puebladas del norte y del sur y dejó las fronteras con la desnudez que invita a la vejación. Por los límites confusos entra y sale, tal vez, la condena de los años que vienen. Sumado a lo que se cocina en las barriadas, a la vista de punteros y policías.


Ni a Garré ni a Scioli -mucho menos al Ministro y Agente Penitenciario de Seguridad- se les ocurre poner el pie en los tres grandes problemas de la seguridad de la gente (de toda la gente. La incluida y la expulsada): la desigualdad y la injusticia atroces, matrices de la violencia y de la abolición del futuro. El negocio defensivo de alarmas y cámaras de vigilancia regenteado por dos nombres de sonoridad pública. Y la policía, aparato disciplinador y maquinaria de terror que mantiene en pie la metodología de la dictadura.


No sólo no se tocó a la vastedad uniformada bonaerense sino que se sumó a 9.000 gendarmes para darle otro color al paisaje turbio del conurbano. Ahí caminan de a cinco o seis. Interpelan. Acorralan. Exigen documentos.


En un retazo del sur, el hospitalito vecinal de un barrio de Avellaneda ya está pintado de verde. A cierta vecindad la deja más tranquila el grupo de trajes verdes con armas alerta en la esquina que la salud cercana. La seguridad de la fuerza que la seguridad del dolor aliviado.


A los demás, a los pibes que vagan tratando de resistir, no existe seguridad que les sea concedida. Sólo una condena temprana que a veces, sólo a veces, logra tejer las hilachas de una alborada.

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