Alitas flacas (APE) Alitas flacas (APE) Por Silvana Melo      (APe).- De vez en cuando el hambre -que es un inquilino persistente- pega un salto y queda puesto ...

Alitas flacas (APE)

Alitas flacas (APE)


Por Silvana Melo   


 


(APe).- De vez en cuando el hambre -que es un inquilino persistente- pega un salto y queda puesto a la luz, en tiempos en que se pagan las deudas hacia fuera con reservas.

En tiempos de prioridades claras -ser un buen deudor maquilla mejor la cara vuelta hacia el mundo que recortar hasta el mínimo las hambres de los pequeños compatriotas- como un flash aparece en los medios masivos que nueve millones de chicos tienen panza vacante en la Argentina. Y que unos cuantos miles se mueren al año por desnutrición. Bastante más de lo que mata la delincuencia. Bastante más de los que mueren bajo la bala o el cuchillo de su vecino o pariente. Pero el hambre suele ser apenas un flash. Y la sangre se pasea como invitada central todo el día por todas las pantallas.

Hay muertes y muertes. Como hay prioridades. Pero es tan criminal una como la otra. Es un crimen tan crimen dejar morir a un niño por hambre y su ejército de consecuencias como el gatillo apretado hacia una espalda. Los dos pueden no suceder si alguien -o alguienes- decide que va a evitarlos.

Pero en todas partes hay prioridades y se opta con precisión inexorable. El Estado prefiere utilizar fondos acumulados en el Banco Central para deshacerse de endeudamientos externos. Opta por no utilizarlos con intención de distribuir los recursos con justicia, aumentar el universo y la cifra de la asignación por hijo y provocarle al hambre una encerrona y un susto considerables.

Son prioridades. Los grandes multimedios optan por difundir hasta la descompostura, el desconsuelo y la paranoia un crimen. Y cajonear el otro. Porque uno permite cobrar más caro el segundo para los azorados boquiabiertos que miran para temer. Y el otro provoca la mudanza hacia pantallas de crímenes contantes, sonantes y sangrantes.

Hay que saber lo que es cuando el hambre duele en la panza. Una definición estricta es la sensación que indica la necesidad de alimento. El glucógeno, la reserva de energía que guarda sabiamente el hígado para ocasiones fortuitas en que no se come, comienza a escasear. Entonces la panza duele de a puntadas, de a contracciones. Cuando no se come por días -o se come muy poquito- comienza a doler todo el tiempo.

Cuando un pibe se muere por desnutrición tiene que punzar en el vientre entero del país.


El Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina pone sobre la mesa los números: el 53 por ciento de los chicos de hasta doce años pertenece a un hogar con problemas para cubrir sus consumos mínimos de alimentación, vestimenta, salud y servicios básicos. Cruzados los datos con las cifras poblacionales del INDEC, surge que nueve millones de niños pasan hambre en un país con alimentos para 400 millones de personas. Que miles se mueren al año por desnutrición. En el país de la carne y los cereales.

La peor de las paradojas. La más cruel de las contradicciones. La foto brutal de las prioridades. De las panzas que duelen. Y de las que no.

La FAO asegura que la Argentina, con el 0,65 % de la población mundial, produce el 1,61% de la carne y el 1,51% de los cereales del mundo. Puede dar de comer a dos Argentinas. Pero una partecita se indigesta con manjares y el resto mira el banquete desde la calle.

Las prioridades y la equidad pasan por la vereda de enfrente de las necesidades de los niños. La asignación por hijo es estrecha y exigua. Exige la escolaridad para acceder a ella y las aulas han comenzado a poblarse de pequeños desertores asombrados que se asoman a ese terreno desconocido. Pero la provincia de Buenos Aires vuelve a recortar los cupos en los comedores a partir del 5 de abril. Asegurando que la asignación por hijo podó  la pobreza y muchos pibes ya no necesitan comer en la escuela. A pesar de que los más desechados, los más excluidos, han empezado a volver. Por pura necesidad.

Un perfecto círculo de falacias que quedará tatuado en el plato escaso, como la flor tribal en la piel.

Y empezamos a tener miedo. Mucho miedo. De que al futuro le duela la panza con el dolor de los nueve millones.

Y que al final, tenga las alas demasiado flaquitas como para llegar hasta aquí.

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