Navidades eran las de antes Por Horacio Mantiñán   Mis tíos, hermanos de mi vieja, vivían en Bernal, Quilmes, en la provincia de Buenos Aires en la misma casa a la q...

Navidades eran las de antes

Horacio Mantiñan

Por Horacio Mantiñán

 

Mis tíos, hermanos de mi vieja, vivían en Bernal, Quilmes, en la provincia de Buenos Aires en la misma casa a la que vinieron con mi mamá desde Santiago del Estero durante alguno de los primeros gobiernos de Perón. A pocas cuadras de la avenida Calchaquí y a algunas más de Camino General Belgrano a la altura de Zapiola, para ser algo más preciso. Pasábamos las fiestas una en casa de ellos y la otra en la nuestra con mis abuelos paternos. Y esa Navidad de 1975 no fue la excepción.

Tenía diez años y la verdad es la Navidad que más recuerdo. Era la tarde de alguno de esos  días, hoy se  que fue el 23, y oímos  como siempre muchos cohetes y explosiones que venían de todo el mes pero eran más fuertes que las de siempre.

Salimos a la vereda y de repente sentimos que el cielo se abría por el tronar de un helicóptero y mi viejo dijo que eso no eran cohetes sino tiros, y mi tío estuvo de acuerdo. El helicóptero pasó muy bajo, al igual que otros dos que iban desde el río para el lado de Camino General Belgrano, pero muy cerca de la casa de mis tíos. Iban a Monte Chingolo, al batallón 601 de Comunicaciones.

Los disparos y explosiones no pararon en toda la noche... El ERP había decidido tomar por asalto el Batallón.

Movilizó alrededor de 150 cuadros y militantes y otros tantos del PRT que tenían por objetivo evitar o demorar que se acercaran otros efectivos del Ejército cortando varios accesos a la zona. Los ¨perros¨ iban al mando del capitán Abigail Attademo pero bajo la directa dirección política de Santucho. El primer responsable del operativo, el comandante Pedro Juan Eliseo Ledesma, había sido chupado por el ejército pocos días antes. Pensaban recuperar alrededor de 20 toneladas de armamentos: 900 FAL con 60.000 tiros, 100 M-15 con 100.000 tiros, seis cañones antiaéreos automáticos de 20 milímetros, quince cañones sin retroceso, Itakas con sus proyectiles y 150 subametralladoras. El ERP venía muy golpeado. Aparte de las armas era un golpe de efecto político, y seguro su razón primordial.

Los frentes sindical, estudiantil, militar e incluso el frente legal para mediados del ’75 prácticamente, por la represión estatal y los infiltrados, habían dejado de existir o estaba en vías de hacerlo. Días antes del intento de toma caían trece dirigentes del área de Logística y entre ellos  el comandante Pedro Juan Eliseo Ledesma encargado de la operación. A pesar de esto, el ERP decidió seguir en pie con el ataque.

La desesperación empezaba a reinar, pero cuando algo empieza mal seguramente terminara mal. Los estaban esperando. Durante las 8, 9 horas que duró el combate 150 compañeros - militantes, llegaron a tomar casi el 70% del batallón enfrentándose a 3500 efectivos que los estaban esperando parapetados con armamento pesado y apoyo aéreo. Eran cuatro regimientos de tierra, dos de aire, la Policía Provincial y la Federal Los militantes del ERP fueron masacrados.

Despuntando el día de ese caluroso 24 de diciembre las imágenes eran dantescas. Casi una película de alguna ciudad bombardeada en la Segunda Guerra Mundial. Árboles desgajados por la furia del combate. Maceteros descuajeringados. Paredes acribilladas por ráfagas. En una de ellas, una inmensa mancha de sangre con restos humanos pegoteados. Era  un guerrillero del ERP que había sido atado a la trompa de un Carrier del ejército y estrellado contra el muro de ese depósito del Batallón de Arsenales "Domingo Viejobueno".

Varios cuerpos de adolescentes casi sin terminar se toparon con la muerte. El calor los descomponía aceleradamente. Se imponía el olor a muerte. Y el dolor. Luego de repeler el ataque los militares empezaron una caza de brujas brutal buscando a los guerrilleros que no pudieron matar o capturar, por todo el barrio y los alrededores.

Cerca del Batallón estaba una villa miseria llamada IAPI y lo hicieron con tal violencia que aún hoy gente que habitaba en el lugar, teme hablar. Los helicópteros ametrallaron directamente las chapas que hacían de  paredes. Ni se molestaban en entrar a revisar quien había tras ellas. No se sabe la cantidad de muertos y heridos que hubo entre los habitantes del barrio. Cuarenta tal vez asesinados, nadie los recuerda ni sabe sus nombres. Una nena de cuatro años degollada por una esquirla. A otra, de once, una ráfaga le borró el pecho y la vida. Entre tanto en el Batallón el grueso de los cuerpos había sido retirado. Posiblemente no habría más de ocho o diez alineados en un potrero.

Lonas o telas crujían al despegarse de la sangre coagulada, casi como resistiéndose a revelar la cara del horror. El ruido de los enfrentamientos había dejado lugar al de los zumbidos de las moscas que estaban haciéndose un festín.

De los 62 muertos o desaparecidos en el asalto  solo alrededor de 20 lo fueron en combate. Los otros, más de 40, fueron capturados vivos, torturados, mutilados. Les quemaron los dedos con ácido para que no fueran reconocidos, y muchos arrojados en una fosa común en un cementerio al igual que a los muertos en combate. Muchos cuerpos aún no han sido encontrados o, por la saña con que fueron tratados, no pudieron ser reconocidos.

¿Cómo se enteraron en Inteligencia del Ejército del intento de asalto? Entre las filas del ERP había un soplón, el Oso Ranier, que ganaba mensualmente la suma de 1.200.000 pesos, pagados por los militares, y que por entregar la operación de Monte Chingolo recibió 30 millones de pesos adicionales. Pesaron sobre él, en el posterior juicio revolucionario que le hizo la organización, las detenciones, desapariciones y ejecuciones de muchos militantes, la entrega de talleres de armamentos y automotores, las cárceles del pueblo de Pilar y Florencio Varela, un depósito de propaganda y la acción del Batallón 601. El 13 de enero de 1976 un Tribunal Revolucionario del ERP condenó a Jesús Ramés Ranier, el Oso, por "traición a la revolución y delación al enemigo". La pena era una sola: la muerte. La sentencia del Tribunal Revolucionario era aleccionadora: "La justicia popular tarde o temprano descargará su fuerte brazo sobre los criminales contrarrevolucionarios, sobre todos los que realizan crímenes contra el pueblo". Mientras tanto el Comandante Juan Eliseo Ledesma, el "Comandante Pedro", que conocía todo el operativo al dedillo y que había caído con otros oficiales del ERP días atrás, en los momentos que el traidor entregaba a tantos militantes agonizaba destripado en las mazmorras de Campo de Mayo, pero aún así sin traicionar a sus compañeros. Monte Chingolo fue la mayor batalla de la guerrilla pero los muertos, torturados, desfigurados, masacrados, están en las listas de los 30.000

A ellos los mataron antes del golpe pero se lo hicieron los mismos asesinos, el mismo estado patronal. Fue en democracia, con el gobierno de Isabel Perón al que apoyaban los Moyano desde la Juventud Sindical Peronista. Incluso cierta izquierda, si así se la puede llamar, se niega a reivindicarlos o lo hace de palabra, porque no comparten los métodos de la guerrilla. Yo tampoco los comparto pero eso no hace que me olvide que dieron su vida peleando por una sociedad más justa, que creían en lo que estaban haciendo

Con el diario del lunes en la mano y los resultados puestos muchas veces me pregunto donde estaría si nacía 7, 8 años antes. Ahora, con mi ideología a cuestas quiero creer que si podía me hubiera replegado en mi fábrica, mi barrio, que seguiría creyendo que la clase obrera es el camino y no un grupo armado, aunque actúe con las mejores y valientes intenciones, o que tal vez hubiese tenido que irme del país, o por ahí muerto. La verdad es que no lo se. Lo que sí se es que para mí los caídos en el asalto al batallón Viejobueno también son mis compañeros. Que los mató el mismo estado burgués que mató a los 30.000. Que la justicia y el castigo popular también lo quiero para ellos y sus asesinos y torturadores. Ellos también son mis hermanos, los mató el capitalismo contra el cual combatieron y combato. En 1975, a mis 10 años, seguro esperaba a Papa Noel pero Navidades eran las de antes.

Hoy prefiero esperar a otro Viejobueno antes que a Papá Noel.

Estos son los nombres y las edades de los caídos en el asalto o tras él: Daniel Barbate, 21 años; Francisco Blanco, 21 años; Hugo Boca, 17 años (JG); Carlos Bonet Aída Bruchstein, 24 años; Alejandro Bulit, Roberto Cejas, 22 años; Carlos Cingualbe, 28 años; Hugo Colautti, 32 años; Jorge Correa, 19 años; Carlos Crespo, Francisco Cuello, 31 años; Eduardo Delfino; Nelly Enatarriaga, 31 años; Eduardo Escobar Bustos, 23 años; Orlando Fabián, 24 años; Norma Finocchiaro, 25 (embarazada, asesinada a culatazos); Ernesto García, 20 años; Silvia Gatto, 24 años; Angel Gonzalez, 25 años; Tristán Guanziroli Ismael Islas Ibarra, 50 años; Mónica Lafuente, 21 años; Vicente Lasorba, 25 años; Ana María Lezcano, 25 años, embarazada, detenida con vida apareció en el Riachuelo con un compañero no identificado; Ana María Liendo, 25 años; Omar Lorenzo Rodríguez; Carlos Machado, 23 años; María Marabotto de Escobar, 16 años (JG); Alejandro Mastrogiovanni, 24 años; Luis Menéndez, 27 años; Rubén Mensi, 21 años; Ismael Monzón, 19 (JG); Víctor Mosqueira, 19 años; Carlos Oroño, Cristóbal Paredes; Guillermo Ramos Berdaguer, 21 años; Nancy Rinaldi, 25 años; Guillermo Salinas, 35 años; Humberto Salvador, 22 años; Carmen Sánchez, 20 años; Miguel Sánchez, 24 años; Guillermo San Martín, 23 años; Abel Santa Cruz Melgarejo, 21 años; Gastón Schottenfeld, 19 años (JG); Rodolfo Siba; Luis Sportuno, 20 años; Carlos Stanley, 22 años; Roberto Stegmayer, 31 años; Enrique Tauil, 26 años; Claudio Tisminetzky, 21 años; Juan Carlos Valencia, 43 años; Víctor Vázquez Valdivia, 30 años y nueve compañeros sin identificar. Los 62 caídos en el Asalto al Batallón Viejo Bueno ¡ Presente !

No hay comentarios. :

Publicar un comentario