Por Norberto Ganci, Director de "El Club de la Pluma"
Según una frase que circula en las redes sociales: “…y el miedo fecundó la ignorancia, tuvieron un hijo, lo llamaron religión…” ella nos impulsó a reflexionar sobre cierta masificación de desconocimientos, de saberes, sobre un preocupante e histórico adormecimiento de conciencias.
Si tomamos como partida el tema calendario como eje en relación a imposiciones que, por más que nos lo quieran explicar, no son culturales, sino que son paradigmas impuestos para el ejercicio del poder. De última tal vez tenga que ver con una negación y ocultamiento de saberes culturales preexistentes, para suplantarlos por otros.
En gran parte del planeta la vida se desarrolla, en derredor de una consecución interminable que nos establecen horas, días, meses, años como encorsetamientos sumamente compactos, en los cuales tenemos que acomodar y justificar nuestra existencia.
A propósito de esto, el tema del tiempo, de cómo lo registramos, cómo lo contamos, cómo lo tomamos en cuenta, bien vale recurrir a un fragmento de la obra de Eduardo Galeano “Los Hijos del Tiempo”, donde en referencia al 1º de enero expresa: “…Hoy no es el primer día del año para los mayas, los judíos, los árabes, los chinos y otros muchos habitantes de este mundo.
La fecha fue inventada por Roma, la Roma imperial, y bendecida por la Roma vaticana, y resulta más bien exagerado decir que la humanidad entera celebra este cruce de la frontera de los años.
Pero eso sí, hay que reconocerlo: el tiempo es bastante amable con nosotros, sus fugaces pasajeros, y nos da permiso para creer que hoy puede ser el primero de los días, y para querer que sea alegre como los colores de una verdulería…” (1)
Galeano afirma que de alguna manera la forma en que se registra el transcurso del tiempo no es lo mismo en diferentes partes del planeta, en diferentes culturas.
El Dr. Antonio Dubravcic Luksic en su trabajo “CONCEPTO DEL TIEMPO”, Según Las Culturas (2), brinda datos que poco tomamos en cuenta, como por ejemplo que: en Egipto, cuatro milenios antes de Cristo conocían “…el año solar de 365 días, con 12 meses de 30 días y 5 complementarios. El inicio del año estaba determinado por la primera aparición en el amanecer de la estrella Sirius, este acontecimiento coincidía ordinariamente con la crecida del río Nilo…” Como así también que en: “Babilonia, 500 años a de C. el astrónomo Naburiano, calculó la duración de un año en trescientos sesenta y cinco días, seis horas y quince minutos. De Babilonia hemos heredado la semana de siete días, la hora de sesenta minutos, y el minuto de sesenta segundos…” (2)
Por otra parte Luksic nos ilustra que: “Los griegos, establecieron en el año 776 a. de C. un calendario luni-solar que contaba con 12 meses de 29 y 30 días alternativamente (…) El calendario judío es de tipo luni-solar, según Samuel, tiene su origen en la creación del mundo, corresponde al año 3761 antes de Cristo, comienza con la conmemoración de la salida de Egipto (…) El calendario Musulmán, tiene su origen en Hégira, marca la huida de Mahoma de la Meca a Medina en el año 622 de la era Cristiana, consta de 12 meses lunares de 29 y días alternativamente (…) En China el conocimiento de la astronomía se remonta al siglo IX a. de C. (…) Los Mayas en el tercer milenio a.C., tuvieron un desarrollo astronómico polifacético, muchas de sus observaciones han llegado hasta nuestros días…” (2)
Todo lo brevemente expuesto afirma lo que Galeano sostiene en su obra.
A partir del Papa Gregorio XIII se introduce el calendario que hoy conocemos como “gregoriano” y que comienza a tomar cuenta desde el supuesto día de nacimiento de Cristo. Decimos supuesto porque hay varias versiones que discuten con diversos fundamentos la fecha precisa de ese hecho.
Con lo que hoy conocemos como Occidente se introdujo, para expresarlo amablemente, una noción del tiempo que desprecia, ignora todo lo acontecido antes de lo impuesto.
Mucho de ello tuvo su apoyo en el desconocimiento, en el temor que éste genera. Con ello no sólo se ha pretendido borrar memoria, también derechos y heredades. La conveniente imposición de una acotada noción del tiempo transcurrido, es similar a los dictámenes que en algún momento se establecían en los claustros académicos, donde por ejemplo en artes plásticas no se tomaban en cuenta los registros de pinturas rupestres diseminados por nuestros territorios.
Ello nos transmitió puntos de partida ajenos, diferentes. Nuestros predecesores con sus saberes y costumbres, quedaron sepultados ante el temor que impusieron la cruz y la espada. Pero fundamentalmente la cruz, ante la cual debían hincarse para rendir tributo y obediencia a un dios que no era el concebido en milenios anteriores.
No podemos negar que ese tema del temor y la ignorancia también están vinculados a otras deidades y sus ritos sagrados. Pero ello no es justificativo para la invasión y el genocidio que luego procedieron.
Tomar en cuenta todo aquello que nos fue negado como conocimiento, recuperando la memoria sobre todo aquello que nos viene empujando desde el profundo fondo de los tiempos, es necesario e imprescindible para reconocer orígenes y saberes, también para comprender aquellas particularidades que nos diferenciaban.
Hay una tarea aún más profunda en la recuperación de la memoria, que nos debería convocar para desprendernos de aquellas herencias impuestas a sangre y fuego, con temor e ignorancia; una tarea imprescindible de revalorizar con sus miserias y aciertos, con sus olores y colores, todo lo que han pretendido hacer desaparecer debajo de una foránea religión.
Así como a los conceptos científicos, filosóficos, artísticos, etc. nos los impusieron con una mirada y pensamiento hacia otras fronteras, también lo hicieron con las creencias, y en el mejor de los casos “permitieron” mixturarlas con adoraciones y costumbres locales.
El inicio de un nuevo almanaque gregoriano, no es el inicio de una nueva vida. La nueva vida, si queremos reconstruirnos, reencausarnos, comienza dentro nuestro, sin fechas precisas, sin días claves. Nosotros desde adentro somos la clave para revolucionarnos, a decir de Krishnamurti, desprendiéndonos de aquellas imposiciones con las que han pretendido borrarnos la memoria. Sin memoria los valores se diluyen y los saberes se pierden.
Hagamos el esfuerzo de iniciarnos cada uno de nosotros, en el momento que elijamos, para re-crearnos en seres con toda la historia que seamos capaces de recuperar, y así sembrar la esperanza de lograr desde lo individual a lo colectivo, ese Hombre Nuevo del que nos hablaba El Che.
Que así sea.
Notas, referencias y material consultado
(1) https://www.mediafire.com/view/?62wcs2c42xzm99f
http://www.contracultura.com.sv/los-hijos-de-los-dias-1-7-de-enero
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