Por Manuel E. Yepe *
Foto: Virgilio Ponce
“Las guerras estadounidenses del siglo XXI acaban sin desfiles triunfales ni lluvias de confeti. Estados Unidos se retiró hace 3 años de Irak sin cumplir los objetivos que se propuso con la invasión de 2003. Y recién ha concluido la misión de combate en Afganistán -la guerra más larga de la historia de EE. UU., más que la Segunda Guerra Mundial y que Vietnam- con una ceremonia discreta en Kabul, un comunicado del presidente Barack Obama y los talibanes celebrando la derrota de los aliados. La era de las victorias de la primera potencia ha terminado”.
Así lo observa, en artículo publicado en el madrileño El País, el periodista estadounidense Marc Bassets.
“La guerra en Afganistán ha terminado en el mismo sentido en que terminó la guerra de Irak en 2011. Es decir, en realidad no ha terminado. Los norteamericanos se marchan pero la guerra sigue”.
Desde el 1º de enero de 2015, no serán EE. UU. y sus aliados de la OTAN los que combatirán a los talibanes en Afganistán porque éstos serán enfrentados por las fuerzas armadas afganas, aunque una misión de 11.000 militares estadounidenses permanecerá allí entrenando a los afganos y participando en operaciones contra terroristas.
“El temor a que una brusca retirada permita a los talibanes recuperar la capital, Kabul, luego de 13 años de la intervención de EE. UU., ha llevado a Obama a posponer la fecha de retirada hasta 2016. Mil soldados más que los previstos seguirán en Afganistán y el contingente norteamericano dispondrá de un margen mayor de tiempo para preparar la lucha contra los talibanes y Al Qaeda”, explica Bassets.
Pero el Afganistán que EE. UU. empieza a abandonar no es un país estable. Allí murieron en 2014 unos 5.400 soldados y policías afganos -la cifra más elevada desde que comenzó la guerra- y más de tres mil civiles afganos, la mayor cantidad desde 2008, cuando la ONU comenzó el recuento de las bajas civiles.
“EE. UU. empieza entonces a digerir una década bélica con el regreso de los veteranos y el debate sobre la incapacidad para ganar que padece el ejército más potente del mundo”. Desde 2001, en Afganistán han dejado la vida 2.224 militares norteamericanos y 19.945 fueron heridos. En Irak murieron, entre 2003 y 2011, 4.491 norteamericanos y 32.244 resultaron heridos.
“Depresión, ansiedad, pesadillas, problemas de memoria, cambios de personalidad, pensamientos suicidas: cada guerra tiene su posguerra, y así ocurrió con las guerras de Irak y Afganistán, que dejaron quinientos mil veteranos norteamericanos mentalmente heridos”, consigna el periodista David Finkel en su libro "Gracias por sus servicios", citado por Bassets.
La avalancha de heridos engrosó las listas de espera en los hospitales de veteranos. El regreso, como ocurrió después de la guerra de Vietnam, no fue fácil. Cerca del 7,2% de veteranos de Irak y Afganistán carecen de empleo, proporción superior a la media nacional.
Según Bassets, la diferencia con la experiencia de Vietnam es que, contrariamente a aquella, los veteranos no encuentran hoy en su país una acogida fraternal, porque Vietnam marcó el fin del reclutamiento obligatorio y su carácter profesional desde 1973 abrió un abismo entre los militares y el resto de la sociedad.
EE. UU. inició la llamada “guerra contra el terrorismo” como respuesta a los atentados de 2001, pero durante estos años no ha vivido como un país en guerra. Menos del 1% de norteamericanos ha combatido en Irak y Afganistán.
Los combates se han sentido como algo lejano, exótico. Unos meses después del 11 de septiembre de 2001, “aunque el país en la práctica estaba en guerra, la nación empezó a comportarse como si estuviese en paz”.
“Hoy, antes del 11-S, los estadounidenses dicen preocuparse por los soldados, pero su preocupación no llega hasta el punto de impedir que el país se comprometa en guerras innecesarias e imposibles de ganar”.
La profesionalización de los ejércitos permite a los políticos embarcarse en guerras sin asumir su costo social porque las consecuencias las sufre una parte ínfima de la población.
“¿Por qué los mejores soldados del mundo siempre pierden?”, titula el periodista James Fallows un artículo publicado en el último número de la revista "The Atlantic", donde lo atribuye a que EE. UU. se embarca en “guerras sin fin que no puede ganar” a causa de la distancia entre civiles y militares.
“El objetivo, en Irak y en Afganistán, ya no es ganar, sino evitar daños mayores. Y el plazo es flexible. En Afganistán es 2016. En Irak fue 2011, pero este verano los avances del Estado Islámico han forzado a EE. UU. a regresar. Si las guerras del siglo XXI acaban sin desfiles y confeti, es porque nunca concluyen totalmente”, finaliza Marc Bassets.
* Periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana y miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.
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