Imágenes a los Noventa: Fidel, la fe y la confianza de clase (Dialogar Dialogar) Por Felipe de J. Pérez Cruz Nuestros adversarios critican la fe y confianza, que profesamos los cubanos y cubanas revolucionarios a Fidel...

Imágenes a los Noventa: Fidel, la fe y la confianza de clase (Dialogar Dialogar)

Che y Fidel en plena Revolución

Felipe Perez Cruz 2

Por Felipe de J. Pérez Cruz

Nuestros adversarios critican la fe y confianza, que profesamos los cubanos y cubanas revolucionarios a Fidel Castro Ruz. Nos dibujan como un pueblo de adoradores acríticos, incultos y obnubilados. Algunos intelectuales de la centro - izquierda occidental y sus amanuenses colonizados en el Sur, aparentemente más “condescendientes”, nos piensan víctimas de un mecanismo de mitologización de masas. Hay tanta manipulación en la historia política mundial, tanto descreimiento acumulado, que existen muchas personas que no pueden entender, lo que sentimos por Fidel la inmensa mayoría de los que vivimos en el archipiélago.

La “fe” que le profesamos los cubanos y cubanas a Fidel Castro Ruz, entendida como instinto de clase, objetividad y memoria histórica, y definitivamente confianza en su liderazgo de presente y proyecto futuro, resulta un componente sustancial de la Revolución Cubana.  No se puede entender el hecho histórico de la relación líder - masa, sin atender esta realidad de la subjetividad revolucionaria.

Los enfoques de dogma

No ayudan a la comprensión de la realidad, los enfoques de dogma, que a falta de estudios, afloran con bastante frecuencia en espacios propagandísticos dentro de la propia Revolución. Tal pareciera -según cierta historia teleológica de la Revolución-, que Fidel fue siempre considerado un iluminado, atendido y seguido por todos, y que la rebelión trascurrió por unanimidades entre los líderes y combatientes de las distintas organizaciones. El Fidel de las dificultades, frente a incomprensiones, disensos y traiciones, el hombre que reencarnó a José Martí en la tarea gigante de forjar la unidad ideológica y política de todos los patriotas, permanece en la sombra.

La verdad histórica está, en que después del asalto al Moncada, luego de la cárcel, el desembarco del Granma y la reorganización de la guerrilla, no pocos de los principales líderes políticos revolucionarios, dentro y fuera del Movimiento Revolucionario “26 de Julio”,  aún dudaban de la estrategia y capacidad de Fidel. Lo mejor de la izquierda nacionalista y marxista criolla, no le negaba heroísmo, respeto y simpatía al joven líder, pero marcaba un crítico distanciamiento táctico-estratégico, pues su actuación no correspondía con la visión “racional”, “científica” y políticamente correcta de los teóricos de la revolución de la época. Súmese que el arrojo y la audacia que no querían ni podían emular los politiqueros burgueses, se catalogaban de “locura”. Y el origen de Fidelcomo hijo de “terrateniente”, marcaba el prejuicio para los defensores del obrerismo a ultranza.

No es hasta la reunión de los Altos de Mompié, en la Sierra Maestra, el 3 de mayo de 1958, luego del fracaso de la Huelga General del 9 de abril de ese año, que dentro del Movimiento “26 de Julio” vencen las reticencias, y reconocen a Fidel en el doble cargo de Comandante en Jefe de todas las fuerzas rebeldes y Secretario General de la organización.

Para unos y otros interlocutores, fue decisivo el hecho de que Fidel marcó el camino, marchando a la vanguardia, con pasión, honestidad, vergüenza y resultados tangibles.

Con los cubanos y cubanas humildes

La reconstrucción histórica prueba de manera inobjetable, que fue entre los cubanos y cubanas más humildes, donde Fidel encontró sus primeros, más firmes y aguerridos seguidores, en un proceso de crecimiento e intensa comunicación, que tiene sus primeros episodios en los lazos que forja muy joven, con los trabajadores de servicio del habanero Colegio Belén, relación que le abrió el cercano barrio obrero de Puentes Grandes.  Egresado como abogado en 1950, devino en defensor de los derechos de los trabajadores y pobladores más humildes, y fue calando en el respeto y la sensibilidad de su pueblo. Fidel en 1951 vence en su primera batalla política electoral, con la votación para delegado al Partido Ortodoxo, por el barrio obrero de Cayo Hueso.

Así lejos del desgaste con disputas de liderazgo en la politiquería burguesa, Fidel ganó la fe y la confianza que le profesamos, sumergiéndose en el pueblo, aprendiendo de este, dando y recibiendo cariño, atendiendo y respondiendo a sus necesidades. En particular se convierte en figura destacada en el seno de la Juventud Ortodoxa, organización integrada por una masa juvenil ansiosa de cambios radicales en la situación del país. Mi padre, obrero socialista, me contó una y mil veces, como desde antes de la lucha insurreccional, cuando conoció a Fidel en un mitin de la Ortodoxia, comenzó a “sentir confianza” y a “tener fe” en aquel joven líder. Escuchaba por radio las intervenciones de Fidel, y aunque no era ortodoxo,  junto con otros amigos asistía a los mítines y actos de ese Partido, para exigir que dejaran hablar a Fidel, casi siempre colocado entre los últimos y menos favorecidos  oradores. Tan creciente apoyo  alrededor del joven líder, obliga a los directivos de la ortodoxia a designarlo, con solo 25 años, para integrar las listas de candidatos a la Cámara de Representantes, con vistas a las elecciones generales que debían celebrarse en junio de 1952. Como sabemos estas elecciones no se efectúan por el Golpe de Estado que el 10 de marzo de ese año, realizó Fulgencio Batista y Zaldívar.

No será casual que tanto en Puentes Grandes como en Cayo Hueso, se formaron tres grupos-células de los asaltantes que irían al Moncada el 26 de julio de 1953, y que definitivamente sea en los barrios de la clase trabajadora en la capital y en sus alrededores, en Santiago de las Vegas, Calabazar, Artemisa y Madruga, donde Fidel reclutará al contingente de combatientes  que le acompañará en la clarinada de Santiago de Cuba y Bayamo.

Después del 26 de julio, en la campaña por la amnistía de los moncadistas, y definitivamente durante la lucha insurreccional, el nombre del Comandante se convirtió en definición y símbolo de las masas. Sus seguidores eran los fidelistas y él fue definitivamente Fidel. Otros comandantes de la Revolución, calaban de similar manera en la cultura simbólica popular: Camilo, Che, Almeida, Raúl… Esta manera coloquial de asumir al líder y sus más cercanos compañeros, expresaba en su  intimidad, la simpatía y confianza que entonces se forjó.

La ética solidaria del movimiento revolucionario

Fidel prestó una especial atención a la praxis de respeto por la colectividad, por las masas populares. La masiva fe y confianza en Fidel y en la Revolución, se forjó desde un hacer a favor de la vida y la integridad de las personas, de los ciudadanos y de los combatientes, en las complejas circunstancias de la lucha armada.

Fidel durante sus años de estudiante en la universidad, conoció de cerca el fenómeno del gansterismo. La guerra de pandillas dejaba un rastro de terror y víctimas inocentes y el joven veinteañero Fidel, por su postura incorruptible, enfrentó la amenaza de muerte a manos de aquellos pistoleros. Llegó entonces a la claridad, de que las bandas de delincuentes, eran la secuela de las debilidades ideológicas y los métodos violentos de lucha armada, que se habían aplicado por algunas organizaciones insurreccionales en tiempos de la Revolución de 1930, y luego en la resistencia al golpe contrarrevolucionario orquestado por los Estados Unidos con el traidor Batista y Zaldívar en 1934. La insurrección que Fidel organizó y lideró, no se permitió los mismos errores.

Frente a grupos insurreccionales que intentaron repetir los desaciertos del pistolerismo, Fidel desarrolló una premisa ideológica fundamental: Si la Revolución se hacía por y para defender y emancipar al pueblo, las acciones del Ejercito Rebelde y de la resistencia armada en las ciudades, no podían bajo ningún concepto afectar la vida y la integridad de los ciudadanos.

Los rebeldes combatieron directamente a las tropas de la dictadura en campaña, atacaban los cuarteles aislados, o en su lugar tomaban todas las medidas para que la vida de los pobladores cercanos, no corriera peligro. Los luchadores clandestinos en las ciudades emulaban en similar preocupación por la seguridad ciudadana. El viernes 8 de noviembre de 1957, al filo de las nueve de la noche, coincidiendo con la hora del tradicional cañonazo, se escucharon en La Habana alrededor de cien explosiones sincronizadas. Unos doscientos combatientes clandestinos, hombres y mujeres, participaron en la acción, con el cuidado de no herir a ningún ciudadano. En la toma de poblaciones, durante la etapa final de la guerra, las fuerzas revolucionarias, protegieron a la población de las afectaciones de los combates, y se priorizaba en estos, la evacuación de la zona de enfrentamientos. La caballerosidad con los prisioneros, la prioridad en la atención a sus heridos, el respeto por sus muertos, fueron conductas del Ejército Rebelde que establecieron pautas de confianza hasta con el Ejército enemigo.

En la guerra revolucionaria un ordeno de Fidel, precisaba que no se podía dejar en manos del adversario a ningún  compañero herido. Los jefes y soldados rebeldes debían tomar todas las medidas posibles, e incluso correr nuevos riesgos en los combates, para rescatar a los incapacitados y a los caídos en acción.

La tradición solidaria forjada en la Guerra de Liberación se consolidó tras el triunfo, durante la derrota de la invasión mercenaria por Playa Girón, en la Limpia del Escambray, y en las misiones internacionalistas. Ningún combatiente o trabajador internacionalista se sintió jamás solo. En los momentos más difíciles, cercados en el lugar más intrincado de la geografía africana, Fidel les hizo llegar su aliento. Quienes en las diversas circunstancias de la guerra fueron hechos prisioneros por el enemigo, supieron del incansable batallar por liberarlos. Los familiares de los héroes que murieron en combate, recibieron personalmente de Fidel, una constante atención.

Junto al sentir del pueblo

Durante la Guerra de Liberación, los campesinos acudían directamente a Fidel, ante los atropellos y crímenes de la dictadura. Cuando el 5 de junio de 1958, el campesino Mario Sariol encontró su casa arrasada por un criminal bombardeo, solo atinó a recoger algunos pedazos de las bombas y cohetes, y dirigirse al campamento rebelde. Sariol le mostró a Fidel los restos de las mortíferas armas, donde se podía leer la inscripción USAF, (United States Air Force), la sigla de la aviación militar estadounidense.

La reacción de Fidel ante el criminal bombardeo, quedó registrada en la nota que a propósito escribió a su compañera Celia Sánchez Manduley: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo”. En la nota asegura: “Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero".

La Caravana de la Victoria tras la derrota de la dictadura, el recorrido de Fidel desde Santiago de Cuba hasta la capital, el tejido militar, socio - político e institucional, que el líder articula en cada provincia al paso de la caravana, y el contacto directo con el  Amazonas  de pueblo que le acompaña, conforman una operación política decisiva de organización y mando. A su vez el líder sintió que el pueblo en revolución, sobrepasaba sus expectativas, y que el futuro debía ser necesariamente el de la más amplia y completa unidad martiana.

Patria o Muerte

El 4 de marzo de 1960, tras la primera explosión que se produce en el  vapor La Coubre, que sacude toda la ciudad colindante a los muelles, Fidel parte para lugar de los hechos, y un accidente en la vía le libra de estar en el lugar cuando se produce la segunda explosión, precisamente preparada por los terroristas que organizaron el criminal sabotaje, para asesinar a quienes acudieron a auxiliar a las víctimas de la primera explosión. Testigo desde las primeras imágenes de cuerpos mutilados y destrucción, el Comandante lideró la ayuda y rescate a los heridos y sobrevivientes. Durante todo ese día y el siguiente, acompañó la hospitalización de los obreros portuarios, bomberos y soldados rebeldes heridos, y acudió a los locales de los sindicatos que fueron habilitados para realizar las honras fúnebres de las víctimas cuyos cuerpos pudieron ser recuperados.

Con las familiares de los caídos y el pueblo de la capital, desde una tribuna, improvisada sobre la cama de una rastra en la intersección de la avenida 23 y calle 12, Fidel, pronunció las palabras de despedida del duelo, escuchadas en medio de un extraordinario silencio. Sin dudas, denunció al Gobierno de los Estados Unidos como instigadores del criminal sabotaje. La emoción, la indignación y el patriotismo  unían a todos los presentes, en un acto que era seguido a su vez, por millones de cubanos a través de la televisión y la radio nacionales. Fue cuando el líder expresó el sentir que latía en las masas: “sabremos resistir cualquier agresión, sabremos vencer cualquier agresión, y (si volvían a atacar en  el futuro)… nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir Patria.  Y la disyuntiva nuestra sería ¡ Patria o Muerte !

Tres meses y dos días después de pronunciar por primera vez la consigna que caracterizará a la Revolución Cubana, Fidel precisó: “Para cada uno de nosotros, individualmente, la consigna es: ¡ Patria o Muerte !, pero para el pueblo, que a la larga saldrá victorioso, la consigna es: ¡ Venceremos !".

Con tal comunión de sensibilidades, la Revolución Cubana se adentró en la radicalización del proceso revolucionario. En lo inmediato vendría la declaratoria del carácter socialista de la Revolución y las batallas de Girón y la alfabetización entre abril y diciembre de 1961. Le siguen, las represalias  y preparativos del imperio para una invasión militar directa con la puesta en ejecución del llamado Plan Mangosta, situación que desemboca en la Crisis de Octubre de 1962, cuando el pueblo siguió a su líder frente al colosal peligro de un ataque nuclear. La reacción popular frente la criminalidad del imperio y la convicción de la justicia y el patriotismo de la causa fidelista, selló la unidad dialéctica líder-masa en aquellos días de extraordinario peligro: “…sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días…”, escribiría el Comandante Ernesto Che Guevara en su memorable carta de despedida.

Permanencia de una identidad

Fidel no decía “hagan”, sino “síganme” y de inmediato tomaba la vanguardia. Fidel  no dijo “crean”,  sino “lean” Y estas posturas históricas, fueron decisiva en un pueblo como el cubano, nacido en cruentas luchas  emancipadoras, con una peculiar inteligencia y cultura política.

Frente al horroroso crimen de Barbados en 1976 -cuando los terroristas con plena impunidad y aliento del gobierno estadounidense, asesinaron en pleno vuelo a 73 pasajeros y tripulantes de un avión civil de Cubana de Aviación-, el pueblo cubano y su líder expresaron su dolor en una profunda y comprometida oración de resistencia: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”.

Primero que en las estadísticas e informes económicos y políticos, Fidel conoció en el pueblo, los problemas que afectaban el socialismo a principios de la década de los ochenta del pasado siglo. De las inconformidades, las denuncias por la honradez herida con el cobro de “premios” en obras que nunca concluían, la preocupación por el “promocionismo” y el aumento del fraude académico, en la constatación  de unas y otras desviaciones del ideal, la praxis y la  socialidad socialista, nació la reflexión fidelista sobre los errores y tendencias negativas, que estaban afectando la construcción socialista cubana. Y con los criterios y el sentido vigilante de masas revolucionarias, autocríticamente, Fidel evaluó la problemática en el seno del Partido, la afrontó públicamente, y lideró la rectificación.

Fidel insistió en 1991, en los momentos más agudos del período especial, en que ningún cubano o cubana se quedaría desamparado. Y no solo cumplió tal decisión, sino que en la medida que avanzó la recuperación del país, lideró un grupo importante de planes y programas socioeconómicos y culturales a favor de las personas más desfavorecidas por la crisis: Los jóvenes desvinculados, los ancianos, las madres solteras, los compatriotas con minusvalías, junto con los temas de las desigualdades, la marginalidad y la permanencia  de prejuicios raciales, machista y sexistas, estuvieron en el centro de los programas de la Batalla de Ideas, último gran movimiento político de masas que el Comandante lideró como dirigente del Partido y el Estado.

Nuestros más novísimos revolucionarios, la nueva generación recién incorporada, siguieron a Fidel en la batalla por un niño, por un padre y una familia humilde, ratificando con el rescate de Elián González de las entrañas de la mafia miamense en junio del 2002, que cada hijo de la tierra cubana siempre puede contar con su solidaridad y fuerza.

Cinco patriotas, miembros de la red de inteligencia que logró penetrar en el territorio estadounidense, las organizaciones terroristas anticubanas, y proteger con su labor la vida de los ciudadanos cubanos y estadounidenses, fueron apresado en Miami y condenados a injustas y largas penas de cárcel, sujetos a un régimen de tortura psicológica y aislamiento en las mazmorras del imperio. Fidel aseguró que estos cinco héroes antiterroristas regresarían al seno de sus familias, a la patria agradecida; y auguró que el nuevo combate iba a ser largo y complejo, pero decididamente exitoso: El 17 de diciembre del 2014, luego de 16 años de batallas incesantes, todos los héroes se reencontraron en y con Cuba.

La fe de los creyentes

Con la Revolución, pues es imposible separarlo, Fidel está incorporado a ese universo real y mágico, que envuelve la espiritualidad de muchos cubanos y cubanas que tienen creencias religiosas. Y junto con la fe de la clase, también en Fidel hay fe religiosa: Los creyentes en la santería, consideran que Olofi, el dios supremo del panteón yoruba, descendió sobre el líder revolucionario en forma de paloma y se posó sobre su hombro al triunfo de la Revolución, durante el primer discurso en la capital, el 8 de enero de 1959, protegiéndolo desde entonces. Los colores rojo y negro -los de la bandera del Movimiento 26 de julio- de las insignias de Comandante en Jefe, que lleva en sus hombros, resultan ser los que atributan a Elegguá, la deidad que guía y abre los caminos.

Nuestros compatriotas de las Iglesias y templos de y con los pobres, los que asumen el poder del discernimiento, y poseen los caminos del bien, con frecuencia  bendicen y piden buenaventura, salud y aché para el querido hermano Fidel.

Cuando se hizo pública la enfermedad del líder, los sacerdotes yorubas rogaron a Olodumare y su panteón de orishas (deidades) y a los egun (los espíritus de los antepasados muertos), por el pronto restablecimiento de la salud del Comandante. Los templos de las Iglesias cristianas y las sinagogas, los espiritistas y demás  creyentes cubanos, realizaron ceremonias de acompañamiento y sanación. Por su parte, los obispos católicos al clamor de sus feligreses, solicitaron a todas sus comunidades que ofrecieran oraciones para que Dios acompañara en su enfermedad al presidente Fidel Castro e iluminara a quienes habían recibido provisoriamente las responsabilidades de gobierno.

La fe en Fidel, desde el compromiso religioso, tiene en su sustrato, junto con las virtudes teologales, la ratificación de las virtudes morales y revolucionarias. Mi madre, mujer de lo más humilde y comprometido de la Cuba profunda, dejó de ir a la Iglesia aquella mañana de julio de 1959, cuando el cura “le habló mal de Fidel”. Nunca abandonó su “fe” en Dios y en el Comandante en Jefe de la Revolución.

Una cualidad definitiva

La fe, asumida como sentido -instinto- de clase, es un fenómeno que escapa a los cálculos racionales del marxismo que muy lejos de Carlos Marx, Federico Engels o de  Vladimir Ilich Lenin, perdió de vista la superestructura social, y se concentro solo en la “última instancia” económica, para desconocer el complejo y rico entramado en que se multiplica el ser social: las masas y las individualidades. Fidel al hacer posible-imposibles, al convertir la eticidad y el patriotismo en un sacerdocio revolucionario, dio materialidad e hizo realidad, la fuerza de la espiritualidad y la voluntad de los seres humanos. El Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, fue y es carisma multiplicado por el valor del ejemplo. De ahí la fe y la confianza compartidas.

La fe y la confianza acumuladas en Fidel, se ha traducido en certidumbre y seguridad, en consenso político entre los cubanos y cubanas.

Fidel Castro, más allá de méritos, incluso sobre todas las virtudes que posee, tiene una cualidad definitiva: Se trata de la “tozudez en la esperanza”, como en justicia le escuché definir al teólogo y diputado cubano reverendo Raúl Suárez.  Esta postura optimista, inclaudicable y combativa, es lo que hoy nos lega Fidel en su noventa aniversario. Es la que en vida lo multiplica en fe y confianza de su pueblo. Y un día, cuando ya no esté físicamente entre nosotros, lo hará inmortal.

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