Por Raúl Antonio Capote
José Manuel Collera Vento es un hombre sencillo, de una humildad y una cubanía que le distinguen. Sale a caminar cada mañana por el barrio en que vive, durante casi dos horas se le ve recorrer con paso rápido la distancia elegida para sus ejercicios matutinos.
No goza de ningún privilegio por el servicio que le prestó a la patria, como cualquier cubano viaja en guagua, compra en los mismos mercados agropecuarios, en las mismas tiendas, en la misma bodega en que compran sus mandados los vecinos. ¿Quién lo cuida? ¿Quién guarda su integridad física? El pueblo del que forma parte indisoluble
José Manuel Collera es un hombre del Ministerio del Interior, de la Seguridad del Estado. Cómo él miles de combatientes revolucionarios que han arriesgado todo, vida, carrera, familia por defender a la patria, viven modestamente, como parte del pueblo que son.
El enemigo odia a esos hombres y mujeres, son la cara visible de la resistencia de todo un pueblo contra el afán del Imperio en derrotar la Revolución y poner a Cuba de rodillas, junto a ellos millones de combatientes anónimos cierran filas al gigante de las siete leguas.
En la mayoría de los países del mundo, servir a un cuerpo o servicio de seguridad constituye muchas veces una deshonra porque es ponerse al servicio de la represión, es ponerse al servicio del poder de la minoría, los ejércitos, la policía y todos los que integran esos cuerpos son preparados para enfrentar a la masa de desposeídos y explotados, son la guardia pretoriana del capitalismo, la gente les odia y les recuerda con sus bastones, chorros de agua, gases asfixiantes, métodos de tortura, la gente les rememora delatando a los líderes populares, asesinándoles, masacrando campesinos, atemorizando a la población. Sus oficiales constituyen la élite represiva de la plutocracia.
En Cuba a finales del siglo XIX, una vez desarmado el Ejército Libertador, luego de un proceso contrarrevolucionario que contó con la alianza del gobierno de los Estados Unidos, que oportunistamente, aprovechando el miedo de la aristocracia a la revolución martiana y maceísta, les apoyó en su labor y luego ocupó militarmente al país, frustrando la revolución popular y buscando anexarse a la perla de las Antillas, una vez liberados del peligro de las tropas mambisas integradas por las masas de campesinos y ex esclavos fogueados en la guerra, que aspiraban a construir la patria con todos y para el bien de todos soñada, construyeron un ejército al servicio de la burguesía entreguista y de los intereses norteamericanos.
Esa fuerza militar garantía del poder de la minoría fue derrotada por el Ejército Rebelde, heredero del Mambí, integrado por campesinos, obreros, estudiantes y algunos pocos militares pundonorosos que se pusieron al lado de la patria.
El Ejército cubano, sus Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Ministerio del Interior de Cuba, nacieron de esa fuerza, son el pueblo uniformado, a él sirven y de él son parte, de ahí su fuerza invencible, el pueblo se siente orgulloso de un Ejército integrado por sus mejores hijos, que nunca ha alzado un arma contra el pueblo, que nunca ha asesinado a un contrario, ni torturado a un prisionero, que no ha maltratado a un campesino o a un obrero, a un estudiante.
El Ministerio del Interior se llenó de gloria defendiendo a la Revolución, en especial los Órganos de la Seguridad del Estado, la mística que le acompaña es fruto de la gloria alcanzada derrotando a los servicios especiales del imperialismo, en especial la CIA, todos los recursos humanos, tecnológicos y financieros de la poderosa Agencia no alcanzan para vencer a una Seguridad, que no importa el nombre oficial que reciba, siempre el pueblo la llama Seguridad del Estado y se identifica con ella plenamente, para los revolucionarios cubanos no existe honor mayor que integrar sus filas, sus hombres y mujeres, agentes colaboradores, etc., como los mambises y soldados rebeldes no cobran un centavo por servir a la patria.
No existe milagro, no hay magia en sus victorias, su arma secreta, es el pueblo, son pueblo, dispuesto a darlo todo, si un día por arrogancia, por fatuidad hija de la estupidez, se olvidaran de eso, cosa que no ocurre ni ocurrirá nunca porque dejarían de ser lo que son, nos esperaría la derrota y la sangre que el enemigo, deseoso de vengarse de un pueblo que no ha temblado jamás, que no ha cedido jamás ante la amenaza, la agresión y el chantaje del Imperio, derramaría sin una gota de piedad.
No tenemos la fuerza del dinero, ni de la última tecnología, contra eso no podíamos, tenemos la moral, la convicción, la entrega y la sabiduría de sus combatientes.
Miles de hombres y mujeres sirven en sus filas, sin más aspiración, sin más ambición que servir a la Revolución, a ellos, el pueblo cubano, todo el honor y la gloria en este 55 aniversario del triunfo de la Revolución.
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