Por Manuel E. Yepe *
Foto: Virgilio Ponce
La victoria electoral del presidente Juan Manuel Santos en los comicios del pasado domingo (15/06), considerados por muchos politólogos e historiadores como los más disputados en la historia de Colombia, trasciende a esa nación para convertirse en un probable punto de viraje en los anales de América Latina.
Pese a su legendaria tradición de indomable rebeldía, Colombia se había convertido en reducto principal del dominio imperialista de Estados Unidos en Latinoamérica.
Puede decirse, sin temor a exageración, que los colombianos han librado y han ganado una batalla crucial contra la injerencia estadounidense en el continente.
Cuando en los años finales de la década de los años 1950 la lucha guerrillera popular en Cuba culmina con el derrocamiento de la tiranía del general Fulgencio Batista, aquello no fue visto por los pueblos humildes latinoamericanos como un accidente histórico sino la culminación exitosa de una lucha común necesaria con la que se sentían identificados.
Hartos de tan humillante enajenación de sus soberanías por la potencia imperial, que consideraban fuente principal de sus males, muchos pueblos del continente generaron patrióticos líderes decididos a entregar sus vidas luchando por un éxito para sus países similar al que había logrado Cuba.
Ese fue el contexto histórico en el que nacieron en enero de 1960 las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Colombia encabezadas por el comandante Manuel Marulanda Vélez.
Contra el levantamiento casi simultáneo en muchas tierras del continente, Washington, que a la sazón controlaba a su antojo los mandos militares de Latinoamérica, reaccionó con violencia.
Decenas de miles de los mejores hijos de muchos pueblos del continente fueron víctimas de asesinatos sin juicio previo, torturas en prisión o exilio en un período caracterizado por los golpes de Estado y las dictaduras militares. La imposición de una paz de los sepulcros de peligroso pronóstico y, en buena medida, la negativa de muchos militares pundonorosos a continuar la masacre contra sus propios pueblos, condujeron a una época de “democracia representativa” en los términos de las oligarquías y el imperialismo.
Pero, quizás para sorpresa de los propios promotores del nuevo clima, tan pronto como los pueblos comenzaron a tener acceso a un sistema de participación en la elección de sus líderes, comenzaron a ser elegidos los candidatos más progresistas y más partidarios de la independencia nacional y la integración de Latinoamérica.
Salvo en contados casos en que Washington ha podido impedirlo mediante sucias manipulaciones, varios de los antiguos dirigentes de las guerrillas rurales o urbanas que encabezaron antes las luchas revolucionarias, resultaron electos presidentes o en otros cargos de alta envergadura, acreditados precisamente por sus patrióticas historias de vida y acción. En cualquier caso, se hizo evidente que la adhesión a los dictados de Washington por parte de cualquier candidato a cargo electivo de gobierno ejercía influencia negativa en sus posibilidades de victoria.
En el caso de Colombia, la lucha revolucionaria guerrillera no pudo ser liquidada como en otras naciones. Por la intensidad de su fundamentación popular, el imperialismo se vio obligado a librar, por intermedio de la oligarquía nacional e involucrándose directamente, una guerra larga de más de medio siglo que ha dejado más de 200 mil muertos y millones de desplazados.
Por mucho que los gobiernos de turno, con falsas escusas de acabar con el bandolerismo o con el narcotráfico, mediante agentes encubiertos y paramilitares, mataban gente en el marco de una supuesta guerra preventiva contra el comunismo, las fuerzas guerrilleras organizaban la “autodefensa de masas”.
Pero el apoyo directo de Estados Unidos en forma de suministro de armas y otros recursos materiales, financiamiento, entrenamiento y dirección táctica y estratégica, incluso con envío de tropas desde bases militares ubicadas en el territorio colombiano, convirtió esta guerra en interminable por lo inagotable de los recursos financieros y materiales de una parte, y los recursos morales y patrióticos de la otra.
El reelecto presidente Juan Manuel Santos no representa una opción de izquierda, pero el discurso por la paz y su patrocinio de las conversaciones de paz con la guerrilla en La Habana le valió el apoyo de la izquierda electoral y otras fuerzas populares que le llevaron al triunfo comicial contra el candidato patrocinado por el ex presidente Álvaro Uribe, reconocido recadero y punta de lanza de Estados Unidos en América Latina, “mérito” que durante algunos años compartió con el ex presidente mexicano Vicente Fox.
Por lo pronto, los colombianos están viviendo, desde lo que pudiera ser el último reducto de la dominación imperialista en América Latina, algo así como un nuevo amanecer de inserción, como uno más, en la Patria Grande.
* Periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.
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