Abruptas visibilidades (APE).     Abruptas visibilidades (APE) Por Claudia Rafael (APe).- Isaías sólo quería tomar su Coca Cola. Qué puede ser más importante, a los 9 que...

Abruptas visibilidades (APE).

 


 


Abruptas visibilidades (APE)


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Por Claudia Rafael




(APe).- Isaías sólo quería tomar su Coca Cola. Qué puede ser más importante, a los 9 que unos cuantos instantes de felicidad que llegan con el trago efervescente de una gaseosa. Cuando desde la veredita, ahí en el corazón de Empalme granaderos -en esa Rosario que, describe Carlos del Frade, mira de reojo las equidades cada vez más lejanas- la prepotencia policial le hizo saber que la vida puede teñirse abruptamente de rojo.

La historia de Isaías y la de Cristian, de 13, son el espejo más real y contundente de un proceso discursivo que reclama protección y azuza con la imagen bien delineada de monstruos que atacan desde cada esquina, detrás de cada árbol, agazapados en las orillas de un mundo feroz y perverso.

La abogada María Laura  Böhm habla de la securitization y define que hay algo o alguien que es presentado como problema existencial a combatir y se habilita la adopción de medidas extremas, apoyadas por el temor de la sociedad.  Este proceso es fundamentalmente político; no toda cuestión es securitizable.

Isaías y Cristian fueron el chivo expiatorio necesario para ese proceso de securitization. En un campo en el que todo vale, en donde todo límite es posible de ser pisoteado y traspasado. En donde la vida pierde sentido y ya nada vale.

Los grandes medios masivos suelen ser una pieza indispensable para ese proceso. Grandes titulares que irrumpen desde el ojo que vigila y guían las conciencias y que repiten miles de veces cada historia hasta dejar sólo los harapos de la vulnerabilidad entre los que es posible sentir que desde cada ángulo de la propia baldosa en que transcurre la vida cotidiana llegará el ataque de los de afuera. Esos otros que están puestos ahí, únicamente para despojar.


Para Böhm hay otro eslabón central del proceso de securitization: el sistema penal. Que desnuda los efectos de aquella sociedad armada perversamente desde la exclusión. En donde las piezas sobrantes del rompecabezas humano son demasiadas. Cada vez más. Cada día más arrinconadas a los acantilados de la nada. Allí donde la vida y la muerte pueden ser una moneda de cambio porque no hay mesa ni sábana que cobije el cuerpo tenue y que dé la bienvenida diaria a la ternura.  

El sistema penal es la cadena indispensable que se ocupa de los efectos de un sistema desigual. Que recuerda a los desmadrados de la historia cuando traspasan la frontera de lo permitido. Que alza con toda la fuerza de ese mismo sistema la maza que proveerá de castigo. Y que echa luz sobre los condenados de la tierra cuando entran al territorio del delito.

Las estadísticas que ayer dio a conocer la Procuración General de la Suprema Corte sobre el delito a lo largo de todo 2010 arrojan que hubo un total de 27.395 causas iniciadas en el Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil y 617.502 en el fuero de adultos. En total, 644.897. Es decir, que las de los jóvenes representaron un 4,24 por ciento del total.

Con un detalle saliente: en el fuero de adultos se dividen las causas con imputado y sin imputado y no en el juvenil, en donde parecería que todos los jóvenes señalados son culpables de hecho o bien elevaría al 100 por ciento la capacidad investigativa de los funcionarios de ese fuero. Una tercera variante permitiría pensar que a los adultos se les concede el derecho claro de su inocencia hasta que se les demuestre judicialmente su culpabilidad.

Cuando se analiza el proceso de securitization no se está hablando, sin embargo, de delitos como hurtos, daños o resistencia a la autoridad. Sino que el eje se centra en los delitos más graves de aquellos englobados en los que atentan contra la propiedad privada o, sobre todo, en los homicidios. Y ahí, las estadísticas oficiales espejan una realidad más reveladora aún.

Durante todo 2010 hubo 141 homicidios consumados dentro del Fuero Penal Juvenil y 1098 en el Fuero de Adultos. Es decir, 1239 en total. Los 141 investigados por el Fuero Juvenil representan el 11,38 por ciento del total.

En lo que hace a los delitos más graves contra la propiedad, hubo 3736 robos y 2346 robos con uso de armas en el Fuero Juvenil contra 65.617 robos y 38.387 robos con armas en el Fuero de Adultos. En total, 111.086. Los investigados por el Fuero Juvenil representan un 5,48 por ciento del total.

El desgarro y el dolor de la víctima de un delito es inmenso y demasiadas veces, constituye un territorio del que no es posible regresar. Nadie puede discutir tamaña realidad.

Pero hay otras víctimas ligadas al delito. Víctimas que sólo se visibilizan cuando se transforman en victimarios. Cuando irrumpen en el universo inexpugnable del nosotros. Cuando roban, cuando matan, cuando atacan. Es entonces y sólo entonces que el sistema basado en el proceso de securitization recuerda su existencia. Cuando les asesta la marca del estigma eterno. De ahí en más embocará los pasillos embretados de un laberinto. Y aún más: cuando un chico ingresó en los andamiajes del sistema penal aún desde el lenguaje de la calle se podrá definir sin demasiados miramientos que los niveles de reincidencia serán elevados. Porque las rejas dejarán huellas perennes en su piel. Y porque el abandono que marcó desde siempre a esa vida desprotegida y cargada de pesadas mochilas de fragilidad lo hundirá desmedidamente en los ramajes multiplicados de un sistema indolente.

El proceso de visibilización de ese chico arrancará recién ahí y nunca antes. Jamás cuando su cuerpo desnudo de abrazo reclamaba amor, alimento, palabras, sueños. El proceso de visibilización lo dejará obscenamente expuesto ante las cámaras de un sistema que mostrará de él sus despojos en el momento mismo en que pisó la delgada línea que separó su vida de la vida de todo el resto.

Hasta ese momento deambulaba sus pasos en el ostracismo en que suelen moverse los otros. Esos que están del otro lado del muro. Voltear ese muro, descorrer el pesado velo que impide ver, oír, acariciar, esconde el terrible riesgo de mover el propio suelo y producir un terremoto imparable sobre nuestra vida cotidiana.

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