Como todas las cosas, el Mundial también pasó. Por Claudia Abraham Ojalá la propaganda que hicieron los chicos de la Selección sirva para encontrar a algunos de los 400 nietos apropiad...

Como todas las cosas, el Mundial también pasó.

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Claudia Abraham

Por Claudia Abraham

Ojalá la propaganda que hicieron los chicos de la Selección sirva para encontrar a algunos de los 400 nietos apropiados a los que la dictadura les robó su identidad y a quienes algunos seguimos buscando desde hace 10 mundiales. Los pibes podrían no haber levantado ese cartel de las Abuelas, y la gente los hubiera querido igual; pero eso los hace más dignos y más comprometidos con una realidad histórica que nos sigue golpeando a muchos.

Ojalá la sensibilidad para conmovernos con cada gol que hicieron los chicos del seleccionado, se traduzca en sensibilidad para solidarizarnos con los que la están pasando mal y necesitan ayuda.

Ojalá seamos miles los trabajadores que en cada ciudad nos manifestemos contra el genocidio que está perpetrando el Estado israelí hacia el pueblo palestino, como lo fue cada vez que Argentina ganó un partido.

Ojalá los trabajadores vivamos tan pendientes de lo que les sucede a los de nuestra propia clase, como lo estuvimos ante cada resultado de un partido de fútbol.

Ojalá seamos capaces de hinchar con la misma polenta con que lo hicimos por la Selección por los trabajadores del Bauen, a quienes la justicia pretende dejar en la calle; por los de Lear, injustamente despedidos; por los luchadores procesados; por los trabajadores de Las Heras injustamente condenados a cadena perpetua.

Ojalá seamos capaces de gritar con todas nuestras fuerzas que no queremos que el genocida Milani esté al frente del Ejército porque el único lugar que se merece es la cárcel.

Ojalá seamos capaces de comprender que así como los chicos del seleccionado pusieron todo en la cancha y jugaron como equipo, nosotros, los trabajadores, también debemos jugar como equipo, sin dejarnos vender los espejitos de colores que nos ofrece un patrón, ni ninguno de sus socios disfrazados de representantes de los trabajadores.

Ojalá estos últimos partidos, en los que de verdad se vió juego de equipo, sirvan para que podamos comprender que la salvación no es individual; que si luchamos juntos algo conseguimos, y que si no conseguimos todo lo que buscábamos, nos queda la alegría de haber arriesgado juntos y también varios hombros en los que apoyarnos para darnos aliento y seguir la pelea.

Celebro cada gesto de buena gente que tienen algunos de los jugadores, nacidos en barrios en los que el lujo fue un albur y a los que les llovió el cielo de la buena suerte, pero no olvidan de dónde vinieron. El del Pocho Lavezzi, que pone algo de lo mucho que gana para que los pibes de Villa Gobernador Gálvez puedan tener un plato de comida en el comedor comunitario y aprendan un oficio; el de Lionel, que se ocupa de recuperar polideportivos para que los pibes de los barrios tengan un lugar adonde jugar; el de Angelito Di María, que contrató un charter para que 10 de sus amigos del barrio Cerámica Alberdi, pobre de toda pobreza, pudieran viajar a ver la final. No, seguro que la explotación no se termina con estos gestos; que las desigualdades sociales no se resuelven de este modo; pero eso los vuelve más humanos.

Ojalá este entusiasmo mundialista nos dure mucho tiempo para que los laburantes aprendamos a ser equipo en el potrero de la vida y ya no sean necesarios los buenos gestos individuales porque entre todos les habremos garantizado un futuro mejor a todos los pibes.

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