Por Mariela Torres Flores *
Conviene acercar algunas reflexiones acerca del tema del antisemitismo. Lamentablemente, ser acusado de antisemita por criticar los procedimientos del Estado de Israel se ha convertido en un clásico contemporáneo. Y eso hace que sea preciso tratar de aclarar la cuestión, porque eso ayuda al necesario entendimiento y solidaridad entre los pueblos.
Hablar del Estado de Israel es hablar del gobierno, por un lado, y de la sociedad israelí, por otro. El gobierno de Israel es sionista (colonialista e imperialista), en tanto que la sociedad israelí es más heterogénea (aunque las elecciones las sigan ganando los partidos sionistas, sabemos que hay una fuerte crítica al interior, y desde el interior, de la sociedad israelí para con el gobierno sionista). Dentro y fuera del Estado Israelí hay población de origen judío, denominación que hoy no remite sólo a lo religioso, pero que por mucho tiempo fue una marca aprovechada sólo en ese sentido. Criticar al Estado de Israel no significa hacerlo contra los judíos como pueblo. Se critica, y con razón, al gobierno sionista de Israel y sus políticas imperialistas. Eso no es antisemitismo.
El sionismo ha sido la ideología fundadora del Estado de Israel. Y esa ideología -sobre todo en su versión dominante, porque Noam Chomsky admite que hay un “sionismo de izquierda”, derrotado y acallado- oprime al pueblo palestino y denigra la larga tradición de la cultura judía.
En este sentido el sionismo deshonra la historia judía (de mucha relación con los pueblos árabes y en coexistencia por siglos) y explota la memoria del Holocausto amparándose en el exclusivismo de la tragedia judía y la negación de otros holocaustos, desligando así injustamente la historia de lucha del pueblo judío en su resistencia contra la opresión. Este tema lo trabaja en detalle Norman Filkenstein (politólogo estadounidense, hijo de dos sobrevivientes de los campos de exterminio nazi) en un libro extraordinario: La industria del Holocausto.
Muchos judíos (en el sentido cultural identitario y no en el religioso) se proclaman en contra del sionismo de Israel. Y muchos -como Michel Warschawski, hijo de un gran rabino judío y especializado en estudios talmúdicos en Jerusalem- sostienen que el propio sionismo es racista porque racializa y segrega, poniendo a los “judíos” por encima de otros pueblos, en un estado como el de Israel que todavía no logró secularizarse. Por eso, la inmensa mayoría de los árabes nacidos en Israel no son ciudadanos de ese estado supuestamente democrático.
Los críticos judíos del sionismo sostienen que éste es antisemita porque para crear la idea de judío que pregonan como ideal, primero tuvieron que matar la imagen del judío del campo de concentración y reemplazarlo por la de otro, militarizado y fuerte, en medio de una masa de árabes “ignorantes y terroristas”. Es antisemita también porque arroja por la borda lo mejor de la tradición humanista judía, a la par que mata árabes palestinos que son tan semitas como los judíos. Conclusión: la crítica al Estado de Israel de ninguna manera puede ser caracterizada como antisemita o antijudía.
* Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, Trelew / Doctoranda Universidad Nacional de Quilmes.
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