Por Silvana Melo
(APe).- Agustín murió en Villa Fiorito el domingo pasado. Tenía cinco años y su muerte alteró todas las reglas de la naturaleza. La muerte tiene permiso consuetudinario para llevarse a los que agotaron los centímetros de vida concedidos. Pero no a los niños. No a alguien que apenas vivió cinco años. A la muerte se le concede arrebatar a quienes son presa de una enfermedad incurable. Pero no a un niño al que se dejó solo, sin documentos, sin acceso a la salud, sin abrigo, sin asignación por hijo. Y que muere el domingo, en plenos festejos del Día del Niño, en una casilla de Fiorito. No tiene concedido la muerte llevarse a alguien de cinco años que recién empezaba a tejer los primeros puntos de la vida. Esa muerte era evitable. Debería enumerarse entre los homicidios del sistema. Nadie sabe de qué murió. En realidad, el acta de defunción debería decir “paro cardiorrespiratorio por abandono”
Federico Defranchi, trabajador social de la Fundación Che Pibe, relata a grandes rasgos la pequeña historia de la familia de Agustín (*): apenas una historia en medio de miles, confinadas al descarte, protagonizadas por excedentes sociales sin nombre, ni siquiera número, inalcanzados por los planes sociales, prolijamente apilados en los containers del Estado.
“En abril de 2013 presentamos un informe al Servicio Local de Villa Fiorito” sobre Teo, que vivía desde hacía un año con su tía materna. “Ella vive con su pareja y sus tres hijos; el más grande de los tres va a Casa del Niño y los dos más pequeños asisten al materno infantil”. La tía de Teo “está atravesando una gravísima enfermedad oncológica con metástasis en órganos vitales”. A esa misma casa, en abril de 2014, llegó Silvia, la mamá de Teo. Estaba sin techo porque su pareja actual construía una casilla en un terreno de Ingeniero Budge. Cayó en la casa de su hermana con sus tres hijos y se reencontró con Teo, a quien no veía desde hacía meses. La vida la hizo nómade, sobreviviente en cualquier zócalo de un mundo que la rechazó sistemáticamente, que la eyectó de cualquier lugar seguro.
Un mes después, relata Federico, “presentamos en el Servicio Local de Villa Fiorito un informe en conjunto con la salita del barrio para informar sobre la situación de vulnerabilidad de esta familia”. Es que Silvia ya no pudo volver a la casilla a construir en Ingeniero Budge porque su pareja ya la compartía con otra. Entonces se quedó con su hermana, sus hijos y los de ella en condiciones de total hacinamiento. “Esta situación agravó la realidad de la familia” de la tía de Teo, “ya que su casa no cuenta con las instalaciones necesarias para alojar a cuatro personas más, no tiene baño, presenta graves problemas de higiene, las personas que viven están hacinadas, no cuentan con recursos económicos y materiales para garantizar una subsistencia básica”. Además, nunca alcanza el alimento para todos. La casilla dispara el promedio de las estadísticas de los escritorios sobre “inseguridad alimentaria”. Silvia, su hermana y los chicos que comparten pasan hambre, sin eufemismos.
“La repentina aparición de Silvia -sigue Federico- alteró particularmente a Teo, que tiene severas dificultades de simbolización y aprendizaje”. Este año “está haciendo permanencia doble turno en el materno infantil en vez de ingresar a 1° grado, como estrategia pedagógica con el objetivo de darle más herramientas para incluirlo en la escuela primaria”.
Silvia no recibe la Asignación Universal por Hijo, no tiene ninguna cobertura de seguridad social que provenga de la Municipalidad o de la Provincia o de la Nación. Su hijo de tres años “no tiene D.N.I. por lo que se le pidió al Servicio Local que trabaje junto a la familia para garantizarle a este niño su derecho de identidad”. El bebé de 6 meses “tiene un diagnóstico de dermatitis seborreica en cuero cabelludo; se le indicaron pautas especiales de higiene y limpieza en la zona con aceite de almendras”. No tienen libreta sanitaria, ni documento de identidad; se les aplican las vacunas acordes a su edad. El agravante para la familia errante de Silvia es que “la abuela paterna, según ella, está reteniendo los D.N.I. de los niños”. Con ella vivía Agustín, otro de los hijos que Silvia repartió por su incapacidad para hacerse cargo de su propia vida, sin destino fijo ni abrigo ni cuidado. Desterrada por las políticas oficiales que llegan hasta ahí, siempre hasta ahí. El resto es excedente.
En el informe elevado al Servicio Local, relata Federico, se le pide que intervenga con urgencia por la necesidad de lograr prioridades como “1- el pago de alquiler o subsidio habitacional (Ley 13.298 título II Cáp. I del sistema de promoción y protección integral de derechos Art. 14). 2- el ingreso al Programa Nacional de Seguridad Alimentaria. 3- el asesoramiento y acompañamiento para tramitar la Asignación Universal por Hijo”.
Agustín murió el domingo. En el Día del Niño en Villa Fiorito se murió un niño sin fiesta. En casa de la abuela paterna. Atendido a veces en la salita, las más por el curandero. “Nadie pudo comunicarse con la abuela, ni para pedirle los DNI de los hermanos de Agustín, nadie sabe dónde vive, la mamá (Silvia) no sabe decirnos en qué barrio, en qué calle”.
Agustín se murió a los cinco, tres años después del primer informe al Servicio Local que encendía una alarma. Tenía dos en aquel tiempo. Estos tres años eran cruciales en su crecimiento, en su desarrollo cognitivo, en las marcas fatales que llevaría para siempre en su vida futura. No hubo política pública ni sanitaria ni alimentaria que le llegara. El domingo, Día del Niño, Agustín se murió como para dar un grito. Murió el día en que no debía morirse, a la edad en que la muerte tiene que huir. Su muerte definitivamente era evitable. Porque “presentamos al Servicio Local la realidad de un niño de 4 años dejado por su madre a cargo de su tía materna. 3 años después un hermano de este niño, de 5 años, muere”. El trabajador social de Che Pibe se pregunta “¿qué pasó en esta familia en estos 3 años? ¿Qué acciones se realizaron para garantizar y promover los derechos de los niños de esa familia? ¿Qué acompañamiento, seguimiento realizaron los efectores estatales?”.
Desde “el Estado y los ‘ buenos padres ’ es muy fácil encontrar culpables en la madre, en la tía, en la abuela”. Porque es sencillo y exculpatorio, dice Federico, “descargar el peso de la culpa sobre una familia golpeada de años, en un barrio acostumbrado al maltrato de las instituciones estatales como la escuela o el hospital, donde no te atienden sin un número de documento, acostumbrados a la muerte de los seres queridos que nos rodean, donde la enfermedad y la falta de atención es parte del día a día, donde no tiene sentido llevar a un hijo enfermo al U.P.A. (Unidad de Pronta Atención) porque no hay pediatra”. ¿Cómo buscar culpas en aquellos que son víctimas del abandono institucional y sistémico?
Agustín murió el domingo, a los cinco años. Era el Día del Niño. De todos los niños menos algunos. Menos muchos. Muchísimos. Que están afuera de las convenciones culturales por despido. Cesanteados de la cara feliz de la vida.
(*) Los nombres utilizados en la nota son ficticios.
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