Por Daimy Peña Guillén.
Soy una de los tantos jóvenes que nacieron marcados por el “Periodo Especial” en Cuba. Fui otra de esos niños que se perdieron una que otra noche en la cuadra por el apagón; de las que hacía una fiesta cuando, por arte y magia, un “Alumbrón” dejaba que prendiera el televisor y recordara cómo eran los personajes de una telenovela, un poco pasada para mi edad.
Yo, como otros tanto no vimos el muro caerse (el desmembramiento de la URSS, la caída del Muro de Berlín y la desaparición del campo socialista en el Este de Europa), pero sentimos el peso de sus escombros. Sentimos como la canasta básica se redujo, como el transporte se transformó en la constante pesadilla del cubano de a pie y otros cambios que mencionarlos no vale cuando los conocemos muy bien.
Yo, mi generación, conocemos muy bien, a nuestra manera claro, sin numerología, ni explicaciones económicas, cómo fue el “periodo especial en Cuba”. Sabemos que de esos apagones sacamos noches interminables de juegos y diversiones.
De la escasez de juguetes sacamos la inventiva de crear los nuestros.
Fuimos y somos niños que crecimos marcados por camino de alternativas.
De cuando, el cubano, ese animal que según Darwin, se adapta mejor que nadie a su medio, decidió cortar la centrifuga de la lavadora Aurika (marca rusa de lavadoras domésticas producidas por la desaparecida URSS y comercializadas en Cuba) y crear con su motor un ventilador, uno de esos que amarrabas a la pata de la cama o por la mañana lo encontrabas en la sala.
Niños que vieron a sus padres despojarse de sus alhajas en “La Casa del Oro”, especies de casas recaudadoras de divisa que tazaban prendas y objetos de oro y plata cuyo valor se retribuía con unos certificados en que constaba el valor de lo tazado y que permitían adquirir en tiendas surtidas, entre otras, de piezas de ropa para ambos sexos, zapatos, productos electrodomésticos y autos de uso, entre otros artículos desaparecidos del mercado.
Nosotros vimos aparecer la primera posibilidad de los cubanos, que no viajaban al exterior, de adquirir televisores a color y sustituir los ventiladores, radio, lavadoras, batidoras, etc., de marcas americanas, adquiridos antes de la revolución, o de marcas chinas, comercializadas en los sesenta y de las marcas soviéticas y otros países del campo socialista europeo comercializadas en el país hasta inicios del Período Especial y la caída del sistema socialista en los países de ese continente.
Nuestra generación, la de los años 90, no vivió los años de lucha de los jóvenes del centenario, no tuvo la oportunidad de estar presente en la marcha de las antorchas, ni de llegar en el Granma o subir a la Sierra.
La mía, es esa que le tocó vivir la apertura de inversiones con capital extranjero, la despenalización de la tenencia de divisas, existentes como resultado de las remesas familiares, donde las empresas estatales se transformaron en cooperativas y otras tantas medidas que cambiaron el rumbo del país.
No obstante a los apagones, las guaguas tardías, los canteros de verduras en los balcones, las largas colas para comprar hamburguesas, los viajes a otras provincias en búsqueda de arroz, viandas o cualquier otro alimento que su terruño no encontrara, mi generación vivió una etapa de transformaciones e innovaciones.
Una etapa que como tantas otras marcaron la historia de Cuba desde distintas aristas, y que como marcó mi país, también me marcó a mí.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario