Por Norberto Ganci, Director de "El Club de la Pluma"
Cuando nos proponemos analizar cada situación desde estos espacios, intentamos dar una mirada, una lectura que colabore en la difusión y en las consideraciones necesarias para evaluar, concientizar y, en lo posible, actuar.
Si sólo nos hubiésemos abocado a difundir arte, ciencia y cultura, como cuando nos iniciamos aquel 26 de junio del 2004, y nos hubiéramos negado a “politizar” la propuesta, creemos que nos hubiésemos quedado con una mirada muy parcial de lo que ocurre en la vida
Probablemente hubiésemos tenido un mayor público ávido de lecturas, música, poesía y algo de los avances tecnológicos y científicos. Es muy probable, pero también es probable que esas “limitaciones” nos pudiesen hacer cómplices de la desinformación, de las estrategias distractivas; de engrosar el lado de la desvinculación de hechos, actores y situaciones, cuando sabemos que en realidad, todo tiene que ver con todo.
En algunas oportunidades pareciera que el pesimismo se instaló en cada una de las emisiones radiales o en las páginas de nuestros medios. En muchas oportunidades nos hemos retirado con sabores muy amargos y nudos en las gargantas. ¿Pesimismo? No, definitivamente no. Se nos hace muy difícil transitar la existencia como si los dolores, las injusticias, los abusos, los crímenes no existieran.
Leyendo un texto del genial Alejando Dolina, -Resolví Seguir Jugando en Secreto- nos hizo dudar un tanto de la actividad que venimos desarrollando. Nos hizo dudar porque comenzamos a considerar la posibilidad de la esperanza, de la inocencia, de lo sencillo, de lo amable.
En un tramo el Negro Dolina expresa: “Se trata de seguir en secreto profesando una moral heroica. De seguir creyendo. De creer no con la estupidez de los mamertos, sino con la locura de los que jamás podrán aprender a acomodarse en un universo burgués de mezquindad, de seguros contra robos y de electrodomésticos como parámetros de dicha.”
Esas palabras del Negro Dolina nos pusieron a considerar que deberíamos, ante cada nota, comentario, noticia o hecho que reflejase los dramas por los que atraviesa una buena parte de la sociedad a nivel global, aportar desde la esperanza e intentar generar alguna alternativa positiva ante tanto dolor.
¿Y qué hacer para generar en los otros, en nosotros, esa otra mirada?
Podríamos aventurar la posibilidad que, desde algunas de las emisiones, por ejemplo, convoquemos a una gran juntada de firmas, para una “solicitada” donde expresemos la necesidad de manifestar nuestro repudio a la débil y poco concreta posición argentina respecto de la situación que se padece en Gaza. También podríamos armar un contingente de brigadistas dispuestos a poner el cuerpo para defender la vida en el Sahara Occidental, en Malilli; y así quizá desde el activismo concreto hacer del descontento y el dolor una posibilidad a la esperanza.
Podríamos también invitarlos a ustedes para que aporten propuestas concretas y los podamos llevar a la acción para detener todo aquello que nos sofoca, nos impele al desgarro emocional.
En todo esto hay algo, que tal vez podría parecer sutil, pero para nada lo es, algo que debería constituir la base fundamental de cada una de nuestras acciones. Algo que justificaría desde la mínima hasta la máxima actitud frente a las adversidades…
Se ha dado en muchos discursos, exposiciones en donde se utiliza el término “amor” para hacer referencia al sentimiento que debería imperar en la prosecución de objetivos concretos.
Políticos, militares, militantes sociales, y más han recurrido a ese término, tal vez, para lograr captar la atención de aquellos que privilegian otros valores alejados de especulaciones.
Más allá de esos discursos e intervenciones, más allá de algunas “buenas intenciones”, han sido pocas, muy contadas las actitudes que han podido demostrar que el “amor” ha sido motivo y motor de acciones concretas.
Decía el Comandante Ernesto “Che” Guevara: “…Un verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor..." Y en su derrotero revolucionario demostró con creces, de manera contundente que esa condición no solamente era necesaria, sino, además, fundamental para lograr que la revolución no fuese sólo un gesto romántico, idealista, sino una concreción de las genuinas aspiraciones de cambio en las sociedades, víctimas de las injusticias de siempre.
Existen ejemplos muy claros y concretos de llevar adelante militancia desde el amor que, en definitiva es el que hace la diferencia.
Nos hemos olvidado de ese “detalle”, de esa “cualidad” a la hora de plantearnos el “qué hacer” para contrarrestar tanto dolor diseminado por el planeta.
El amor fecunda y concibe. Pero para concebir, actúa. Se impulsa, penetra, se hace carne en el vientre de una utopía y crea. No basta declamar. No basta gritar y a veces ni eso hacemos. ¿Cuántas vidas salvaste hoy? ¿Cuántas preñaste de esperanza? Me genera una rara, entre vergonzante y exultante sensación de que podríamos preguntarle hoy a Manu Pineda, por ejemplo, ¿cuántas vidas salvaste en los últimos dos meses, en los últimos dos años? Y el podría contestar mirándome a los ojos desde su dolor humilde… que decenas, tal vez un centenar, quizá. Y cada una de esas vidas que son verdades como puños, no hacen más que dejarnos en evidencia. En evidencia de que los que aún no estamos en un nivel de violencia y locura como los sufridos palestinos, no encontramos un campo de contienda en el que desplegar nuestro heroico, natural o asumido, protagonismo.
Busquemos nuestro campo de acción sin necesidad de sangre y pánico. Busquemos a nuestro alrededor un iletrado a quien alfabetizar, un colonizado a quien encender, un amigo a quien alejar del televisor y enfrentarlo a la realidad brillante y oscura que nos interpela.
La somnolencia, el apuro ciego, la distracción infame no nos alejan del dolor: lo profundizan. No sirven siquiera de paliativo hasta que escampe… porque un día escampará y veremos todo lo que pudimos, debimos y no hicimos. Porque un día no ya lejano, la pregunta cambiará. Ya no será “¿le digo o no le digo?”. La pregunta será ¿Qué hicimos para transformar? Y la respuesta, como dice Borges, será nuestro cielo o nuestro infierno. ¿Qué podremos decir? ¿Yo no estaba ahí? ¿Yo no me di cuenta? ¿Yo ya sabía que eso iba a suceder?
Algo nos dice que no nos va a alcanzar el amor para sobrevivir si no lo llevamos a la acción ahora. ¿Qué haremos este día, esta semana, este mes para cambiar la parte de la historia que nos toca??
Reasumiros como seres transformadores, innovadores, barajando todas las posibilidades para alcanzar ese cielo borgiano, comprometiéndonos desde el alma para estar ahí, para hacer “lo que cada uno tiene que hacer”, guiándonos por “grandes sentimientos de amor”.
Claro que quisiéramos estar equivocados en nuestros análisis, en nuestras observaciones y perspectivas que surgen de cada hecho que ponemos en consideración, como así también quisiéramos recurrir a aquella inocencia que albergan los sentimientos primeros en nuestras existencias.
Tal vez si al mismo tiempo en que dirigimos la mirada hacia un espacio en el que la crueldad se va tragando la vida y sueños de los otros, nosotros, y desde el discurso que aventuremos y las acciones que propongamos lo hiciésemos con esa necesaria y vital cuota de amor para transformar, muy probablemente cambiemos miradas, pensamientos y realidades.
Y aquí especularíamos con cambiar el título a este editorial para preguntar y responder al “¿Qué Hacemos?”, con nuestras manos y el corazón puestos en la posibilidad de la transformación, la concreción de las utopías.
Que así sea.
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