Por Carlos Aznárez
Comandante, iba a escribir otro artículo sobre tu digna existencia. En varias ocasiones he “emborronado cuartillas" a lo largo de mi militancia periodística y de la otra, de esa en la que muchos nos zambullimos con las armas en la mano en los ' 70, hasta dejar la piel en la embestida, al calor de tu grito de guerra allá en Sierra Maestra. Pero me dí cuenta que las palabras y la admiración que te profesamos ya las había escrito hace tres años, cuando cumplías tus 85. Lo que te dije en aquel entonces está intacto en mi corazón y en el de quienes hoy te homenajeamos en todos los rincones del mundo donde los pueblos se siguen levantando, como en Palestina heroica, a la que tú le has dedicado una reflexión de urgencia. Por eso, repito el texto, sin tocar una coma, y te vuelvo a decir: seguimos en pie, Comandante, con tus ideas y tu coraje.
¿Cuántos Fideles hay en este Fidel que en estos días cumple 88 años de muy vivida existencia? Seguramente que muchos. Tantos que no alcanza la memoria para evocarlo. Hay un Fidel -menos conocido-, que desde muy joven se puso en marcha para, en los claustros universitarios, comenzar un intenso camino de agitación que lo llevó pocos años después a militar activamente -haciendo honor a un internacionalismo al que luego abrazaría con pasión- contra el dictador dominicano Leónidas Trujillo.
Hay otro Fidel que se dio cuenta enseguida que todas las teorías del mundo no son suficientes si no se ejerce una práctica audaz e inteligente contra el autoritarismo, y junto con un puñado de valientes asaltó el Moncada, abriendo así un sendero que no se detendría más hasta la toma del poder, una meta imprescindible si se quiere hacer una Revolución con mayúsculas. Pero qué decir de ese Fidel, que con Raúl, el Che y otros tantos patriotas desembarcó del Granma, y cuando todo parecía venirse abajo, entre cadáveres de sus mejores hermanos y las balas del enemigo, contó los fusiles y se repitió varias veces, como para que lo oyeran los esbirros de la dictadura batistiana, que con esa decena de hombres que quedaban en pie, ganarían la batalla.
Del Fidel de Sierra Maestra habría mucho para contar. Él mismo lo ha hecho recientemente, con su estilo locuaz y sumamente descriptivo, en dos libros de lectura imprescindible para entender de qué se trató esa epopeya :”La contraofensiva estratégica” y “La victoria estratégica”.
Allí, en aquellas montañas victoriosas, apareció con toda claridad el Fidel combatiente, el estratega militar capaz de convertir en triunfo aplastante lo que minutos antes iba camino a convertirse en derrota, el Fidel compañero de sus compañeros, severo cuando se trataba de hacer que se cumplan sus órdenes, sabedor de que cualquier duda en un combate tan desigual como el que libraban, podía hacer capotar el proyecto revolucionario.
Pero también supimos en esos pocos años de batalla directa contra la soldadesca de Batista, de ese Fidel que respetaba la vida de sus enemigos una vez que eran capturados en combate, marcando de esa forma un territorio de humanidad, que en varias ocasiones provocó deserciones masivas entre los uniformados del régimen, y generó las bases para que pocos miles de rebeldes vencieran a un ejército regular y bien equipado de cien mil soldados, que contaban con tanques, aviones bombarderos, y la ayuda internacional de los imperios yanqui e inglés.
Después, cuando los barbudos felizmente marcharon victoriosos hacia La Habana, en aquellos días memorables del ' 59, comenzó a desarrollarse la vida de un Fidel que terminó asombrando al mundo. Revolucionario hasta la médula, liberó a su pueblo de la opresión y de la cultura gringa que lo asfixiaba, expropió y nacionalizó todo lo que antes era de cuatro magnates subordinados a la mafia norteamericana, y ejerció el internacionalismo con la misma potencia que antes había desarrollado para derrotar al tirano.
Codo a codo con el Che, no dudó de emprender una prolongada marcha para conquistar la por ahora pendiente segunda Independencia latinoamericana. Venció al apartheid sudafricano, ayudó a liberar Angola, abrazó a Salvador Allende y apretó los puños de rabia, como pocos, cuando se enteró que su hermano Guevara caía en combate en Ñancahuazu.
Cuántos rebeldes del continente se siente enormemente agradecidos por lo que hizo Cuba por ellos, cuántos luchadores por el socialismo no hubieran podido gestar múltiples hazañas en sus países sin la decisión solidaria y comprometida de Fidel y sus compañeros. La lista es extensa y a través de ella, Cuba y su Revolución fueron escribiendo páginas de dignidad imposibles de olvidar.
En esos años y en los venideros, Fidel debió multiplicarse, para que la Isla no se hundiera tras la caída del bloque socialista, para intervenir con clarividencia en temas de deuda externa, anunciando antes que ninguno, que la misma era impagable por ilegítima. También propuso soluciones para cuidar y defender el medio ambiente, o encarar gigantescas iniciativas en temas de educación y salud para su pueblo, que luego fueron y son derivadas de manera solidaria hacia el resto del mundo.
Sin embargo, la madre de toda las batallas fue la que libró Fidel, abrazado con su pueblo, contra el criminal bloqueo imperialista.
Medio siglo de obligadas carencias, que fueron derrotadas a punta de digno coraje y la convicción de que a las revoluciones verdaderas se le oponen miles de escollos. Para que semejante agresión no pueda salir airosa, Fidel lo repitió siempre, la medicina es tener conciencia revolucionaria y convicción de que se libra una batalla justa, forjar una inmensa unidad de los de abajo, y sacrificarse hasta las lágrimas.
“Después de Dios, Fidel”, dijo emocionado un agradecido ciudadano de Haití, al defender las misiones médicas y alfabetizadoras que el gobierno cubano derramó por todo el mundo, llegando allí donde nadie se atrevía. Eso es lo que en estos días todos los que agradecemos su necesaria vigencia tenemos la obligación de recordar cuando nombramos a Fidel. Nunca, pero nunca, nos falló.
Lo decimos desde la constatación de saber en que clase de mundo vivimos, donde la felonía, la corruptela, el transfuguismo y la claudicación se han convertido en moneda corriente. Frente a esas lacras, Fidel, Cuba, su pueblo, la vieja guardia y las jóvenes generaciones revolucionarias, siempre han mostrado que se puede. Que con voluntad política y conciencia revolucionaria no hay enemigo invencible.
Ahora, que el Comandante, ese mismo al que su pueblo llama cariñosamente “el caballo”, sigue galopando con tantas ansias de futuro, ahora que ese enemigo al que le soportó la mirada, a pesar de tenerlo a sólo 90 millas, comienza a derrumbarse, tal cual anunciara el propio Fidel en aquel acto memorable junto con Hugo Chávez en la provincia de Córdoba, ahora que combina sabias reflexiones con gestos imborrables de ternura hacia quien considera su hijo político venezolano -como tal, también hacedor de revoluciones- y le anima para batallar contra su sorpresiva dolencia, ahora, cuando sus palabras en defensa de la vida contra la muerte que sigue derrochando el Imperio allí donde se asienta, ahora, precisamente, es tiempo de homenajear a Fidel.
Es hora de decirle, sin rubores de ningún tipo, que lo queremos por todo lo hecho, y por todo lo que seguramente seguirá haciendo. No es cursilería, ni obsecuencia decir esto, no somos ni una cosa ni la otra y sabemos de ambas por vivir en países donde se practican con desmesura, sólo se trata de hacer justicia con alguien al que desde que nos apareció la conciencia, siempre tuvimos de nuestro lado. Por muchos años más, Fidel. Para que nuestros enemigos sigan rabiando, y los de abajo y a la izquierda (como diría el Subcomandante Marcos) festejen con ganas tu noble y vital existencia.
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