Monumento en el Memorial de América Latina, de Oscar Niemeyer
Por Salim Lamrani *
Foto: Virgilio Ponce
En ocasión del décimo aniversario de la fundación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América en 2004 y a 120 años de la caída en combate de José Martí, conviene echar una mirada a tres textos fundadores de la integración latinoamericana.
Introducción
Los tres documentos, “Nuestra América”, la “Segunda Declaración de La Habana” y la “Declaración del ALBA”, simbolizan los desafíos de la integración latinoamericana en un contexto geopolítico dominado por la sombra tutelar hegemónica de Estados Unidos y esbozan un panorama histórico de esta epopeya emancipadora de los países del Nuevo Mundo desde el siglo XIX hasta el siglo XXI. “Nuestra América”, texto escrito en 1891 por José Martí, Apóstol y Héroe nacional de Cuba, creador del proyecto integrador, constituye el pilar fundacional del edificio unificador de las naciones latinoamericanas y echa las bases teóricas de esta aspiración histórica. “La Segunda Declaración de La Habana”, proclama publicada en 1962 tras el triunfo de la Revolución Cubana y la decisión de la Organización de Estados Americanos –supeditada al poder estadounidense– de romper las relaciones diplomáticas con La Habana, reivindica el legado martiano y señala al principal enemigo de la independencia y de la soberanía del continente: el poder imperialista de Washington. Con la Alternativa Bolivariana para las Américas de 2004, se consagra finalmente el sueño bolivariano y martiano de una integración continental con el establecimiento entre Venezuela y Cuba de un acuerdo de cooperación multifacético que se extendería a otras naciones de la Patria Grande, y queda sepultado el proyecto del ALCA defendido por el “Norte revuelto y brutal”.
“Nuestra América”, texto inaugural que ocupa un espacio privilegiado en la historia del pensamiento latinoamericano, cimienta el anhelo emancipador. En esta exhortación a la unión necesaria, José Martí, precursor de la lucha antiimperialista, recuerda que la federación de los pueblos latinoamericanos en torno a valores e intereses comunes es la única puerta de salvación contra el “gigante de las siete leguas” que aspira a dominar el continente. Este fragmento, revelador del pensamiento martiano, constituye una exhortación a cerrar filas para impedir que Estados Unidos se apodere de las riquezas de América Latina y prosiga su política expansionista tan devastadora para los pueblos hispanos. En este llamado a la toma de conciencia y al combate, el Maestro privilegia la fuerza de las ideas justas y generosas, las “armas del juicio” pues “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.
El extracto de la Segunda Declaración de La Habana es sin duda el texto más transcendente de la historia política del continente desde la publicación de “Nuestra América”. Inspirado directamente en el ideario martiano, de ideología socialista, ambiciona tejer lazos indisolubles entre les distintos miembros de la familia latinoamericana que aspira a conseguir su segunda independencia y emanciparse de la sombra imperial de Estados Unidos. La marcha unida, de todos los segmentos sociales, es una necesidad imperiosa y vital para poder librar esta segunda batalla común contra el opresor del Norte que representa el principal obstáculo a la edificación de la Patria de Bolívar. Este escrito constituye un llamado a la insumisión y a la rebeldía de todas las naciones contra un poder hegemónico que quiere aplastar las aspiraciones de libertad, igualdad y justicia social de los humildes y de los “pobres de la tierra” americana.
La Declaración Conjunta, texto político firmado por los presidentes Hugo Chávez de Venezuela y Fidel Castro de Cuba en 2004, echa las bases de la actual Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América. Esta coalición integradora nace del rechazo a las ambiciones de Washington (dirigido entonces por el presidente George. W. Bush) que quiere imponer al continente una zona de libre cambio neoliberal que hundiría a las naciones latinoamericanas en la sumisión y la dependencia. El capital transnacional domina las economías regionales y las relaciones entre el Norte y el Sur se basan en la ley del más fuerte. Elaborada primero como alternativa, el ALBA es la respuesta de los dos países más progresistas del tablero político e ideológico latinoamericano a los impulsos hegemónicos del Norte. Preconiza basar las relaciones en la reciprocidad, la solidaridad, la no injerencia en los asuntos internos y el respeto mutuo y ubicar al ser humano en el centro del proyecto de sociedad, retomando así el ideario bolivariano y martiano.
¿En qué medida estos tres textos fundadores, escritos en tres siglos distintos, reivindican la preservación de la independencia y la identidad latinoamericanas y constituyen el fundamento de la resistencia histórica al poder hegemónico de Estados Unidos en el continente?
Tres ejes estructuran estos textos, pilares de los distintos procesos de integración y resistencia a los apetitos imperiales de los Estados Unidos de América. Primero, aunque esos escritos se redactaron en tres siglos distintos, todos señalan a un mismo enemigo común, a ese “vecino formidable” que desdeña e ignora a los pueblos del Sur, para decirlo con palabras de Martí, “al capital monopolista yanqui” que denuncia la Segunda Declaración de La Habana, o a ese Norte y “sus apetitos de dominación sobre la región” señalado en la Declaración del ALBA. Luego, la unión de todas las fuerzas patrióticas del continente es la premisa para la edificación de una política de resistencia al mastodonte hegemónico que quiere hundir a los pueblos latinos en la subordinación y la esclavitud. Resulta imprescindible alcanzar la federación continental, “la solidaridad más amplia entre los pueblos de la América Latina y el Caribe”, pues “es la hora del recuento y de la marcha unida” de esa “familia de 200 millones de hermanos”. Finalmente, el objetivo común es edificar la Patria Grande de todos, donde “lo mejor del hombre” prevalecería en el camino hacia “un mismo mejor destino” basado en la “en la cooperación, la solidaridad y la voluntad común de avanzar todos de consuno hacia niveles más altos de desarrollo”.
1. Un enemigo común: el poder imperial y hegemónico yanqui
Desde la fundación de las trece colonias y el inicio del proceso expansionista, Estados Unidos siempre ha constituido la principal amenaza para las jóvenes naciones latinoamericanas. La doctrina del Destino Manifiesto, que estipulaba que la conquista de todo el continente era la misión divina del “pueblo emprendedor y pujante”, tuvo consecuencias devastadoras para México, que perdió más de la mitad de su territorio en la guerra de 1846-1848. Martí, visionario y hombre de su tiempo, vio con lucidez el peligro “de los gigantes que llevan siete leguas en las botas” y dedicó su vida a alertar a sus compatriotas latinoamericanos sobre los designios hegemónicos del poder imperial del Norte. Ardiente defensor de la soberanía y la identidad de América Latina, el cubano, dotado de una fortaleza espiritual a toda prueba, multiplicó los esfuerzos para conseguir la independencia total de su tierra natal, codiciada por Washington desde principios del siglo XIX, por su posición geoestratégica y sus recursos naturales. En “Nuestra América”,texto de combate y estímulo a la resistencia, el Apóstol recuerda que la lucha por la independencia y la soberanía es un combate de todos los instantes, con el fin de evitar caer en la servidumbre de un poder opresor. “El pulpo” sólo espera el momento adecuado para caer “con esa fuerza más” sobre las jóvenes republicas hispanoamericanas. Martí denuncia también a quienes le abren “la puerta al extranjero”, aludiendo a las elites corruptas y apátridas que pululan en el continente y no vacilan en firmar un pacto con el diablo del Norte, en entregar la economía nacional y los recursos naturales, anteponiendo su egoísmo al interés superior de la patria. “La independencia” de América Latina resulta amenazada por el desdén del vecino del Norte que no la conoce y su “tradición de conquista” que suscita su “codicia”.
La Segunda Declaración de La Habana se enmarca en la continuidad de “Nuestra América” y denuncia “al mismo enemigo” que señaló Martí. Tras conseguir la independencia después de una larga lucha contra el imperio español que duró casi un siglo y le costó enormes sacrificios, América Latina se encuentra en la obligación de librar otra batalla mayor contra el poder estadounidense, que no ha renunciado a dominar el continente. El lugar elegido para hacer pública la proclama es la capital de Cuba y esto tiene un alcance simbólico pues la Isla de Cuba ejemplifica la lucha de los pueblos del Sur contra todos los demonios. En efecto, tras treinta años de lucha entre 1868 y 1898, en la guerra de independencia que fue la más larga y la más sangrienta de todo el continente, Cuba vio sus sueños emancipadores frustrados por la intervención imperial de Estados Unidos, que transformó la patria de Martí en un vulgar protectorado y en una república neocolonial. Tras sesenta años de dominación estadounidense de 1898 a 1958, el pueblo cubano realizó por fin su anhelo de una patria libre y soberana con el triunfo de la Revolución liderada por Fidel Castro el primero de enero de 1959. Pero inmediatamente tuvo que enfrentarse a la hostilidad del vecino imperial que no aceptaba la realidad de una Cuba soberana y la pérdida de su “fruta madura” tan codiciada. La Segunda Declaración de La Habana proclama que la lucha contra el imperialismo yanqui es un combate de toda la humanidad y de todos los pueblos, sobre todo de los más humildes, “los indios”, “los campesinos sin tierra”, “los obreros explotados”, pero también “las masas progresistas”, “los intelectuales honestos y brillantes”. América Latina debe dar el ejemplo en la resistencia a ese “Norte revuelto y brutal” que la desprecia.
La fundación del ALBA es una respuesta al ALCA, proyecto de dominación económica elaborado por Washington para penetrar en las economías latinoamericanas y supeditarlas a los intereses de las transnacionales estadounidenses. El ALCA es una ampliación de ALENA, zona de libre cambio que incluye los territorios de Canadá, Estados Unidos y México, creada en 1994, que destruyó la industria y la agricultura mexicanas, las cuales no podían competir contra los productos subvencionados procedentes del vecino del Norte. Para evitar “una profundización del neoliberalismo” promovido por el presidente Bush, lo que hundiría a América Latina en una “dependencia y subordinación sin precedentes”, nació una alternativa elaborada por Fidel Castro y Hugo Chávez. Ambos líderes, que reivindican el legado político de Bolívar y de Martí, ven el ALCA como una maniobra más de Washington para tomar posesión de las riquezas del continente pues saben, como dijera el Apóstol cubano, que “quien dice unión económica dice unión política”, y las dos Américas no tienen los mismos intereses. El ALCA tiene como objetivo impedir la independencia económica de los países del Sur y fortalecer la dependencia de los productos y financiamientos del Norte, como lo ilustra el caso de la deuda externa. Antes de proponer un modelo distinto para la Patria Grande, el ALBA se edifica primero como un baluarte de resistencia a los apetitos del coloso del Norte, que quiere seguir saqueando el continente y mantenerlo en la servidumbre, y por consiguiente rechaza “con firmeza el contenido y los propósitos del ALCA”. Para acabar con la “pobreza”, la “desesperación de los sectores mayoritarios” de América Latina, “la desnacionalización de las economías de la región” y la “subordinación absoluta a los dictados desde el exterior” nació el ALBA.
Pero para poder resistir al “Norte revuelto y brutal” y a su poder hegemónico, que quiere apoderarse de continente, es imprescindible fortalecer la unión de la familia americana que comparte las mismas aspiraciones a un mismo mejor destino y es lo que señalan los tres documentos históricos.
* Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
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