Izquierda a derecha: Álvaro Uribe Vélez, Procurador Ordoñez, Luis Carlos Sarmiento Angulo,
Alejandro Santo Domingo y Carlos Ardila Lulle
Por Walter Mendoza
Todos los procesos de paz en Colombia han estado salpicados por trampas y la desinformación que, a través de los medios masivos comunicacionales, han generado matrices de opinión cizañeras y tendenciosas. El único propósito es eternizar la guerra en beneficio de los que acumulan grandes riquezas con el sufrimientoy la sangre ajena.
Para nadie es un secreto que los mercaderes de la guerra, en público derraman lágrimas de cocodrilo, elevan plegarias de solidaridad con los desdichados, con los que riegan su sangre en los campos de combate: soldados, policías, guerrilleros y cientos de civiles; mientras, en privado, la euforia reúne a todos los potentados y hasta lloran de alegría cuando la sangre derramada no es de su clase.
La paz en Colombia ha tenido y sigue teniendo poderosos enemigos; son aquellos grupos de poder político y económico que no han permitido cambios de su viejo modelo, modelo que les ha permitido durante más de 200 años sostenerse en el poder a través del monopolio de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.
Después de la desaparición física del Libertador Simón Bolívar, el Santanderismo traicionó el ideario bolivariano y se confabuló con la burguesía incipiente que desde ya dejaba ver su afinidad con el imperio del norte. El proceso de unidad y lucha bolivariana fue truncado y un nuevo modelo se impuso: el modelo de la represión y despojo de tierras a las grandes masas del campo. Eso dio origen a una sucesión de guerras: la Guerra de los Mil Días, la Masacre de las Bananeras, el intento de reforma agraria del presidente Alfonso López Pumarejo en 1936 -a la cual la burguesía latifundista se opuso-, y la lucha de los campesinos por la tenencia de la tierra continuó. En 1948 tuvo lugar el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, con el resultado de más de 300.000 muertos; el golpe de Estado de Rojas Pinilla en 1953, la desmovilización de las guerrillas del Llano que después fueron traicionadas, el ataque a Marquetalia en 1964. Guerra que sigue en pleno furor.
Tres intentos de buscar la paz se han frustrado: La Uribe en 1964, Tlaxcala en 1992, El Caguánen 1999 y esperemos que no sea otra frustración este de La Habana, Cuba. Ojalá el presidente Santos tenga la valentía y se pueda imponer a los guerreristas utilizando sus facultades presidenciales y les diga con fortaleza y vocación de paz: “Ustedes no se atraviesen en el camino de la reconciliación de los colombianos, la paz le pertenece a Colombia, no es propiedad privada, es un bien común”. Esas palabras son las que el pueblo quiere escuchar de usted, señor presidente, no las inconsistencias. Un día dice: “voy a poner todo mi caudal político a favor de la paz”, mientras que al otro día echa “reversa” con tantas ambigüedades. Así es muy complicado, señor presidente, firmar la paz.
Un gran obstáculo en el camino hacia la paz es la desinformación, las injurias y calumnias; los grandes montajes propagandísticos; los intereses políticos y económicos que se atraviesan, apoyados por personalidades de todas las tendencias: catedráticos, periodistas, académicos, etc. Despistados y desconocedores de la realidad que se vive en la otra Colombia, la Colombia de los pobres, la de los sin tierra, allá donde caen las bombas, donde mueren los soldados y policías hijos de campesinos, de trabajadores, de la gente de los estratos uno, dos y tres.
Si la guerra les estuviera tocando las puertas a los Uribe Vélez, a los Santo Domingo, a los Ardila Lule y a un gran sector de la clase política, otra sería su postura frente al conflicto.
Es muy bueno teorizar sobre la guerra, escribir desde la distancia, despotricar y descalificar a los que están en el centro del conflicto y de los que sufren en cuerpo presente las consecuencias de la confrontación.
Otros beneficiados de la guerra han sido algunos sectores de la cúpula militar, agrupados en ACORE, Asociación de Oficiales Retirados de las FF. MM. Sus ascensos, condecoraciones, charreteras y victorias las han obtenido con la sangre derramada por suboficiales, policías y soldados en los campos de batalla.
A la paz no se le puede seguir disparando desde los cuarteles, oficinas, palacios y redes sociales.
Es urgente que los medios masivos de comunicación adquieran una cultura de paz, que socialicen la paz; llegó el momento de poner fin a la guerra y hacer las reformas para la paz.
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