Por Carlos Del Frade
(APe).- -Le vamos a cobrar la nota– le dijeron los pibes de la plaza Sarmiento, una banda que para los grandes medios de comunicación rosarinos eran prácticamente la síntesis del mal a principios de 1984, al entonces joven cronista del desaparecido diario “Rosario”. Media docena de chicos menores de quince años que vivían del otro lado de la reja del edificio del Normal 1 que luego sería convertido en monumento nacional. Le habían construido fama de drogadictos, ladrones y casi asesinos. Aquella demanda prologaba cosas malas, pensaba el periodista.
La realidad era otra. Los pibes cobraron cinco café con leche en el viejo bar “El Cairo”, porque uno de la “banda” no fue y el boliche era muy distinto al que se ve en el presente.
Explicaron que vivían en la calle porque en sus casas pasaban cosas atroces y no querían sufrir tanto, que era mejor estar allí, a la vuelta de la tradicional institución que enseña idiomas.
-Nosotros consumimos esto –le dijeron al redactor y mostraron una bolsita con algo gris con forma gomosa, era poxi ram.
“Sirve para disimular el hambre, no sentir tanto el frío y aguantar los golpes de la cana de acá a la vuelta”, indicaban en relación a la comisaría segunda.
Treintaiún años después, en la ex ciudad obrera, donde sobrevive en el agujero negro construido a puro saqueo del trabajo en los barrios, las pibas y los pibes siguen siendo la consecuencia dramática del negocio paraestatal del narcotráfico.
-La edad de inicio va disminuyendo. Una docente nos contaba que han tenido el caso de un chico de seis años que ya está consumiendo, nosotros sabemos de chicos de siete y ocho años que han tenido problemas con el consumo. Esta realidad no está escondida en la villa, está en el centro, lo vemos. La marginalidad no está en el margen de la ciudad sino en el medio", indicó el sacerdote Fabián Belay, a cargo de la organización “Hogar Padre Misericordioso”. El religioso agregó que ya ha trabajado con chicas y chicos de seis a ocho años que consumían distintos tipos de drogas.
"Vemos una ausencia total de campañas de prevención, donde lamentablemente cada vez se toma menos conciencia de la adicción como una enfermedad y por eso no hay un pedido de ayuda de parte del consumidor. Sí vemos la necesidad de la familia, que está desbordada, totalmente sobrepasada por la situación y son los padres o los hermanos, en algunos casos, los que se acercan a pedir ayuda", sostuvo Belay.
En forma paralela, 31 años después de aquellos chicos de la Plaza Sarmiento, los estudios de las facultades rosarinas también marcan el destino de las pibas y los pibes como consumidores - consumidos y soldaditos que luego serán inmolados en el altar del perverso dios dinero, como siempre se insiste desde esta columna.
Un reciente trabajo de la Cátedra de Criminología y Control Social de la Universidad Nacional de Rosario, sostiene que en los últimos ocho años Rosario duplicó la tasa de homicidios y se convirtió en la ciudad más violenta del país, y que el perfil de víctimas y victimarios es el mismo: varones jóvenes de barrios pobres, de entre 18 y 25 años. Y lo más preocupante, que el 78 por ciento de esos casos quedan impunes.
Para Eugenia Cozzi, coordinadora del equipo de investigación, "la baja tasa de condena se basa en la no investigación de estos hechos. En algunos casos la investigación avanza porque hay familiares moviendo la causa. Esto tiene que ver con rutinas del poder judicial". De los 145 homicidios analizados, en el 69 por ciento de los casos no hubo sospechosos procesados.
Tres décadas después, las chicas y los chicos rosarinos intentan aguantar el presente como pueden, al mismo tiempo que los negocios que los condenan siguen creciendo en dinero e impunidad.
Fuentes: Diario “La Capital”, sábado 2 de mayo de 2015; diario “Rosario/12”, sábado 2 de mayo de 2015 y testimonio del libro “Ciudad blanca, crónica negra”, del autor de esta nota.
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