Por Alberto Morlachetti (*)
(APe).- Hay algunos personajes -políticos empresarios intelectuales- que rompen el principio de Arquímedes: desalojan más agua de lo que pesan. Experimentan, como dice Vicent, un impulso hacia arriba muy superior al valor de sus vidas -generalmente impuras- o a la densidad de su obra.
Se los suele ver en los diarios escribiendo sobre el misterio del amor -que nunca conocieron- o en la TV con sus rostros prolijos opinando sobre la inflación o en la radio con sus voces atildadas disertando sobre la inseguridad urbana. Sus presencias navegando sobre los temas más diversos se multiplican en los medios hasta la angustia sin una idea original que nos sorprenda. Pero generalmente son buenos tributarios de ese río llamado mano dura que termina con los pobres.
Son los mismos que ayudaron a diseñar el país que nunca imaginamos que construyen represas que alimentan de energía eléctrica a los que pueden pagarla y a los vecinos hambrientos les ponen una lámpara de kerosene que siempre cae y despierta un incendio en una casilla de madera infame y cartones descartables en Colonia Ayuí -cerca de Concordia- donde murieron quemados José de 8 años, Carlos de 9, Yanina de 10, Gabriela de 14, Paola de 18 y su bebé de 9 meses en la madrugada del 23 de noviembre. Cualquiera puede leer la información desde sus propias lágrimas o quizás suceda que “anda de olvido el corazón” como dice Manzi.
Estas muertes no se inscriben en el texto sagrado de la memoria porque se ha abolido el tiempo. Vivimos un presente inmemorial, donde la vida suele ser un milagro inmerecido. Si el futuro tiene textura de niños cada muerte lo disminuye.
Walter Benjamin dijo alguna vez que la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que los adultos son más fuertes, sino su incapacidad de hacer magia. Los niños -como las criaturas de las fábulas- saben que para ser felices es preciso tener de su lado al genio de la botella que concede los deseos a través de una lengua secreta que los une.
Pero nada es fácil en el mundo de los supermercados: las constelaciones se venden como los días de sol de alguna playa y los niños siguen muriendo en el desierto, cerca de los límites del mar.
(*) Esta nota fue publicada el 30 de noviembre de 2005. Conserva una escalofriante vigencia.
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