Por Silvana Melo
(APe).- En la mañana del 12 de mayo comenzaba a notarse la ausencia de Aylín. Tiene 14 años, salió para encontrarse con sus compañeros e ir a la escuela en San Telmo. Pero se esfumó en el aire. Como una pompa de jabón.
En la mañana del 11 de mayo Lucas sintió como si un punzón se le hundiera en la base de la cabeza. Del lado de atrás. Se dio vuelta y vio a su vecino con un arma humeante. Y supo que en la nuca tenía una bala. A los 13 años tocar timbre, salir corriendo y revolear una bolsa de basura al medio de la calle es provocar a los hados. Hacer del juego sagrado una mueca a los dioses. Pero el mundo tiene patovicas sistémicos. Que disparan a los niños que juegan.
En la madrugada del 10 de mayo el cuerpo de Chiara, que tenía 14 años, fue enterrado en el patio de la casa de su novio de 16. Dicen que cuando todavía estaba con vida. Ella era una nena. Y tenía en su vientre una vida chiquitita. El chico recién está despabilándose de la niñez. A los 16 supo que sería padre y se cargó la vida de Chiara y la del pequeño bebé. Hasta ahora, parece ser que fue su propia familia la que lo ayudó a enterrarlos. A Chiara y al bebé. Chiara murió a golpes. Y dicen que el chico no pudo haberlo hecho solo.
Las mañanas son peligrosas para los niños en estas tierras. El amanecer no les pertenece. Y las alboradas parecen ser los gendarmes del sistema.
El capitalismo no es apenas un sistema económico. Es un orden cultural, político, social. Las sociedades se forman y deforman a su ritmo. La maquinaria crea seres humanos en serie que se miran el ombligo y recelan del otro. Lo persiguen, lo encierran, lo confinan. Y a veces hasta lo matan.
De vez en cuando, se rompe la tapa de cartón corrugado que sostiene la locura. Y aparece un monstruo. Que hasta hace diez minutos era tranquilo almacenero, albañil, ingeniero mecánico, vendedor de cosméticos. El monstruo mata, ayuda a matar, hace desaparecer, dispara en la nunca a un niño, saliva profusamente cuando alguien se queda pegado al alambre eléctrico de su muro. Después se lava las manos y se limpia la sangre de la camisa. Y vuelve a ser el mismo buen vecino.
Aylín no aparece.
Lucas tiene un disparo en la nuca y lucha y se aferra a este lado del mundo. A la tierra donde aparecen los monstruos pero que es su escenario de vida.
Eran un grupo y jugaban al ring raje. Un juego del Neolítico, si hubiera existido el timbre. Que el vecino del arma debe haber jugado en su prehistoria. Pero el capitalismo es, además, una herramienta de abolición de la memoria. El disparo lo alcanzó a Lucas. De atrás. Y la bala se le incrustó en la nuca. Pudo decirle a su madre “Oscar me pegó un tiro”. Y después se hundió en un limbo del que se espera su regreso.
Chiara murió a golpes. Dicen que pagó con su vida la vida que su novio de 16 le había inoculado en el vientre. Que toda la familia se lo hizo pagar. Monstruos que hasta hace 10 minutos eran buenos vecinos.
Gente de la cuadra que mata de pronto.
Patovicas del sistema.
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