Hialeah, Miami y la irracionalidad     Hialeah, Miami y la irracionalidad     Foto: Virgilio Ponce Por Lorenzo Gonzalo * Miami, 5 de Marzo de 2011 Pensé escribir hoy sobre Mi...

Hialeah, Miami y la irracionalidad

 


 


Hialeah, Miami y la irracionalidad


 


Lorenzo_Gonzalo_2  Foto: Virgilio Ponce


Por Lorenzo Gonzalo *



Miami, 5 de Marzo de 2011


Pensé escribir hoy sobre Miami. Para ello hubiese tenido que comenzar hablando de sus corrupciones políticas, escándalos en los municipios, prósperos negocios de dudoso origen, algunos de los cuales se remontan a la época del gran tráfico de droga en la ciudad y otros asuntos  semejantes. No hubiese podido ignorar el discurso anticastrista que usan los candidatos en tiempo de elecciones para enamorar a quienes dan la plata para elegirlos a la administración de la ciudad. Por supuesto, para ser fiel al ciudadano común, también hubiese hablado del espíritu de trabajo de la mayoría de su población, la dedicación al estudio de muchos adultos y el interés de que sus hijos cursen carreras universitarias. La composición étnica del Condado es esencialmente una mezcla de latinoamericanos.  Las precarias condiciones que confrontan sus países los ha impulsado a estas tierras, así como a España y otras de Europa. Son gente buena, en medio de una casta política desenfadadamente corrupta y principalmente hipócrita. Podemos decir que son contados los políticos que creen lo que dicen y posiblemente muy pocos los que actúan consecuentemente con su discurso.

Pero de Miami hemos hablado bastante y otros también se han encargado del tema. Hoy quiero mencionar brevemente a la ciudad de Hialeah, que al igual que Miami, pertenece al Condado Miami – Dade.  

El jueves 3 de Marzo, apareció en el Nuevo Herald, el diario oficialista representativo del poderoso grupo de revanchistas de origen cubano que rigen villas y castillos en el Condado, una noticia sobre esa ciudad.  

La señora Alexis Echevarría, quien es parte del elenco artístico de un show de TV que aborda aspectos de la cultura popular, manifestó que los habitantes de Hialeah son “de clase baja”.

El comentario es injusto, pero sus orígenes se remontan a la llegada de los primeros cubanos que abandonaron Cuba en espera que los marines la invadieran y los restituyeran en sus puestos de mando.

A Hialeah fueron las personas de origen obrero más humilde. Quienes no eran técnicos especializados o provenían de un campesinado que se había ido acomodando a vivir en poblaciones y ciudades.


En el sur de Miami se concentraron, los profesionales, las personas que se relacionaban con los órganos de inteligencia estadounidense, personas de negocio que, por sus contactos de antaño, recibieron alguna ayuda financiera para emprender pequeñas actividades económicas y quienes ya poseían capitales en esta parte del Continente. No faltó quienes llegaron con maletas donde trajeron dinero robado del erario público.

Los criterios clasistas de ese grupo, se acrecentaron con la llegada a tierra extraña. El propio carácter de clase que la dirección de la Revolución quiso imprimirle al proceso, contribuyó a incentivar aún más esas concepciones en los primeros que llegaron, y la idea de pertenecer a la “clase alta” se transformó en un sello, la única distinción dentro de un conglomerado que en los primeros años vivían en condiciones similares. El suroeste de Miami, virtualmente se convirtió en la ciudad de la “high” y Hialeah de los pobres.  De acuerdo a lo expuesto es entendible que unos tenían más educación formal que otros. Por supuesto esa diferencia no convertía a los primeros en personas de “clase alta” y a los otros en personas de “clase baja”.

Pero luego ocurrió otra incidental que se llamó Mariel.  

Desde ese puerto llegaron a La Florida, procedentes de Cuba, más de cien mil personas. Los recién llegados tenían en sentido general un conocimiento superior a quienes llegaron en los primeros tiempos entre 1959 y 1962, pero también tenían elementos culturales diferentes. Habían transcurrido veinte años del proceso revolucionario, la educación se había extendido universalmente y ciertas conductas hipócritas, que típicamente tienden a desarrollarse en las culturas de casta, habían desaparecido de la convivencia isleña.

Los recién llegados fueron a vivir en su mayoría a Hialeah. Allí primaba el idioma español y había pequeñas fábricas y negocios de producción. Las condiciones para encontrar trabajo se facilitaban en comparación con el sur, donde existía fundamentalmente una economía de servicio.

Ocurrió entonces un fenómeno que hasta entonces los llegados con anterioridad no habían observado: el cubano recién llegado no era igual que el cubano de veinte años atrás. Había diferencias culturales y Hialeah volvió a ser la diferencia.  

Los recién llegados, como grupo poblacional, poseían una juventud con una cultura universal igual y, en muchos casos, superior a quienes vivían en el Miami tradicional. A este fenómeno se agregaba que sus maneras y hábitos, también los distinguían de los primeros emigrados.

El cubano que huyó su responsabilidad de enfrentarse a los cambios que comenzaron a operarse en el país, luego del triunfo de la insurrección contra la dictadura de Batista, creyó que ellos “eran Cuba” y como consecuencia hubo un rechazo de los “marielitas”, nombre despectivo que endilgaban a todos los llegados después de 1980, sin que importara la manera en que habían salido de la Isla. Marielita no significaba haber salido por el puerto del Mariel, sino poseer una cultura, hábitos, maneras de decir y contemplar la realidad, diferentes de quienes habían llegado a Miami en los primeros años.

Cuando escuchamos una expresión tan poco feliz como la manifestada por Alexia Echevarría, no debemos pensar que nace de un despecho personal o un componente vanidoso de superioridad. Su expresión resalta esas dos realidades tan distantes y diferentes en el tiempo. La primera describe a ese cubano que siguió prendido de su paisaje, de la sencillez implícita en la vida diaria donde creció, que fue capaz de abstraerse de las imágenes virtuales formadas por un pequeño sector lleno de hastío, y la segunda, referida a ese “otro cubano” que renunció a la plenitud de su Isla, de sus coterráneos y al quedarse varados en el tiempo, se alejaron cada vez más de sus realidades.

Con el tiempo las dos ciudades se han ido acercando. La identificación es cada vez mayor, pero sin dudas que el cubano de hoy, la cultura cubana real está mucho más acentuada en Hialeah que en el resto de las ciudades del Condado.  

Como ciudad, seguramente no hay otra, donde sus cubanos de origen viajen con tanta frecuencia a visitar familiares, amigos y a recorrer sus parques y barriadas.

La diferencia entre esta mayoría y la otra, pequeña pero poderosa, es que los primeros quisieron seguir siendo cubanos y jamás politizaron su nacionalidad, ni permitieron que las políticas migratorias erradas de Cuba se la arrebataran, mientras los otros, aspiran a reinventar una cultura, regresando a un pasado a donde solamente pueden llegar a golpes de irracionalidad.

Ese proceso, que presenta al cubano emigrado igual al cubano que vive en la Isla, es el camino por donde las normalizaciones encontrarán su cauce.

A contrapelo de los despechados, solamente hay un solo cubano. Los demás son virtuales o asimilados por valores que no tienen que ver con sus orígenes.


* Periodista cubano residente en los EEUU y subdirector de Radio Miami (www.radio-miami.com)

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