Puricelli, la AUH y la pobreza encriptada (APE) Por Silvana Melo   (APe).- El nombramiento de Arturo Puricelli y la decisión de Casalizar definitivamente el Ministerio de Seguridad, la c...

Puricelli, la AUH y la pobreza encriptada (APE)

Silvana Melo 2

Por Silvana Melo  


(APe).- El nombramiento de Arturo Puricelli y la decisión de Casalizar definitivamente el Ministerio de Seguridad, la consolidación del estilo tenientecoronel de Sergio Berni, la gendarmería acordonada en cerradura en barriadas y asentamientos o la prefectura husmeando el color y la índole social de los ocupantes de un auto que cruza el Riachuelo. Los duros apuntalan, con presencia ya sin disfraces, el fortalecimiento de una sociedad cortada en dos como la tomografía corta un cerebro.

La decisión de quién vive de un lado y quién del otro ya ha sido tomada hace años desde un estado benefactor de un sector destinado a la salvación y otro, populoso, anónimo, periférico, condenado al inframundo. Es decir, al sostén de otra sociedad, conformada por necesidad, a veces con otros códigos y con otras legalidades, de donde ya se perdió la esperanza de emerger, de donde no se permite salir, con fronteras estrictamente vigiladas. La mixtura ocasional, la pleamar cotidiana que sube la marea tímidamente al centro, al banco o -intrépidamente- a una escuela queda registrada en las cámaras de seguridad.

Diez años de crecimiento formidable y de inclusión de tramos sociales que el desastre 2001 - 2002 echó al abismo, no bastaron para picar la piedra del núcleo duro de la pobreza, solidificado en los últimos cuarenta años a fuerza de la imposición de un sistema impiadoso y brutalmente selectivo.

La dualización social que se consolidó en los 90; el darwinismo que depositó en las pasarelas a los exitosos -y dejó afuera, ñatas contra el vidrio, a los desheredados- y la determinación bíblica “pobres habrá siempre”, en boca de Carlos Menem construyeron las rejas, instalaron las alarmas y colocaron los pitbull con dientes babeantes para separar una sociedad de otra. Y en el país de la soja sembrada en las banquinas, de la leche derramada en los canales, del trigo que dispara espigas al cielo, subsiste el hambre como un clavo en los pies de la esperanza. Pero fundamentalmente persiste con robustez la pobreza ya como cultura y fatalidad. Sin que se perciba alguna viabilidad de cambio. Diez millones de pobres (26,9% - Observatorio de la Deuda Social de la UCA): la mitad de ellos son niños que crecerán en permanencia y reproducción de la vida de sus padres y de sus abuelos y de aquellos que los sucederán.

Puricelli ministro es un detalle más en la decisión sistémica de proteger a un sector en contraposición a la encriptación de otro, fatalmente encapsulado en su mundo que es el mundo donde se lo incluye. Berni superministro es un detalle. Señales, no más, de que el país colectivo, el país que quiebre el tunelaje que separa y derrame la piel y las palabras de uno en las del otro se aleja dramáticamente de la voluntad política de estado.

Y no sólo se trata de comer poco, sin nutrientes y salteado. Se puede tener un plato en la mesa pero a la vez tener impedido el mañana, estar invadido por el desasosiego, enfermo sin medicamentos, herido sin hospital, frío y sin casa, ser mujer y sola o con niños a cargo o golpeada o en abandono, ser pibe en la esquina, sin más futuro que la próxima hora, con el faso anestesiante y enajenador o la bolsita alucinada, sin escuela y con casa relativa, con los sueños arrojados a la alcantarilla.

Excedentes, sobras que el sistema acomoda en el ceamse social y rodea con fajas de peligro y calaveras con tibias en rojo. No hay crecimiento ni discursos de inclusión ni programas ni subsidios sociales que los arranquen de su condena. De la estructura social que debieron construirse como cultura y fatalidad. Porque no había otra alternativa. Donde las escuelas se vienen abajo, la salud son horas de espera, dientes que se caen, genéricos que no calman, quimioterapias que atrasan décadas, camas en los pasillos, pulmones de catarro crónico porque no hay antibióticos. Pero fundamentalmente donde se derogó la esperanza. Y se vive el hoy con la misma naturalidad con que se muere. En el mismo mundo siempre, de donde, saben,  no se emerge.

Y ese corte brutal, la desigualdad extrema como política de Estado, es la génesis de la violencia de las nuevas criminalidades, despojadas y vacías de intenciones libertarias (nacidas acaso del intento de tomar individualmente aquello que supone debió haber sido suyo en el embrión de la injusticia), deshumanizadas y crueles tantas veces.

La asignación por hijo (AUH) a 460 pesos a partir de junio y Puricelli ministro son los trajes de vidriera para el país que se ve y que se escoge. El subsidio cubre a 3.800.000 chicos que, en las estadísticas, posiblemente asomen desde la indigencia a la pobreza. En una decisión que prácticamente no se difundió, se modificó estructuralmente la metodología distributiva: el monto irá directamente a las manos de las madres. El sistema patriarcal de distribución actual generaba miles de casos de padres ausentes que cobraban el beneficio sin que jamás les llegara a los niños.

Pero la AUH no transforma medularmente el destino. Permite el alimento diario pero no genera futuro. No rompe el encriptamiento social. No arranca a las madres del paco ni de la marginalidad extrema. No está acompañada por programas profundos y limpios de especulaciones y metodologías clientelares, no llega de la mano de políticas públicas de generación de empleo genuino y no de becas que absuelvan de horario laboral y con la mitad del salario para el puntero o el legislador. No llega, la AUH, armada de una decisión política de romper la alianza dealer - policía - municipio. Entonces no es difícil que algo de ella se diluya en la cañería desgraciada del consumo y la supervivencia desesperada.

No es, la AUH, aquella necesidad urgente de 2001, cuando los huesos de las estructuras familiares se quebraban inexorablemente y nacían los pibes morenos, de piercing en el labio inferior, de cabeza rapada con lonja profusa de cabellos negros en el medio, de ojos oscuros y achinados, de gorra y capucha y auriculares en el alma. Cuando nacían los pibes el Frenapo y el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo discutían desde el desierto la urgencia de una asignación universal para esa niñez que desde el útero era desplazada a los vertederos.

Hasta el 2009 la negativa fue sistemática y una derrota electoral convirtió en bandera lo que minutos atrás era rechazo visceral. Pero los vertederos ya estaban colmados. Y la sociedad alternativa donde fue confinada la marginalidad, inexorable.

No vino con una pica y un martillo la AUH. No vino a romper con la cáscara que separa y divide.

No vino a alimentar a los niños para que tengan los brazos fuertes y agujereen las fronteras y se escurran entre las botas de los gendarmes y enganchen las manos de los otros niños, aquellos de los que se defenderán cuando crezcan.

Cuando otro Puricelli sea ministro.

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