Literarias Nº 3   Domingo de otoño. Con frío y muchas ganas de quedarse en casa, salvo que salga el sol. Pero al atardecer siempre viene bien un par de ma...

Literarias Nº 3

 

Gacetillas Lliterarias

Domingo de otoño. Con frío y muchas ganas de quedarse en casa, salvo que salga el sol. Pero al atardecer siempre viene bien un par de mates y ponerse a leer o charlar con amigas y amigos.

Y si de lecturas se trata, la edición de hoy nos depara sorpresas para mirar este mundo y dejar rodar la imaginación por un instante. Al menos eso no nos pueden quitar todavía.


Defiéndete


Ante las gruesas cadenas
que engrillan tu mente,
procura romperlas
con lectura diferente.

Ante los gritos del capital que impone condenas
y nos somete,
únete a tus compañeras y compañeros en las luchas
para que su viento no te lleve por delante.

Ante las promesas de los burócratas,
opone tu realidad y diles que miente,
que viven ocultando la entrega a los patrones fascistas
para reinar en forma permanente.

Tú puedes salir de esas excusas que parecen perfectas,
porque tu cuerpo siente,
tu alma cruje en el medio de las mentiras
y es la que te dice: defiéndete...


Sobre el ring


Por Horacio Mantiñán

boxing

Uppercup de izquierda al hígado,
lo siente, se corre un paso para atrás
mientras le tira un gancho volado.

El Pasado está a la ofensiva,
arroja un cross al mentón,
el Futuro no lo ve venir
y cae pesado a la lona.

El árbitro inicia la cuenta,
se levanta lentamente,
rodilla en tierra,
ninguno de los dos recuerda
el motivo de la pelea:
mi Pasado y mi Futuro
se pelean en el ring de mi Presente.

El Pasado le grita nombres de amores de Luna,
el Futuro habla del amor,
le responde alzando la guardia
¿y los trabajos que perdió por comunista?
el Futuro habla de los amigos de barro,
de una casa,
que no se me cuidar,
el Pasado le grita que soy quien soy
por ser trosko,
agua y ajo.

El Futuro amaga con la izquierda y le tira un directo,
y le habla del libro
y del hijo que llegará.

El Pasado quiere mantenerlo a raya,
le tira un jab y luego otro.

Se agarran, el Futuro le pega en los riñones,
sabe que el Pasado tiene más experiencia
pero menos aire.

Saca un gancho derecho
seguido de otro gancho izquierdo,
no lo calza bien.

Muy hablada la pelea
estoy sentado en el ring side,
un tremendo uppercup de izquierda lo tira al Pasado,
Oicaroh inicia la cuenta.

Se levanta,
lo mira sobrador
y hace un paso raro con los pies,
quiere distraerlo.

Baja la guardia
y va al frente, como siempre
el Futuro contraataca,
joven,
agresivo,
no piensa, solo avanza.

La pelea es muy dura,
hay heridas que empiezan a sangrar,
los dos están muy cansados
-¡ Acá nadie tira la toalla !
(les grito desde la comodidad de mi asiento)

Los dos creen que  disfruto la pelea
que sé que alguno tiene que quedar KO,
pero no saben que cada golpe que se dan
me duele mucho.


El avance de la Sombra

Por Nechi Dorado

 

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Es sorprendente notar qué tipo de amalgama existe entre la degradación y la tristeza. Esa tristeza que nos hace pensar de qué manera se regresa indemne a los momentos previos a tanta decadencia si es que hay, realmente, pasaje de regreso.

Había una vez un pueblo como tantos pueblos que comenzó a alterarse cuando una Sombra apareció tan sigilosamente como ameritaba la situación del momento. Esa cosa considerada espantosa porque de verdad lo era, daba señales de un renacimiento inminente, ya para ser sinceros, nunca había desaparecido del todo, apenas se encontraba replegada. Solía aparecer con distintas formas, utilizando disfraces varios, cosa posible gracias a la ignorancia promovida y asumida, nutriente principal para su pervivencia.

En etapas anteriores del mundo, siendo persona inclasificable por no poder insertarse dentro de especie alguna, la que se convirtió en figura espectral con el transcurso de los años, tuvo en jaque a la humanidad cumpliendo una tarea aberrante pero necesaria para quienes pensaban que era imprescindible demorar el avance de escuadrones de los justos.

Como entonces, la presencia llegaba acompañada por su amiga inseparable, una masa opaca, esquelética, desgarbada, que también trascendía el límite del espanto. Ambas se introducían en cerebros proclives a la descomposición. La dupla, instalada allí, ejercía un control del que ya no se liberaría fácilmente quien en definitiva no era sino una víctima concreta más allá de asumir o no ese papel. Víctima reproductora de victimarios. Xenófoba, persecutoria, deseosa de alcanzar sus dos segundos de fama a costa de su propio desbarranque ético y moral.

Sus acciones trascendentes, propias de un infierno mitológico donde los hijos eran deglutidos por sus propios padres, lograron quedar estampadas en las vísceras de un planeta donde el odio se entronizaba presto a reinar un reinado de miseria humana rayano con la locura.

Celebraban su paso brazos derechos en alto, manos y dedos rígidos, fríos reclutando nuevas almas para continuar el linchamiento de la vida y sus manifestaciones, especialmente todo lo concerniente a la humanidad.

Los espectros reaparecían buscando adeptos reproductores de sus hedores y por supuesto comenzaron a encontrarlos, en todo conglomerado humano pululan timoratos, amorales, gente sometida ante los poderes superiores capaces de desnudar su baja calaña despedazando a los inferiores.

El pueblo donde la Sombra de antaño dejara semillas germinando comenzó su proceso de fragmentación más exhaustivamente que nunca.

Unos aplaudían la resurrección, otros no la aceptaban por respeto a la vida.

A la distancia cuando el sol se desliza sobre el horizonte combo donde no se distinguen ni los cráteres del alma, la noche va poniéndose de pie sacudiendo la resaca.

La Sombra repta zigzagueante, estira sus brazos con articulaciones rotas por el esfuerzo de acarrear a su amiga de hueso, mientras el tejido social, desgarrado, hace ingentes esfuerzos por mantener una calma que se escapa una vez abiertas las puertas a otras figuras aliadas a su mismo infierno, donde se corrompe nada más ni nada menos que la vida.


Repartiendo miserias

Por Norberto Ganci

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Como de costumbre me encontraba visitando el negocio de los Arregui, una familia amiga compuesta por: Carlos, el papá; Nancy, la mamá; Andrés y Carlitos, los hermanos; todos acostumbrados (o soportando) mis visitas. Lo importante es que entre nosotros se manifiesta la amistad en la más pura concepción de la palabra: la entrega mutua como el hombro que se ofrece para consolar las dolencias. Y en una de esas estábamos: yo con mis historias para nada simples y ellos con la impotencia que genera la inestabilidad económica generada en el manejo de un local que, como la mayoría, depende de la situación financiera de cada bolsillo familiar y de los aciertos o descalabros provocados por la incompetencia de quienes actúan como gerentes del país.

Decidí tomar un poco de aire fresco en la vereda, mientras escuchaba el lamento de Carlos por la falta de ventas; en esos instantes lo llamaron desde adentro y volví a quedarme solo cuando de pronto, comencé a observar una escena que, a la vez de disgustarme, provocaba en mí dolor y resentimiento: frente a dónde me encontraba hay un local dedicado a la venta de alimentos y antes de proceder a cerrarlo sus empleados dispusieron a orillas del cordón de la vereda una serie de cajones con, supuestamente, desperdicios. No pasaron más de tres minutos, luego del cierre del comercio, cuando se acercan dos mujeres (una mayor que la otra) las que, percatándose de que no hubieran inconveniente y en forma para nada disimulada, dando algunos rodeos, comenzaron a hurgar en cada uno de los cajones, realizando la tarea minuciosa de seleccionar todo aquello que pudiera servir para intentar llevar algo de comer a sus casas.

Esta no era la primera escena de este tipo que presenciaba, situaciones muy semejantes pude observar en los centros de otras ciudades, pero ello no era objeto como para que no me afectara profundamente.

La imagen representada comenzó a nutrirse de otros actores, se acercaron varios perros, de a uno por vez, que luego de dar vueltas alrededor de las mujeres, las miraba y en su gesto se adivinada el reclamo de algo que también ellos creían les pertenecía. La mujer más joven, a la vez que seleccionaba, tomaba un trozo de la nada y uno a uno les fue “Repartiendo las Miserias”.

De un lado de la calle el lamento del escaso movimiento comercial, del otro la aceptación de una realidad odiosa, denigrante y dolorosa. La sumisión a que la única alternativa, antes de la inanición ó el delito, es la búsqueda de sobras; de lo inservible que transforman en provechoso, compartiendo las hilachas y las carencias.

Dos veredas separadas tan solo por insignificantes diferencias.

¿Cómo decirles a mis amigos que hay otra realidad más cruda? seguramente no lo ignoran, seguramente sus lamentos son por ahora la única arma que han encontrado para no tener un futuro, vagando por la vida... ”Repartiendo Miserias”...

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