Por Lorenzo Gonzalo *
Foto: Virgilio Ponce
Un sistema socio - político, con relativo balance de poderes, aun cuando los mecanismos de participación social sean reducidos, sin una regulación clara para que la sociedad pueda acceder a la dirección política, puede ser secuestrado por el poder del dinero u otros intereses. De facto, los poseedores de riqueza durante siglos han sido los actores de esas funciones, con matices más o menos acentuados.
En Estados Unidos de Norteamérica durante la última mitad del Siglo XIX, se formaron oligarquías que llegaron a tener un gran poder. Las quiebras bancarias y las primeras guerras por la posesión o los controles territoriales, entre ellas la guerra injustamente declarada a España y la Primera Guerra Mundial, las disolvieron parcialmente. El surgimiento de otros actores económicos a partir de nuevas oportunidades que resultaron de esa guerra mundial, contribuyeron a crearle limitaciones a sus poderes políticos.
El dinero en sí nada significa si sus poseedores no obtienen vastos privilegios del medio que viven, en especial derechos especiales para apropiarse del mayor resultado de las actividades económicas.
De hecho las clases sociales no son necesariamente consecuencia de las riquezas personales, si no vienen acompañados por el acceso a sensibles privilegios y al derecho informal que puedan concederles las estructuras políticas vigentes.
De aquí que cuando el periodista cubano Gómez Barata decía que el proceso revolucionario cubano había eliminado las clases sociales, manifestaba una gran verdad. En Cuba al margen de las posesiones materiales los accesos y consideraciones sociales están relativamente considerada por igual.
Las clases sociales surgen, universalmente hablando, en el proceso de administración y mando, el cual es concomitante con la aparición de grandes conglomerados. En ese proceso y por razones bien fundadas, fueron escogidos los más capaces. En los tiempos primitivos, la agudeza para la supervivencia pero también la fortaleza física y el desprecio a la muerte, otorgaron esa función a los miembros del grupo.
El absolutismo nació de tales manejos, tanto para quienes lo ejercían, como para quienes lo compartían indirectamente; perpetuó los poderes y creó hábitos y costumbres grupales que, en su momento, la sociología denominó clases.
El liberalismo sentó bases para ampliar la participación en el gobierno pero sin embargo, el fenómeno de acumular riquezas extraordinarias, surgido esencialmente de mecanismos financieros anómalos, permitió a esas personas crear reglas de sucesión gubernamental, estimuladas a su vez por las propias acumulaciones de capital.
En la prensa estadounidense de los últimos tiempos, las referencias al llamado 1% es cada día más habitual. Con excepción de las izquierdas decimonónicas, las cuales nunca han tenido peso en la vida nacional, las críticas no son dirigidas en sí a esas riquezas, sino a los mecanismos que las amparan. Las más acerbas de todas son las que se refieren a los hermanos David y Charles Koch, quienes perciben el equivalente a los ingresos del 44% de la población de Estados Unidos de Norteamérica.
Como bien decía Robert Reich, según lo mencionamos recientemente en un artículo, no somos objetivos si los culpamos por eso.
No se trata de críticas ideológicas y de asumir posiciones radicales al estilo bolchevique o de ciertos comunistas y socialistas de antaño. El asunto estriba en que están desplazando al 99% de la población a través de mecanismos que debían ser regulados. Imponen cada día su agenda a más personas, gracias al acceso ilimitado a los medios de información, pudiendo además controlar las legislaciones para imponer sus reglas.
A pesar que los conservadores acusan a Obama de socialista, liberal, comunista y no ha faltado quien no lo tilde de fanático musulmán, el capital de los hermanos Koch en el año 2013 aumentó cerca de un 13%. O sea, a pesar del pensamiento de Obama, y su crítica a ciertas bases del sistema, esto demuestra la existencia de problemas estructurales, que están fuera del alcance del Presidente. Hace pocos días la acumulación de los Koch parece que tocó la impresionante cifra de 100 mil millones de dólares.
El trabajo político de los hermanos no es nuevo y sus concepciones antisociales mucho menos. Ya en la década del ochenta, consideraban a Reagan demasiado liberal, pero nadie les hacía caso y contaban a penas con un 1% de seguidores. Sin embargo, en la actualidad ya el número de republicanos que comparte ideas semejantes ha crecido desmesuradamente y son un número significativo en el Congreso.
El ideario por el cual abogan se opone, entre otras cosas, a la existencia del Seguro Social y pretenden eliminarlo para las personas menores de 60 años. Proponen también el fin del Medicare y el Medicaid en la manera que hoy lo conocemos. Para colmo, ya han incorporado a su ideario a personalidades como Mitch McConell y John McCain, quienes proponen la eliminación del concepto de “salario mínimo”. Entre las propuestas temibles y de consecuencias negativas para la sociedad estadounidense, está la de eliminar el impuesto sobre los ingresos personales y corporativos y sobre las ganancias de capital, compensándose el déficit con impuestos al consumo. Esta medida, aun cuando a algunos puede parecerles muy bien, en el sistema político vigente, implicaría restarle responsabilidades al Estado y encomendarle muchas de sus funciones a las corporaciones. Este es uno de los sueños dorados de gente como los hermanos Koch, que indefectiblemente aceleraría la formación de un Estado tecnocrático.
Son estos aspectos y muchos más, los que perjudican al 99% y son a su vez los causantes de la alarma de los últimos años entre académicos y estudiosos de la justicia y las libertades.
La sociedad estadounidense no ha llegado aún al punto de una disolución sistemática de las clases sociales, porque la visión dada por la propaganda de los medios ha impuesto a las mayorías, valores que les son ajenos, creando diferencias virtuales consistentes en la imitación o el culto hacia figuras determinadas, ya sean del mundo de la cultura o la política. Sentirse “diferente” del otro se ha convertido en una especie de entretenimiento que inadecuadamente suplanta otras realidades. No obstante, para suerte y beneficio de todos, las bases para su existencia están siendo minadas por el desarrollo tecnológico y por las nuevas relaciones creadas por el proceso productivo que vivimos hoy. En Estados Unidos de Norteamérica, estamos presenciando una caricatura del fenómeno bautizado por la sociología como división de clases. Esta realidad no cancela ni las preocupaciones ciudadanas ni sus obligaciones para detener semejante anomalía.
El problema no está dado en que el 1% haya llegado a existir, creándose condiciones semejantes a las existentes en la segunda mitad del Siglo XIX y surjan nuevas oligarquías, sino en las condiciones políticas que dieron lugar a formaciones económicas indebidas, no esenciales al desarrollo y crecimiento de la producción, las cuales han privado a las mayorías de participar equitativamente de la misma.
La existencia del 1% no debe convocar a su eliminación o alentar su rechazo patológico, maldiciéndolos o invocándolos como los causantes de nuestros males, sino a reevaluar las actitudes sociales que deben asumirse para transformar las estructuraciones políticas que los hacen posible.
Así lo veo y así lo digo.
* Periodista cubano residente en EE. UU., Subdirector de Radio Miami.
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