Por Lorenzo Gonzalo *
Foto: Virgilio Ponce
No es menos cierto que con la aparición de China como el gran manufacturero de las últimas dos décadas, las capas teutónicas del mercado laboral estadounidense han sufrido un desplazamiento desfavorables para la media poblacional.
Por supuesto a esto también habría que sumarle las fábricas trasladadas a México, desde poco antes que comenzase ese movimiento masivo de inversiones en China.
Parte de estas inversiones estadounidenses salidas de China han sido reinvertidas en México, donde la mano de obra calificada ha alcanzado niveles de mucha calidad y el costo de transportación, por la proximidad, es menor. Si no ha podido ser mayor, quizás se deba a los problemas de criminalidad que confronta ese bello país.
El factor principal que movió los capitales hacia los países asiáticos, especialmente para China, fueron los bajos costos.
A menor costo de producción mayor ganancia, lo cual necesariamente no se traduce en mayor eficiencia. China presentaba hace dos décadas los beneficios de una mano de obra barata y la existencia de un Estado autoritario y fuerte que permitía a los grandes capitales sentirse confiados respecto a los vaivenes políticos de otros países, como México por ejemplo. Entre los aspectos considerados estaban además los relacionados a crímenes e indisciplina social.
Durante esas dos décadas las inversiones de capital han contribuido para que China desarrolle una industria de base y haya enriquecido su parque tecnológico
Dentro de ese contexto, en la fabricación y comercialización de productos electrodomésticos básicos, textiles, algunos alimentos envasados, así como ciertas producciones masivas, entre ellas la avícola, los inversionistas han realizado grandes ganancias y dominado parte del mercado estadounidense y europeo.
En los últimos años se han detectado deficiencias en el manejo de muchas de esas producciones. Como consecuencia, la demanda estadounidense más exigente se ha contraído respecto a determinados rubros.
Los consumidores sofisticados han comenzado a preferir producciones nacionales, por razones de una calidad que sólo trabajadores con una larga tradición generacional de disciplina hacen posible.
Son estas y otras motivaciones que las inversiones estadounidenses en China, superiores a los mil millones, están considerando trasladarse a Estados Unidos, donde el proceso de la producción es mejor atendido y controlado y donde existe un público que no sólo la exige con rigor sino también es observadora de precios competitivos.
Este movimiento de capitales está ocurriendo desde hace un par de años aproximadamente.
Aunque los datos estadísticos no demuestran un aumento sustancial del empleo por causas de este proceso, el mismo ha representado un pequeño incremento que sin dudas ha ayudado a la recuperación económica nacional.
El aumento del empleo por razones de esta repatriación de capital no excede el 4% mientras el desarrollo de la explotación petrolera, en especial la relacionada al método conocido como fracking y la introducción de nuevas tecnologías surgidas del desarrollo de las redes digitales y el comienzo de la comercialización del 3D, han contribuido más de un 25% a ese aumento.
Este proceso, seguramente no hará posible la recuperación de todos los empleos perdidos como consecuencia de los movimientos de capital de las últimas décadas, pero sí podemos afirmar que son parte de un nuevo ciclo económico para Estados Unidos que, entre otras ventajas nacionales, parece incluir la independencia energética que ya se vislumbra.
Como consecuencia de esto y en especial por lo concerniente a la energía, es de suponer que las políticas de ocupación militar y las estrategias impositivas de carácter ideológico disminuirán, porque obviamente, su dependencia económica respecto a regiones como Medio Oriente, se reducirán paulatinamente.
En la medida que el desarrollo nacional estadounidense se intensifique, mayores las probabilidades de contener la política imperialista, porque esa evolución necesariamente producirá un debilitamiento de sus estructuras, las cuales fueron motivo de grandes conflictos en el Siglo XIX y continúan siéndolo.
Aunque el desmontaje dependerá de la acción de la ciudadanía, sin ella nada será posible a pesar de las nuevas formas de intercambio que se vislumbran para el futuro cercano.
Si bien es cierto que mientras no desaparezca el mercado en su forma conocida como intercambio de valores y el concepto de ganancia como indicador de eficiencia pierda su vigencia, la “necesidad imperial” prevalecerá por mucho que la atenúen otros valores nacionales de carácter ampliamente colectivos.
En este proceso los ingresos permanecerán afectados por la contracción sufrida no sólo por motivos del aumento de la productividad sino por las prestaciones de servicio al alcance público sin presencia de pagos más allá del que cubre los costos fijos. El internet hace esto posible cada día en mayor escala para un número de servicios y objetos.
La sociedad estadounidense sigue demostrando poseer una gran racionalidad y las críticas al sistema de los profesores universitarios de donde salen los dirigentes e intelectuales que sientan pautas, así lo demuestran. Los obstáculos impuestos por situaciones anómalas poco a poco van siendo superados.
Decir que la sociedad estadounidense está en decadencia es tan erróneo como negar la decadencia de sus estructuras de Estado.
Así lo veo y así lo digo.
* Periodista cubano residente en EE. UU., Subdirector de Radio Miami.
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