Por Claudia Rafael
(APe).- Tiara no debía haber estado allí cuando el colectivo 37 de la línea 12 perdió el control. Nunca nadie debería estar allí. Donde los rumbos devoran y la crueldad hace desaparecer en uno, dos, siete chasquidos de dedos. Cuando Tiara nació, ya ésa era su casa. Y aunque los diccionarios definan construcción cubierta destinada a ser habitada, no hay ninguno que advierta cuáles son los materiales para ser “cubierta” ni cuáles las condiciones para ser “habitada”. Ni tampoco que detalle cuántas gentes caben en una casa, que es casilla, que se rodea de chapas, trozos de madera, algún nylon, un par de cajas de cartón, pequeños trozos de metal a un costado, dos o tres o cuatro bolsas de consorcio. Pero Tiara nació y vivió allí toda su historia. El tiempo escueto que dura una vida cuando sólo se viven tres años y el espacio único y cotidiano es la calle y el cielo es el techo y no hay romanticismos que digan que dormía todas las noches contando estrellitas porque no hay estrellitas cuando la noche es tan noche y la calle es tan cruel.
Tiara era de la calle. Como lo son los niños que no tienen el arriba y el abajo de una cama en una habitación poblada de muñecas y con un móvil que cuelgue del techo desplegando sueños desde un globo aerostático. Tiara era de la calle. Como lo son las niñas que tienen el día y la noche volcados a sus pies, con las lluvias que golpean el rostro y los vientos que sacuden el nylon que oficia de pared en esa construcción cubierta destinada a ser habitada que era su casilla. Y que a veces asusta con la ferocidad de su rugido. No hay ventanas para abrir pidiendo en un pase de magia que entre el día. Porque el día y la noche son los propietarios del aire y del respiro.
La alfombra de su casa era la vereda con tramos rotos y una maceta con un helecho oficiaba de jardín, mientras colgaba de la pared del galpón de atrás. Esa sobre la que se apoyaba la casilla para que, al menos, hubiera algo de solidez en la vida de la familia Flores.
Tiara sabía de cartones pero no le bastó. Hacía un año que sus padres habían plantado con una temporalidad que fue eterna los cimientos de la casilla, cuando llegó a la vida con su primer berreo. Y en febrero seguramente lloró, gritó y se asustó mucho cuando estalló el incendio en el galpón que se devoró las vidas de diez bomberos. El fuego, las sirenas, los golpes ahí nomás de ese universo que fue su casita, en Azara y Benito Quinquela Martín, del barrio porteño de Barracas.
El informe de la Asesoría General Tutelar y el CELS publicado en marzo da cuenta de “cerca de medio millón de personas carecen de una vivienda digna en la ciudad de Buenos Aires. Existen 26 asentamientos precarios, 16 villas de emergencia, 19 conjuntos habitacionales, dos núcleos habitacionales transitorios, 172 inmuebles intrusados, 879 predios e inmuebles en la traza de la ex autopista, 3288 familias receptoras de subsidios alojadas en hoteles, 21 conventillos que son propiedad del Instituto de Vivienda de la Ciudad, 4 hogares de tránsito, 21 viviendas transitorias y 1950 personas en situación de calle”. (Página12, 02/03/2014).
El último censo -según los datos oficiales del Ministerio de Desarrollo Social- contó “en 2013 unos 850 adultos en situación de calle. Ese número incluía a todas las familias que vivían en ranchadas en distintas zonas de Capital”. Pero hay un dato más que saliente: Pilar Molina, directora de Niñez del Ministerio de Desarrollo Social porteño dijo a Clarín que “no se contempla a los menores de 13 porque se los considera chicos que están bajo la órbita de sus familias. Y que para ellas se aplican otras medidas específicas. Por eso no hay registros de cuántos son los chicos más chicos que están en riesgo en plena calle”. (Clarín, 13/05/2014).
Tiara irrumpió en las conciencias, a contramano de los designios del Estado, por efecto de su propia muerte. Tiara fue excepción dentro del paradigma de los gobiernos capitalistas que abarca a extendidas mayorías en la categoría de no ciudadanos. Tiara Jazmín Flores tenía 3 años y fue el símbolo de la nuda vida. Con una existencia sin registros ni huellas. Porque su vida fue la calle hasta que el colectivo 37 de la línea 12 perdió el control en ese mediodía lluvioso de domingo. En uno, dos, siete chasquidos de dedos Tiara apreció confusamente en un par de respuestas oficiales. Apenas eso. Y ya después, volvió a ese anonimato en el que el Estado la depositó a voluntad y del que por unos segundos la arrancó la muerte.
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