Por Silvana Melo
(APe).- Los 15 mil chicos menores de 15 años desnutridos, mal nutridos o anémicos en el Chaco y el pibe santiagueño de 19 años que se llevó galletitas secas y latas de paté de un kiosco en La Banda son huesos y piel en esta historia donde se discuten cifras. Números sin manos, sin ojos desteñidos, sin historia en las espaldas. Números sin sangre, sin vida.
Que no cambian la agenda ni el orden en los escritorios.
Tan números y tan fríos, tan dibujados para arriba y para abajo, que pierden en el medio trece millones de gentes, de sangres, de vidas, como semillas. Que van quedando como reguero en la huella de los camiones. Y las pisa el que le sigue, las muele hasta desaparecer.
El INDEC cuenta los pobres hasta 2 millones (4,7%). La Universidad Católica los sube a 10 (25%) y el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP) de Claudio Lozano los dispara a 15 millones y medio (36,5%). Los pobres se van contando caprichosamente. Desde la perversa ridiculez oficial, que desmontó la estadística porque lo que no se cuenta no existe, no es. Desde la excelencia católica de Puerto Madero. Desde el minimalismo electoral y representativo del IPyPP. Todos cuentan pobres con distinta medida, con ábacos fallados, con cristales de aumento o polarizados, con calculadoras de kerosén.
Cuentan pobres como se cuentan las ovejas para dormir. Como se pasan por los dedos las cuentas del rosario. Como desfilan los árboles al paso del tren.
Los indigentes (es decir los que pasan hambre y frío) son 600.000 para el INDEC. 2.200.000 para la UCA. 5.000.000 para el IPyPP.
Los números del INDEC pertenecen al primer semestre de 2013. Los seis meses restantes no fueron publicitados porque existen “severas carencias metodológicas” después del sinceramiento del índice inflacionario. La intervención de las estadísticas en enero de 2007 terminó con la credibilidad de cualquier cifra oficial. Desde la indigencia a los autos patentados, las casas de ladrillos y los niños perdidos antes del año. La inflación aceleró la fabricación de pobres en serie y hay “severas carencias metodológicas” para encastrar las piezas con coherencia. El peso de la pobreza que no se calculó es un platillo sombrío de la balanza donde se cuela una proyección del 35% de inflación anual.
Elisa Carrió decidió denunciar penalmente a la Presidenta de la Nación y a los funcionarios del INDEC por la "la desaparición social de los argentinos que viven en la pobreza". Lo hace durante el tiempo ocioso, cuando no teje su sociedad con Mauricio Macri. Los diarios oficiales destacaron el año pasado que la FAO determinó la erradicación del hambre en la Argentina. Pero el país se llena de obesos. El secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, se quejó de “la vocación por los pobres que tienen algunos que viven en Puerto Madero, Barrio Norte o Nordelta”. No hay funcionarios que vivan en Lugano o en las fronteras con la villa 20, mojándose los pulmones con el óxido y el mercurio que sudó el cementerio de autos. El Jefe de Gobierno conoce el lugar: en 2007 lanzó su campaña en una tarima sobre una pila de basura. Junto a una nena de ocho años morenita y de canillas flacas.
Pero como no existen las estadísticas confiables no hay más remedio que pensar en multitudes. En una masa de anónimos sin contar, una nube de cabezas que se registran como bovinos, pero sin cara. En todo el conurbano parado en las autopistas. Millones. Nadie sabe cuántos. Pero millones. Sin trabajo seguro, en negro, clientes de planes que sostienen el sistema, mal alimentados, con pocos dientes, subciudadanos, alumnos de escuelas de pésima calidad, pacientes de hospitales desbordados, sin casa digna, muchos sin casa, presas de adicciones letales, madres precoces, niños sin hierro pero con plomo, sin calcio pero con agrotóxicos, sin luz segura ni agua limpia, que se culpan a sí mismos por su tragedia. Millones fuera de agenda, fuera de programa, fuera de sistema.
Con hambre, como el bandeño de 19 años que se llevó las galletitas y las latas de picadillo del kiosco de Santiago. Como los 15 mil pibes desnutridos o anémicos del Chaco. O los chicos de José León Suárez que hacen cola de madrugada para entrar al CEAMSE y rescatar las sobras del sistema.
Millones sin contar. Mal contados. Mal curados. Mal comidos.
Mientras tanto, el vicepresidente y una lista de funcionarios viven en Puerto Madero para huir de la inseguridad de los pobres. Y el Ministro de Salud se compra una histórica fábrica de aceitunas de Aimogasta.
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