Por Lorenzo Gonzalo *
Foto: Virgilio Ponce
He observado que mi artículo donde pretendo hacer un símil entre Gerardo Hernández Nordelo con el caso Dreyfus, ha tenido poca circulación en los medios que usualmente me publican, a la cual por cierto no aspiro, aunque considero que la arbitrariedad del juicio y las sentencias, así como la necesidad de hacerle justicia a estas personas, no debe tener barreras, ni ser patrimonio de entidad alguna y requiere todo tipo de cobertura.
El esfuerzo para que liberen a estos cinco agentes cubanos injustamente procesados y sentenciados a exagerados años de prisión, es una manera más de protestar los procedimientos inhumanos utilizados por Estados Unidos de Norteamérica en contra de Cuba, donde no han faltado bajezas como esta de condenar a cinco personas que luchaban precisamente en contra del terrorismo y a quienes nunca se les comprobó cargo alguno de espionaje.
El ángulo del mencionado artículo, escrito hace una semana, es resultado del desenvolvimiento del caso desde el momento de la detención de estas personas en 1998, hasta la fecha.
Dicho enfoque no sería correcto si nos retrotraemos a junio del 2001 cuando terminó el infame juicio. Entonces la injusticia era una sola, materializada en Cinco personas. Los Cinco se convirtieron en una entidad. Sin embargo, la actualidad no se parece a la de aquel tiempo. Dos de dichos agentes ya cumplieron las injustas sentencias, a otro sólo le aguardan tres años y un cuarto, Ramón Labañino, supuestamente le esperarían diez largos años más. Pero el tiempo de cumplimiento de la sentencia de ambos está cronológicamente determinado.
Para estas dos personas que ya cumplieron, continúan siendo injustas las condenas y las excesivas sentencias que recibieron, pero su liberación ha sido alcanzada.
En cambio, Gerardo no tiene límite o para decirlo con toda crudeza, su sentencia termina con la muerte. Está condenado a cadena perpetua que, para mayor exageración y una mejor visión de las aberraciones legales estadounidenses, son dos, como si una sola no bastase.
Quizás la poca atención a dicho artículo ha sido, porque no me referí al mismo de la manera ortodoxa que ha sido acuñada por el Estado cubano y aceptado por la generalidad de quienes nos sentimos moralmente obligados a protestar ante dicha injusticia. El lema libertad para los Cinco tiene vigencia si lo analizamos en su origen pero no exactamente en la actualidad. Desde ese ángulo he tratado el asunto exhaustivamente desde que fueron juzgados, por acusaciones de las cuales algunas son falsas y otras ciertas y obvias. A la gravedad de las acusaciones calumniosas se sumó el de condenas exageradas, basadas en lo verdadero y en lo falso. Es de señalar que de las acusaciones graves ninguna fue probada más allá de toda duda razonable y la peor de todas, la de Gerardo Hernández por asesinato, no pasa de ser una obra tragicómica de mal gusto.
Los Cinco son un solo caso y cinco personas. Una sola injusticia y Cinco voluntades, de aquí que englobar el asunto, bautizándolo con el nombre de Los Cinco tiene sentido y hace honor a la verdad.
El asunto, que en un comienzo el gobierno cubano pudo haberlo considerado como una reclamación al estilo del entonces niño, Elián González, un caso de secuestro, víctima del fanatismo de una comunidad histérica, dista hoy mucho de parecerse a aquella realidad.
Para el gran público estadounidense aquel asunto de un niño separado de sus padres, luego de circunstancias que causaron la muerte de su madre, era cuestión de sensibilidad y un derecho que sólo personas con desórdenes graves pueden impugnar.
El caso de los Cinco agentes es diferente, pues se trata de personas infiltradas en Estados Unidos, realizando labores a favor de su país, lo cual puede interpretarse como una injerencia que, inclusive para muchos impregnados de la propaganda de los medios, pueden entenderlo como un peligro para la integridad de la ciudadanía.
La realidad no fue esa. Los Cinco agentes trabajaban para detectar personas que estaban planeando atentados en contra de Cuba, realizando actos de terrorismo y colocando bombas en centro turísticos en Cuba. Estas bombas eran preparadas previamente en Salvador y luego colocadas por personas inescrupulosas de ese país, pagadas por cubanos que se llaman exiliados y quienes a nombre de supuestas libertades asumen que tienen licencia para matar y para aterrorizar al ciudadano cubano por cualquier medio, especialmente sembrando terror y muerte.
Si bien en los primeros momentos de la detención de estas personas y con posterioridad al juicio, cabía la posibilidad de que el gobierno estadounidense, en aras de las mejores relaciones con Cuba, hubiese decidido deportarlos, al menos a los tres cubanos de origen, a estas alturas y dada la vejez del caso, no es posible vislumbrarlo de igual manera.
Las consignas tienen límites cuando las realidades no las acompañan y funcionan sin vacilación cuando los convocados bajo dicho lema conocen sus partes sensibles y sobre todo cuando constituyen una militancia que en gran medida ha sido protagonistas de su origen.
A estas alturas no es tan importante movilizar militancias o a grupos de solidaridad por la libertad de los Cinco, sino de llegar a un público que especialmente y por sobre todo, desconoce el enorme crimen cometido con Gerardo Hernández, condenándolo a muerte entre paredes, por un acto que no cometió.
La sensibilidad del pueblo estadounidense y la de ningún otro, se levanta haciendo alusiones a violaciones judiciales de un caso criminal. Esas cuestiones existen en todos los lugares y en Estados Unidos de Norteamérica son quizás más comunes.
En cambio cuando de condenas a muerte se trata y al cabo de decenas de años se descubre la inocencia del reo, el hecho cobra mayor significación y entonces también se puede hacer la historia completa del caso y poner los hechos en perspectiva.
Tela por donde cortar en el caso de Gerardo sobra y periodistas, con ambición suficiente para cobrar celebridad (y dinero) con un asunto que al gran público estadounidense con toda seguridad podría interesarle, identificándose con el dolor ante la gran injusticia cometida, estoy seguro que abundan.
Pero el asunto debe dirimirse en territorio estadounidense, especialmente en Washington y específicamente en la Casa Blanca.
Hasta que el falso asesinato imputado a Gerardo no sea puesto en dudas dentro de las altas esferas de la política de Washington, culpables de permitir que el juicio se politizara hasta el extremo de convertirlo en una farsa judicial, nada se habrá adelantado.
Los Cinco seguirán existiendo, la injusticia en contra de los Cinco continuará siendo un baldón más para la justicia estadounidense, pero el centro de la atención gravita en la TOTAL inocencia de Gerardo del cargo de asesinato en primer grado.
Así lo veo y así lo digo.
* Periodista cubano residente en EE. UU., Subdirector de Radio Miami.
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