Por Iroel Sánchez
Reporta la agencia EFE que al intervenir el pasado 12 de marzo ante el Comité de Gastos de la Cámara de Representantes el Secretario de Estado norteamericano John Kerry declaró tener “un par de ideas que espero puedan funcionar” para lograr la libertad del “contratista” de su gobierno Alan Gross, preso en La Habana desde fines de 2009 por delitos contra la soberanía cubana.
Kerry afirmó haberse reunido recientemente con la familia de Gross y haber tenido “repetidas reuniones, particularmente en los últimos meses, sobre el asunto de Alan Gross”. La esposa de este último fue muy dura hace muy poco en declaraciones sobre el gobierno estadounidense, especialmente con Kerry y el Presidente Barack Obama. “En vez de pedirle ayuda al Papa, creo que el secretario Kerry debiera ponerse a trabajar en eso” (la liberación de Alan Gross), dijo Judy Gross, quien lanzó un mensaje muy claro a Obama: “olvídense de los políticos del Sur de la Florida, negocien con los cubanos y encuentren una manera de traer a Alan Gross a casa”.
Precisamente ha sido uno de esos “políticos del Sur de la Florida”, el representante a la Cámara Mario Díaz Balart, quien preguntó a Kerry por Alan Gross el pasado miércoles, y lejos de pedirle negociar con el gobierno cubano, como reclama la familia de Gross, exigió imponer a Cuba “consecuencias específicas” para obligarla a liberar a Gross. Pero el Secretario de Estado olvidó el reclamo de la esposa del reo para que obvie a gente como Díaz-Balart, y le respondió amablemente que se está “ocupando” y que “la Casa Blanca ha estado muy implicada en iniciativas para lograrlo”.
En más de cincuenta años -como han reconocido el propio Kerry y hasta el presidente Obama- EE. UU. no ha logrado nada de Cuba con la política que complace a Díaz-Balart. En el caso de Alan Gross el gobierno cubano ha expresado su disposición a una salida humanitaria que implique la liberación de los prisioneros antiterroristas cubanos condenados en Estados Unidos y sobre los cuales la Casa Blanca recibe constantes reclamos de políticos, intelectuales y activistas de todo el mundo que consideran injusta su condena y amañado el juicio que se les hizo, un proceso durante el cual el gobierno de George W. Bush pagó a periodistas de Miami para influir sobre el jurado.
Sería una salida humanitaria porque no hay equivalencia posible entre un “contratista” -leáse mercenario-, parte de un negocio millonario pagado por el gobierno que asesina con drones, y los cubanos que -costeándose sus propios gastos- buscaban información para proteger a su país del terrorismo que le ha cobrado a sus compatriotas más de dos mil vidas.
Frente al fracasado camino de más bloqueo, eso son las “consecuencias específicas” que le exigió Díaz-Balart, el gobierno estadounidense debería tomar el que le propuso Judy Gross y negociar con Cuba. Sería para EE. UU. ganar-ganar. Da un paso en la relación con la Isla que podría ser el inicio del cambio de política que aprobaría la mayoría de la opinión pública, como revelan recientes encuestas hasta en el Sur de la Florida; complacería además a importantes sectores de la influyente comunidad judía estadounidense que le echa en cara no haber obtenido la libertad de Gross y lanzaría un mensaje a la totalidad de estados latinoamericanos que pide a Washington negociar con La Habana.
Para ello el Secretario de Estado, en vez de dos, necesitaría tres ideas: libertad para Antonio Guerrero, libertad para Ramón Labañino, libertad para Gerardo Hernández. Así se llaman los prisioneros políticos cubanos encarcelados en el Sur de la Florida por proteger a su país del terrorismo que allí se ha incubado durante décadas. Olvidarse de gente como Mario Díaz-Balart, como pide la esposa de Alan Gross, es lo único que le hace falta a su gobierno para tener el valor de ponerlas en práctica.
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