Por Anselmo Guzmán Zarate
Costó trabajo tomar la decisión de viajar a Cuba, pasaban los días y la premura de mis colegas, ansiosos por visitar la Isla, tropezaba con mi indecisión. Dictadura, represión, guardias en las calles armados hasta los dientes, blindados, policías, torturas, hambre y muerte, eran palabras que se negaban a apartarse de la mente y surgían con inusitada violencia en mis sueños.
Al fin cámara en mano y con el alma atribulada seguí a mis colegas ¡Vamos para Cuba!, ellos felices y yo preocupado. Iríamos a filmar, a entrevistar personas en la calle, a conocer la realidad de la isla demonizada. Éramos 4 periodistas aficionados, dispuestos a denunciar los crímenes de la dictadura castrista.
Vacaciones de colegio, fin de un largo semestre de pruebas y materias aburridas, ahorita saldríamos del marasmo diario dispuestos a correr la mejor aventura de nuestras vidas. Estudiantes de colegio público, listos para entrar a la Universidad y hacer una brillante carrera periodística, que de seguro comenzaría en las calles de la “siniestra” Habana, habíamos leído mucho sobre el tema, consultado a personalidades que visitaron la isla, exiliados cubanos, profesores, expertos sobre la cuestión.
Llegamos a La Habana y desde el comienzo comenzaron las sorpresas, trato amable en el aeropuerto, taxis disponibles, sonrisas por todas partes. Seriamente preocupados por la hora, plena madrugada, tomamos un taxi hasta el barrio del Vedado, lugar donde teníamos reservada una pieza.
La avenida por donde transitábamos estaba desierta, pocos autos a esa hora. Tampoco habían soldados, ni patrullas, ni puntos de control, raro, extraño, bueno debe ser en esta área seguro, próxima al aeropuerto al que arriban los turistas, pensé.
Ya en plena ciudad, ni un policía en las calles. El recibimiento por parte de la dueña del hostal donde quedaríamos esos días, fue correcto, nos llevó a nuestras respectivas habitaciones, explicó todo con detalles y nos dejó acomodos y listos para dar un pestañazo.
Nuestra primera mañana habanera amaneció temprano, aleluya, al fin. La Habana, yo aún lleno de aprensiones, mis amigos se sentían como Indiana Jones, a caminar con mucho cuidado, casi salimos caracterizados estilo cubano, para no llamar la atención de las fuerzas represivas, de los sapos y demás.
Susto mañanero, de infarto, al salir del hostal sobre uno de sus balcones a la calle un flamante cartel CDR, los temidos comité, habíamos pasado la noche en casa de una… bueno presidenta de los comité castristas. ¿Qué sería de nosotros? A dónde habíamos ido a llegar, pero es que la doña era una persona tan amable, dueña de un negocio bien ubicado y cómodo, próspero sin dudas, no había más que mirar.
Cuídense muchachos, nos despidió amorosa, era una persona de unos 60 años, bien arreglada, mirábamos al cartel y a la doña, no había relación, esa mujer tan carismática, amable y correcta no tiene pinta de esbirra.
Cientos de personas transitaban a esa hora de la mañana, ómnibus, autos, bicicletas, motocicletas se disputaban el paso en orden con una disciplina ausente en nuestras tierras, todos tranquilos, sus rostros y fue de las primeras cosas que notamos, sosegados, despreocupados no reflejaban esa tensión que se vive en nuestras ciudades. Caminamos largos trechos, conversamos con la gente, fuimos a la Heladería Coppelia, almorzamos en una pizzería con nombre de cine italiano, que no recuerdo bien, andamos, andamos, zapateamos el Vedado.
Jaime Alai, el más pequeño del grupo de golpe soltó la pregunta que a todos nos rondaba, ¿Dónde están los blindados? ¿Dónde los antidisturbios? ¿Los militares armados hasta los dientes? Solo habíamos visto dos o tres policías en toda la mañana y además desarmados.
Decidimos por la tarde visitar la Universidad de La Habana, dialogaríamos con los estudiantes, una tropa de ellos bajaba por la gran escalera que tiene en frente el centro de estudios, sonrientes, hermosos, a simple vista felices.
(Continuará)
No hay comentarios. :
Publicar un comentario