Por Carlos Del Frade
(APe).- -Un mutante menos -comenta un taxista mientras recibe la información de su base que lo alerta de un “chorro armado” en la esquina de bulevar 27 de Febrero y avenida Francia. La palabra mutante remite a una vieja historieta creada por el prolífico escritor paraguayo, Robin Wood, para la hoy desaparecida revista “Fantasía”, de la también ausente Editorial Columba. La trama era simple: una guerra atómica había diezmado a la humanidad, salvo una minoría que vivía en un lugar protegido por una cúpula transparente asediada por los sobrevivientes deformados físicamente por las radiaciones, los mutantes que, a su vez, querían matar a los otros seres humanos que quedaban afuera del feudo.
Este cronista reparó que el concepto mutante era utilizado por la policía en los años ochenta y noventa para hablar de los pibes desesperados que habitaban más allá de los bulevares. Los siempre culpables, los empobrecidos, según la mirada clasista que se impone a través de la pedagogía de la cobardía, hija directa de la desinformación que oculta la identidad de los verdaderos responsables de los males, las minorías y que, entonces, identifica como enemigo al más débil y cercano para descargar broncas y hartazgos.
En los últimos siete días, Rosario, la ex ciudad obrera, fue escenario de tres linchamientos. Uno de ellos, brutal, feroz, terminó con la vida de David Moreira de apenas dieciocho años. Lo acusaron de conducir la moto desde la que le arrebataron la cartera a una joven mamá en el barrio Azcuénaga. La sentencia llegó al momento. Los corrieron, los atraparon pero uno de los “motochorros” escapó. A David le pegaron entre cincuenta y cien personas. Hay testimonios que hablan de gente bajándose de autos o taxis para sumarse a la cobarde paliza. Murió a los pocos días. Cuando se difundió la noticia, dos nuevos linchamientos aparecieron en otros barrios de la ciudad y hasta se crearon páginas de Facebook celebrando el asesinato bajo el título de “indignados de Azcuénaga”.
-Ahora quedó claro que nos tenemos que defender entre nosotros -fue la justificación más difundida en los muros de opiniones. El fascismo crece ante los distintos grados de complicidad con las economías mafiosas.
Un pibe de Barrio Ludueña, noroeste profundo rosarino, escribió: “Mataron a David, como 50 personas fueron, los pocos diarios que lo publican dicen que los agresores eran todavía más. David es un pibe que salió a chorear porque quería cosas: droga, zapatillas piolas, qué se yo, cosas. Salió a dar miedo y quizás alguna vez haya disparado un arma, no lo sabemos y no se lo podemos preguntar. Salió y robó porque seguro sus amigos del barrio también lo hacen, porque la escuela que dejó no pudo ayudarlo a entender otra manera de vivir, porque ninguna organización barrial llegó a dar con él, porque de pibe capaz vendía pañuelitos y se rompió los huevos de que lo echen de los bares, no se, algún motivo permite en este universo que una persona desde que es un guachín pueda pensar que robar está bien, una situación que nos involucra a todos y que nos deja en iguales condiciones de víctimas a los que roban y a los que son robados. Otras matan a golpes a un pibe, y como eran entre 50 y 100 no puedo saber si los conocía, lo que sí lamentablemente conozco es gente compartiendo la noticia con comentarios que los hacen cómplices de un homicidio… se de lo que hablo, se de amar a un pibe que chorea, se lo que es aprender mucho de ellos, de transformarnos, volvernos más humanos juntos, ojalá ustedes puedan saberlo algún día, porque yo estuve del otro lado, donde uno piensa que está vivo y en realidad no está más que respirando", sostuvo Joaquín Gómez Hernández, de la organización social Caleidoscopio, del barrio Ludueña, que viene peleando contra el narcotráfico, la corrupción policial y otras tantas formas de explotación.
Y también es preciso detenerse en la visión de una maestra y escritora, también de la zona oeste rosarina, Betty Jouve, sostiene en su relato “El chico de la visera (la gorra es otra cosa)”: “Me dijiste un día que las pesadillas zumban por las noches y no te dejan dormir. Igual que el ruido de las balas. Chico con visera, no vengo a evangelizarte. Sólo quiero encontrarme con tus ojos... Escuchemos ese rap de Filli Wey que tanto te gusta: “¿Por qué será que tiene que ser así? ¿Por qué será que así tengo que vivir…? Yo escuché los llantos, yo escuché los gritos de madres de amigos. Cuántas veces pasé hambre… Soy otra abeja de este enjambre. Guacho, abrí los ojos y preguntá ¿por qué será?”…¿Cómo podría yo juzgarte?. Corramos las desconfianzas. Vení, charlemos, sentate un rato…Explicame las cosas que todavía no entiendo. Dejame construir un puente. Dejame derribar esta muralla..No somos tan distintos. Nos gustan algunas cosas, y otras nos sublevan la sangre. Me gusta la poesía, y a vos el rap. Andamos buscándole música a las palabras aún en medio del mismísimo infierno. A lo mejor podemos rimar algo y hacer de la escuela un espacio más amigable. Veo tu brillo detrás de la visera. Te intuyo. No te escapes. Sentate un rato. Necesito una esperanza para poder seguir educando. Dale, dame la mano”, dice la seño Betty.
Palabras necesarias para días de furias, hordas y pesados silencios políticos.
Fuentes: Diarios “La Capital”, “Rosario/12” y “El Ciudadano” de Rosario, entre el miércoles 26 y el viernes 28 de marzo de 2014; escritos de Joaquín Gómez Hernández y Betty Jouve enviados a este cronista durante estos días feroces.
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