Primer número de esta sección dedicada a la literatura; en particular, a la poesía y al cuento que escriben compañeras y compañeros para iluminar nuestra existencia y escaparnos, por un rato, de todas las maldades de un capitalismo voraz.
La finalidad es muy simple: dar a conocer la obra de quienes escriben y que ustedes puedan disfrutarla, que no es poca cosa en los tiempos que corren.
Hoy sale demasiado tarde. La idea es publicarlo por la mañana, para que puedan leerlo en cualquier momento del domingo. Pero bien vale la intención, en el camino de seguir construyendo cultura.
¡ Que lo disfruten y hasta el próximo domingo !
La Desmemoria
Por Miguel Longarini
‘’La Desmemoria’’ convive con ‘’LA MEMORIA’’
y hace parecer que no olvida.
‘’La Desmemoria’’ lleva puesto un traje
hecho con la tela de ‘’La Memoria’’
tejida en tantos años de lucha y democracia.
A ‘’La Desmemoria’’ la han vestido de Gobernador,
de Senador, de Diputado, de Intendente, de Concejal ,
de profesor, de obrero, de cantor, de cura,
de general …de Presidente.
Tantos, han llevado y llevan con honor la bandera
de la memoria que olvida…;
La de la causa que sirve para apagar el fuego
que necesita la ‘’Memoria Viva’’.
Hay que olvidar! es la consigna
que imponen desde sus medios,
desde sus bancas; desde sus plataformas
electorales los ‘’Memoriosos Olvidadores’’
Hay que olvidar ¡Ya!
dicen -los olvidadores-
y dictan leyes, y fallos,
y debaten envueltos en nuestra bandera
todavía manchada de sangre.
Ya no más esconderse, ya no más disimular:
Son los mismos con otro uniforme.
Hay que estar Alerta !,
Decirlo todo, Andarse:
¡ SER MEMORIA SIEMPRE !
Por la Sangre de nuestros muertos y desaparecidos,
de las madres y padres torturadas,
de los niños robados y vendidos,
de los hijos y los nietos apropiados,
de los sueños y los horizontes perdidos,
de las Abuelas y Madres que esperan,
que cada día sea el del milagro,
el del encuentro con su pueblo
poblado de seres que NO OLVIDAN,
que viven en estado de MEMORIA,
de VERDAD Y de JUSTICIA.
No mintió el comisario
Por Nechi Dorado
“Comisario”, obra de la artista visual argentina Beatriz Palmieri.
Unas veces por el norte, otras desde el sur, muchísimas por el oeste, las noticias daban cuenta de una fuerte oleada de hechos delictivos que alteraba los ánimos convirtiendo al país en un caldero. Nadie quisiera pensar que salir rumbo al trabajo o regresar al hogar, luego de arduas jornadas, pudiera convertirse en una especie de juego de azar.
El miedo causa estragos, muchos se aprovechan de las situaciones difíciles tratando de obtener réditos de esas, como las agencias de seguridad privadas, las empresas de cámaras, alarmas, iluminación disuasiva. En ese maremágnum de terror tampoco faltan los que prometen tener la solución en sus manos, previo voto de confianza expresado en urnas que terminan emitiendo la misma melodía. Cuando mucho, a veces, modifican tibiamente algún acorde.
La historia electoral suele ser apenas modificada previa utilización de elementos cosméticos que no hacen sino permitir el avance de la putrefacción.
Una tarde convulsionada por el intento de robo que concluyó con el asesinato a mansalva de un joven, el comisario de la zona, gentilmente, se hizo presente a una de las tantas auto-convocatorias de vecinos preocupados que masivamente se lanzaron a la avenida principal. Llevaban pancartas con la foto del muchacho que parecían blasones de luto, mientras las lágrimas contorsionaban dejando surcos de sal sobre rostros jóvenes, maduros y viejos; femeninos o masculinos. Y no era para menos.
El comisario dio la cara y fue muy sincero, de hecho dijo lo que quería decir. Tanto fue así que terminó desnudando su verdadera ideología aunque pasara por alto para más de uno. Con voz que pretendió ser amistosa, sumándose a la preocupación vecinal, el tipo descargó su diatriba con una seguridad que espantó, y que a otros su razonamiento preocupó muchísimo más que la situación caótica que estaban atravesando.
-Desgraciadamente, dijo, estamos como México y en esto no hay vuelta atrás, agregó, haciendo uso de un desconocimiento absoluto de la realidad de casi todos los países de América Latina que están padeciendo el mismo flagelo y no por casualidad.
Pero claro, esto sucedió en Argentina, de la situación en México habla actualmente toda la prensa oficial sin ahondar en aquella realidad. De última y estando tan lejos ¿a quién puede interesarle acá lo que sucede también en Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia? ¿Y por qué sucede?
¿A quién puede ocurrírsele que el mundo está en llamas y que la exclusión todavía existe en este patio trasero que está haciendo esfuerzos sobre humanos para salir de históricos hostigamientos?
¿Y qué el narcotráfico sentó bases creando metástasis que van contaminando pueblo por pueblo, región por región y que para que esa metástasis se extienda hubo, primeramente, que inocular el mal para mantener a las sociedades en vilo y a las juventudes hechas pedazos?
-Las fuerzas policiales no podemos hacer nada, no tenemos gente, no alcanzan los patrulleros, no tenemos presupuesto ni para cargar combustible, comentó el comisario frente a la multitud. Y remató (a mi juicio literalmente re mató) con una conclusión categórica: lo único que podría parar todo esto, sería la formación de grupos de seguridad que salgan a cazar a los delincuentes que están haciendo lo que quieren y ya vemos como va todo. Nosotros estamos con las manos atadas, dijo cerrando el discurso causando una preocupación mayor.
-Si ellos no pueden hacer nada, comentaba una señora mayor, esto irá de mal en peor.
Esa conclusión desafortunada, lanzada como escupitajo impactando en el centro del sentido común, provocó cabezazos de aprobación de algunos presentes miopes, penetrados por la reiteración de un discurso que manifiesta la perversidad de un sistema que hace uso de imbéciles capaces de convencerse, para convencer, que el fuego puede ser apagado con combustible. La invitación a futuras acciones pergeñadas para impartir orden, fue lanzada como al descuido, pero no fue una frase descuidada sino demasiado llamativa. Uno escucha hablar de grupos armados actuando ilegalmente por fuera de estructuras legales y siente un escalofrío recorriendo la espalda.
Aunque sepamos que ambas estructuras son parte indivisible de un cerebro bicéfalo.
Fue entonces cuando pensé que no mintió el comisario. Es cierto que están con las manos atadas y no pueden hacer nada. Mucho menos teniendo en cuenta la concomitancia existente entre la delincuencia y las propias fuerzas policiales.
Entre la delincuencia y el poder político.
Entre el delito y la justicia corrupta.
Sin esa coexistencia no existiría la necesidad de auto convocatorias vecinales, ni veríamos la tristísima escena de ojos convertidos en factorías de lágrimas derramadas sobre rostros jóvenes, maduros, viejos; femeninos o masculinos.
No mintió el comisario, simplemente omitió decir que están auto-maniatados. Reconocer que prefirieron formar un nudo gordiano y ahora piensan que la solución radicaría en formar bolas de fuego listas para incendiar nuevamente la historia presente y la futura.
Doña Ramona
Por Ana María Martínez
"Que hermoso
-digo- qué misterio
vivir tan castigado
y cantar y reir
Qué asunto raro!"
Juan Gelman
No sé por qué, hoy desperté recordando la voz tuya, Doña Ramona cuando repetías sin cesar que: -La sopa de pata era lo que yo necesitaba para reponerme de aquella pulmonía que me había dejado hecha un estropajo.
Venías cada mediodía con el plato humeante por el pasillo de la villa y lo dejabas sobre la mesa, sólo algunas veces lo variabas por un guiso de lentejas y arroz que según tu decir, Doña Ramona, cumplía casi la misma función que la sopa de pata para reponer enfermos.
No era sencilla tu vida y sin embargo, la solidaridad te caracterizaba en un ir y venir por las casuchas de la villa, cada día, cada noche, hasta cada madrugada.
Porque fue de madrugada, y eso lo recuerdo bien, mi hijo quedó durmiendo solo y yo crucé el oscuro pasillo hasta la casa de enfrente donde vivía mi amiga Mirta, quien estaba ya con contracciones de parto cada vez más aceleradas, había llovido, el marido con la ambulancia no llegaban y aún si llegaban, ¿cómo entrarían en aquel lodazal?
Existían dos posibilidades: la transportábamos con el viejo carro tirado por el Pancho, tan viejo caballo como carro o asistíamos el parto allí mismo.
Te mandé buscar, Doña Ramona, yo sola no me animaba, pediste alcohol, no había; pediste perfume, había una loción de lavanda, fuerte y penetrante que quedó en mi cabeza dando vueltas toda la mañana; pediste algún hilo, tijera, sólo conseguimos hilo negro de coser al que le dimos varias vueltas para engrosarlo y mi vieja tijera de recortar diarios y revistas, apenas algún trapo.
Al fin nació, el llanto se unió al último grito de la madre, aliviada y feliz; envolví las sábanas ensangrentadas y las coloqué en un balde con agua, mientras tanto, vos, Doña Ramona, terminabas de atender al recién venido y su madre, bien dispuesta, se acomodaba un precario apósito y se aprestaba a dar vuelta el colchón y extender sábanas limpias en la tan querida cama matrimonial.
Llegó el padre, no creía al ver a su mujer levantada organizando la casa que ya le hubiera nacido el hijo; la ambulancia esperaba a varias cuadras, no podía entrar por el barro; allá se fue la feliz y casi infantil pareja con el niño entre los brazos, en patas, al hospital...
Serían para entonces, las cinco de la mañana, temprano para los quehaceres, tarde para acostarse; mi hijo seguía durmiendo tranquilo, inocente del milagro de aquel amanecer; nos sentamos las dos a tomar mate y a esperar que terminara de clarear y entonces empezaste a contarme tu historia...
Vos también, Doña Ramona, soñaste un hijo varón como ellos y tu marido junto con vos.
A vos también, Doña Ramona, un montón de años atrás, casi veinte, te nació allá en tu pobre casa mitad ladrillo, mitad chapa un hermoso bebé que colmara todas tus ilusiones...
Vos decís, Doña Ramona, que fue un mal que te hicieron en el embarazo; la doctora que a veces visita la villa me ha explicado que se trató de una infección en las meninges y que por eso quedó así: medio retardado, sin poder caminar, con su largo hilo de baba y tierra pendiente de sus labios, casi siempre sucio, aunque te esmerabas en esos trapos viejos que llamabas pañales y los blanqueabas al sol y los sobabas con jabón blanco tantas veces y los enjuagabas tantas otras y que no hablaba, apenas emitía unos gritos que vos, Doña Ramona, sabías traducir solamente: -quiere mate, pero la verdad que quiere que estemos junto con él, él entiende, nadie me cree...- decías, Doña Ramona, y hasta yo dudaba, entonces de que fuera cierto.
La vida se encargaría de demostrarme lo contrario y cuanto te entendería entonces, Doña Ramona.
Salías a trabajar, lo dejabas atado sobre el patio de tierra del fondo, bajo la parra, con la radio prendida y el ojo desatento de la vecina que seguramente, se olvidaba de vos, Doña Ramona, ni bien dabas vuelta en la esquina.
Soñabas cemento para ese patio, para poder baldearlo cuando fuera necesario y mantenerlo fresco y libre de las moscas que lo invadían todo en la villa y soñabas un buen cerco con plantas para alegrarlo, soñabas un alero para las siestas insoportables del verano, pero apenas si alcanzaba para aquellas sopas de pata y aquellos guisos de arroz y lentejas que, además, compartías conmigo...
Su nombre era, es Sabino y no dejo de compararlo con mi propia hija ni más ni menos, humanos los dos, con los ojos luminosos al vernos llegar, esperando caricias, palabras, arrullos, nanas, y a la vez, un lugar en el mundo que apenas podías, podemos darles...
Te quedaste sola con él cuando lo sacaste del hospital, al año de vida más o menos; me seguías contando, mientras ya clareaba y el mate se iba lavando lentamente, aunque lo quisiéramos demorar lo más posible.
Fue un mal, repetías, Doña Ramona, un mal cuando estaba acá, en mi panza -me decías, Doña Ramona y yo no podía contradecirte, no me atrevía, no tenía autoridad para hacerlo, que te lo explicara la doctora, ésa que a veces llega hasta el pobre caserío que linda con el volcadero de basura donde vivimos y que ella te diga, Doña Ramona, de bacterias, de infecciones, de lesiones neurológicas, irreversibles, de pedazos de cerebro inservibles.
Yo asentía en silencio y te escuchaba...
No sé por qué hoy me desperté recordando tu voz, Doña Ramona, y recordando al Sabino con su hilo de baba y sus ojos luminosos cuando vos, Doña Ramona, llegabas a la casa de ladrillo y chapa, casi a la tardecita y preparabas el mate, que él repetía con un grito que traducía su impaciencia por estar con vos y compartir ese espacio de tiempo que les pertenecía.
Tuve suerte, no comparemos, pero tuve suerte.
Y si no fue suerte, entonces, no queda otra razón que extenderte ahora yo, mi mano solidaria como si humeara en ella un plato de sopa de pata, y pudiera decirte, Doña Ramona, tu hijo vale tanto como todos los hijos del mundo, luchemos juntas, en la lucha, encontraremos fuerza, coraje, esperanza y esos ojos luminosos que siempre nos estarán siguiendo por la casa, atentos a cada movimiento, serán testigos de nuestro dolor y de nuestra fuerza que nace solamente, simplemente de nuestro vientre, como madres, que engendramos junto a cada hijo un sueño, que peleamos como lobas para cumplirlo, que nada ni nadie nos detiene al pujar una idea como aquella niña mujer que parió en la madrugada y sólo vos y yo fuimos testigos...
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