Niños anónimos (APE) Por Silvana Melo (APe).- Los anónimos suelen ser anónimos hasta que una muerte violenta los rescata. No si mueren de catarro, de riñones ...

Niños anónimos (APE)

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Por Silvana Melo

(APe).- Los anónimos suelen ser anónimos hasta que una muerte violenta los rescata. No si mueren de catarro, de riñones que filtran mal o de un tumor que les intrusa el cuerpo. Suelen tener nombre y apellido (y a veces hasta domicilio) si los mata una faca en el costado o el incendio por la vela que suplantó la luz o el monóxido de carbono en los pulmones. Otras veces, ni eso.

Los tres hermanitos de San Fernando ni siquiera tienen nombre. El sábado 21 se acostaron a dormir. El frío era intenso. Es que justo esa noche el invierno bajaba del tren lleno de maletas y abrigos que siempre son para otros. El brasero, el carbón para avivarlo a mitad de la noche. Y la muerte que se bajó del mismo tren. A la misma hora y sin abrigo. Nadie sabe quiénes son, nadie sabe cómo murieron. Algunos ni siquiera saben que murieron. Las instituciones de San Fernando no atienden los teléfonos y si los atienden se encogen de hombros. Los tres hermanitos de San Fernando murieron en la noche del sábado 21 de junio porque respiraron monóxido de carbono. Porque las brasas generaron un gas que se devoró el oxígeno.

Los chicos murieron por un golpe de desgracia. Por el filo del abandono en la garganta.

No fue un accidente.

Pero ni la policía ni los bomberos ni Defensa Civil ni la secretaría de Desarrollo Social ni la Dirección de Prensa sabían sus nombres ni sus historias. O decidieron no decirlos. Y ahorrarles el des-anonimato en la muerte chiquita y desquiciada que les tocó.

Apenas desde la calle llegó parte de la historia. Eran del barrio Perón, sobre la ruta 202. La familia tenía una casita humilde, pero habían logrado levantar una habitación al fondo para los chicos. La mayor tenía 16 y celebraba estar en quinto en la secundaria de Victoria. La segunda iba a la básica. Tendría 14 años, suponen. El varón estaba en sexto de la primaria en la escuela 15. Si no fue repetidor, debió haber muerto a los 11.

*“Supimos que sucedió pero nadie nos quiso aportar un solo dato”. El diario digital apenas difundió la muerte por las redes sociales. Alcanzó para los 140 caracteres de Twitter.

*“Nosotros no tomamos intervención”, dijeron los Bomberos a APe. “Tienen que hablar con la comisaría Cuarta de San Fernando”.

*-Comisaría cuarta de San Fernando buenos días habla la oficial (…)

-Buenos días. Le hablo desde Agencia de Noticias Pelota de Trapo, en Avellaneda. Necesito conocer detalles sobre la muerte de tres hermanitos por inhalación de monóxido de carbono, el sábado 21.

-Yo no tengo ni idea.

-¿Con quién debería hablar?

-Con el comisario, me imagino.

-Ajá. ¿A qué hora lo encuentro?

-Venga a eso del mediodía, por ahí la recibe.

-¿No puede ser telefónicamente? Estamos en zona sur, es un poco a trasmano…

-Ah, no. El comisario sólo atiende personalmente.

*El 0800 del Servicio de Prevención Comunitaria nunca fue atendido.

*Tampoco el de la Jefatura Distrital.

*Ni el de Defensa Civil.

*La Fiscalía de San Fernando tiene tres teléfonos en el sitio oficial. Dos de ellos no respondieron nunca. El tercero, se convirtió en una Metalúrgica.

*La Secretaría de Desarrollo Social del Municipio no conocía el episodio.

*La Dirección de Prensa, tampoco.

Todos los contactos aparecen en la página web de la municipalidad de San Fernando.

Era muy fría la noche del sábado. Cubrieron puerta y ventana para que la helada no se colara como un cuchillo por las fisuras. Alimentaron el brasero. Y se les comió el aire. Enterito. Para dejarlos sin sueño y sin sueños. Tan loca la muerte que no se la puede creer. Tan loca que la mamá repite, todavía, “voy a llamar a los chicos que están durmiendo”.

Suelen recuperar por un rato la identidad si matan o los matan.A veces los anónimos dejan de serlo cuando la muerte sobreviene artera. Emborrachada y turbia. Le roban un milímetro a los kilómetros de eternidad que no tendrán nunca. Una chispa apenas a la llamarada de la historia.

A veces la muerte les concede nombre y apellido.

Otras veces, como a los hermanitos de San Fernando, ni siquiera eso.

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