Por Alfredo Grande
(APe).- La cultura represora, pródiga en paradojas, o sea, en contradicciones no dialectizables, en contradicciones que llevan a “callejones sin salida”, en contradicciones que no se mezclan como el agua y el aceite, tiene una larga lista de mantras del sometimiento. “Paz, pero no la de los cementerios”. Y también “Ni en la paz de los cementerios creo”. Y el más letal: Descansa en Paz.
La paz es un estadío parido por la Justicia y por la Dignidad. Sin este origen, la paz es apenas una tregua hasta que estallen, en el mejor de los casos, nuevas rebeliones. La democracia burguesa, formal, la restitución democrática que padecemos, donde es democracia porque se vota, aunque digan que se vota porque es democracia, inventa una caricatura grotesca de la paz. En la cultura represora, el orden de los factores siempre altera el producto.
Justicia: equilibrio entre acción y reacción. Justicia: equilibrio entre costos y beneficios. Justicia: equilibrio entre deberes y derechos. El principio general del intercambio, fundamento de toda cultura, puede ser asimétrico pero no jerárquico. El capitalismo y su expansión planetaria, el imperialismo, borra las asimetrías e impone el mandato del sometimiento. Es Injusto en estado puro.
La Dignidad es la cercanía entre lo que somos, lo que deseamos, y lo que nos imponen ser y desear. La dignidad es la cercanía, la proximidad entre nuestras realidades y nuestros ideales. La Dignidad es resultante de la autoestima individual, grupal, colectiva e institucional. Si la depresión está considerada como una endemia planetaria, si los mercaderes de los templos de los medicamentos están de fiesta vendiendo antidepresivos, es porque la cultura represora vulnera, perfora, destruye la autoestima y por lo tanto, demuele la Dignidad. Imposible sostener la paz en esas circunstancias. Es la paz del humillado, del triturado, del torturado, del desesperado. La paz de la rendición. La paz de sentir que la lucha es cruel, es mucha pero además, arrasa con la justicia y con la dignidad.
Enrique Santos Discépolo escribió con hermosas melodías que todos cantamos, mejor o peor, sobre el efecto devastador de la cultura represora. En el mismo lodo todos manoseados. Pero no todos se dejan manosear. Y aquellos que tienen la osadía de meter mano donde no deben hacerlo, sabrán que Justos y Dignos les cortarán la mano.
El grito de guerra: “el hambre es un crimen” no dejará de escucharse. Es un grito de guerra porque no hay crimen sin criminales, y no hay criminales impunes si el Estado, todos los Estados, no fueran copartícipes necesarios. No solamente cómplices. El crimen del hambre es el más cobarde, el más impune, el que más daño hace al corto, mediano y largo plazo. Es otro de los crímenes de la paz. De esa paz devaluada que se conforma, se resigna, se contenta, con cambiar la gorra de un milico por el sombrero de un civil.
Dictadura o democracia: opción verdadera pero encubridora. Si en dictadura solo hay cultura represora, en democracia también hay cultura represora. Y en dosis suficientes para la crueldad, el sufrimiento, la tristeza, la desesperación. Los pocos luchadores contra todas las formas de la cultura represora descansan, pero nunca en paz. La paz llegará cuando nos cansemos de seguir luchando por Justicia y Dignidad.
Querido amigo: sé que descansás, pero también sé que no será en paz hasta que niñas y niños, cumpitas nuestros, puedan ser niñas y niños con niñez. Así será.
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