Por Gustavo Robles
Mucho más pavor me causan las jaurías linchadoras, retrógradas y fascistas, que ser víctima de un delito común.
Sinceramente no tengo un buen concepto de la especie humana. Teniendo en cuenta el rol que ha asumido desde su aparición sobre la Tierra, tengo muy en claro que su influencia en el equilibrio de la naturaleza ha sido y sigue siendo, cada vez más, nefasta. El modo de producción capitalista ha exacerbado la capacidad que siempre tuvo de modificar su entorno, a tal punto de estar en condiciones de llevarla hasta su propia destrucción y la del planeta mismo.
Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, creo que se pueden abrigar esperanzas en que eso puede cambiar. El ser humano también es capaz de actos de profundo altruismo, de arrojo, de solidaridad, de amor al prójimo y a la naturaleza.
Somos parte del reino animal, pero nos diferenciamos del resto de las especies porque fuimos los únicos que pudimos desarrollar inteligencia y por lo tanto, cultura. No sólo logramos modificar el medio en el que vivimos para nuestro beneficio, sino que creamos reglas de comportamiento entre nosotros que, aunque no lo parezca, y con las contradicciones que ello conlleva, fueron evolucionando desde nuestra etapa salvaje hasta el presente.
Ninguna sociedad avanzada pensaría en el presente que es algo correcto y civilizado el sacrificio humano. Ninguna aprobaría la tortura, la esclavitud, ni algo parecido al Circo Romano, ni “juegos” que signifiquen perder la vida para aquellos que fuesen derrotados.
Sin embargo, hoy, aquí, en este país llamado Argentina, algo está pasando que contradice lo antedicho y la evolución de la especie. Algo que evidentemente se ha estado incubando por años, y que muestra una involución que jamás esperé presenciar.
Alguna vez Bertolt Bretch acuñó aquella impecable frase “No hay peor fascista que un burgués asustado”. Y cuánta razón tenía el camarada. Pero se quedó corto. Vivimos en el sistema que precisamente han modelado los burgueses. Y sus concepciones, su matriz cultural, están desparramadas como consciencia colectiva en el resto de los seres humanos que nos desenvolvemos en la sociedad por ellos forjada. Por lo tanto, culturalmente, todos, de alguna manera, reproducimos sus ambiciones… y sus temores. La propiedad privada condiciona todas las relaciones humanas, está por encima de todo lo demás. Hoy, en estas tierras, las personas son lobos de personas. Ver hordas de gente “honesta” actuar como jauría enfurecida sobre la humanidad de otro individuo de su misma especie, por considerarlo un delincuente, sin ningún proceso “civilizado” ni derecho a defensa alguna, es el peor retroceso en la consciencia que he visto en mis años de vida. Sujetos que se quejan de la “inseguridad”, pero cometen el acto que más viola la seguridad civilizatoria, que es moler y hasta matar a golpes a un ser humano sólo porque “alguien dijo” que había cometido un delito, porque ese alguien o un conjunto de “alguienes” se toma la atribución de ser la “patota aleccionadora”. Entonces, cuando un grupo le pega a un individuo, cualquiera puede meterse, sin preguntar por qué, a ser parte de la obra de terror del linchamiento. Salvajismo puro, ni siquiera llegan a bárbaros.
¿Con qué autoridad ética pueden esos individuos reclamar y exigir leyes “civilizadas” para aleccionar a la delincuencia, si ellos no son civilizados y están delinquiendo?
Y me pregunto:
- ¿Cuántos de esos “justicieros” de pacotilla son los que se quejan de los piquetes de los hambreados del sistema, y esgrimen como “excusa” eso de que no se puede coartar el “derecho a transitar”, poniéndolo por encima del de alimentarse… ¡cuando ellos ponen a la propiedad privada por encima de la vida humana!
- ¿Cuántos de esos linchadores de supuestos o efectivos ladrones, compran bienes robados para satisfacer sus egoístas ambiciones y necesidades?
- ¿Cuántos se quejan de los violentos barras bravas que asolan el mundo del fútbol?
- ¿Cuántos de ellos pagan coimas, cobran coimas, manipulan el valor de sus propiedades, falsean lo que ganan, negrean, explotan?
- ¿Cuántos venden a sus compañeros de trabajo para obtener beneficios?
- ¿Cuántos simplemente se callan la boca, miran para otro lado o no tienen los cojones o los ovarios suficientes para enfrentar a los ladrones de guante blanco?
- ¿Dónde están las hordas ajusticiadoras de todos aquellos “señores” que vestidos de traje y corbata, detrás de costosos escritorios ubicados en aún más costosas oficinas, representando los intereses de grandes empresas se han llevado y se llevan todo lo nuestro, robándonos día a día?
La actitud de las hordas linchadoras reproduce y multiplica absolutamente la reacción del burgués asustado… por miles. Es fascismo y barbarie en su más puro estado. Son responsables los que han dirigido esta sociedad durante décadas, aportando a las concepciones individualistas y egoístas que sostienen y fomentan al modo de producción capitalista, en contraposición con la necesaria e imprescindible fraternidad humana. Cabeza de playa fundamental fue la Dictadura Genocida, cuyos efectos sociales aún se hacen sentir, evidentemente. Desde entonces, ha emergido en ocasiones o se ha mantenido latente el gen fascista. Este gobierno no es menos responsable que los anteriores en la creación de esa “consciencia” degradante: ¿qué puede esperarse de una sociedad a la que incitan al consumismo, al mismo tiempo que millones quedan fuera de la posibilidad de consumir? ¿qué, de los que ven desde la miseria cómo se enriquecen aquellos que los condenan a ella? ¿qué, de los que saben de la impunidad de los de “arriba”?
No vi a los linchadores de ladrones de carteras salir en manada a ajusticiar a los que les están pagando a Repsol la monumental cifra de 5000 millones de dólares más intereses por habernos vaciado de petróleo. No los ví tampoco asumir el papel de “héroes” contra los que están pagando una deuda que no debemos al sistema financiero imperialista que nos la provocó. No los veo ir a las oficinas de las 380 empresas extranjeras que más facturan y que más riqueza se llevan de nuestro país. No los veo defendiendo a los pueblos originarios cuando son corridos a tiros de sus tierras ancestrales. No los veo codo a codo con los ambientalistas que tratan de impedir la degradación de nuestro medioambiente por parte de corporaciones multinacionales.
No los veo actuar en jauría contra los ladrones “de arriba”, esos que modelan esta sociedad que genera los marginados de abajo.
Creo que aquellos que delinquen deben pagar sus delitos. Pero quiero que paguen todos los delincuentes, y que su condena tenga que ver con la proporción de sus faltas. No me cabe duda que el ladrón de gallinas paga por lo que no lo hacen empresarios y funcionarios que nos roban todos los días y causan las inequidades que vivimos. Eso hay que cambiarlo. Pero hay que cambiarlo dentro de un marco civilizatorio de respeto al ser humano, a la especie humana, porque eso es en esencia lo que nos diferencia de los animales. Es evidente que el modo de producción capitalista nos lleva en camino contrario. A este nivel de degradación nos ha llevado el “capitalismo serio” también: diez años de kirchnerismo no han cambiado esa nefasta direccionalidad de la consciencia; muy por el contrario, la ha profundizado.
Alguna vez Rosa Luxemburgo acuñó la expresión luego inmortalizada: “Socialismo o Barbarie”. A la vista de los acontecimientos, está más vigente que nunca.
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