Por el Dr. Juan Manuel Combi
La violencia institucional se ha sumado, en los últimos años, al gran negocio de la obra pública. De qué se trata esto. Sencillo y a la vez complejo. Sencillo por cuanto a través de ella se genera empleo; complejo porque de público sólo tiene a los que viven de, por y para ella. Es difícil entender cómo algo tan cruel, e inhumano, le es útil a un montón de individuos para justificar su lugar en el mundo. Sin embargo, si uno profundiza, analizando otros fenómenos, podrá arribar a la conclusión que el modelo utilizado es similar al de otros crímenes, que también resultan crueles, y por los cuales también viven un montón de sujetos, o mejor expresado, siendo redundante en el término, individuos.
Así como las grandes corporaciones financieras crean sus fundaciones y organizaciones no gubernamentales desde donde se muestra el lado bondadoso del saqueo, al mismo tiempo que el Estado gasta sus recursos intentando mostrar su intención de perseguir el delito a través de unidades especiales que supuestamente son las encargadas de investigar maniobras fraudulentas, en donde “trabajan” un sin número de personas.
Del mismo modo que el narcotráfico utiliza similar lógica, con igual intervención estatal, a lo que debe sumársele la inmensa propaganda destinada a la lucha contra la droga y la gigante maquinaria destinada a la rehabilitación de consumidores, “ocupando” una cantidad importante de individuos. La violencia institucional ha generado el mismo proceso.
Desde el discurso de la lucha contra la violencia institucional, han nacido leyes, tratados, organizaciones no gubernamentales, y unidades especializadas que la investigan. Todo un gran logro de la democracia si sólo observamos la letra escrita.
Pero lamentablemente, a la letra hay que sumarle el barro. Y es en el barro donde vemos otra cosa. Lamentablemente, las conquistas de los verdaderos e históricos luchadores se han transformado en un gran negocio.
En la actualidad, en Argentina vive mucha gente de la violencia institucional, y no sólo me refiero a los que la ejercen de manera activa, sino también los que supuestamente la combaten. Aquellos que flamean la bandera de la violencia institucional han logrado algo impensado, pero no por ello irrealizable: el Estado que genera violencia, controla su propia violencia, y lo que no resulta menor, hace vivir de ella a una cantidad considerable de individuos.
Mientras las fuerzas de seguridad siguen creciendo no sólo en número, sino también en abusos, mientras siguen muriendo los pibes por gatillo fácil, y los desaparecidos nos interpelan día a día; el Estado despilfarra recursos creando procuradurías y órganos desde donde supuestamente se combate la violencia institucional.
Maquinarias asombrosas que recopilan un sin número de datos exponiendo las famosas estadísticas que se vienen recolectando desde hace años sin otro fin que no sea mostrar que el Estado está al tanto de lo que está ocurriendo. Abogados, sociólogos, trabajadores sociales, psicólogos, empleados al servicio de la nada misma. La violencia institucional generando empleo cual obra pública sin sentido.
El Estado que se muestra presente para esconder su verdadera ausencia en una deuda que no está saldada, y que no lo estará hasta el día que definitivamente la ética triunfe sobre el bolsillo y no haya quien se preste a emplear sus capacidades mostrando que algo se está cambiando para que no cambie absolutamente nada.
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