Por Alfredo Grande
Para vos, Alberto Morlachetti, el amado “Morla”, hasta que volvamos a encontrarnos…
(APe).- No deja espacios vacíos. Su ternura, con la que nunca dejó de asegurarse la victoria, no deja hendija sin cubrir. Su obra es haber podido construir lo que yo denomino "Cultura no represora". Sostuvo uno de los trípodes necesarios de la implicación: maestro, amigo, compañero. Maestro porque enseñó con su palabra y con su ejemplo. Que eran una cosa y la misma cosa. Hacía lo que decía y decía lo que hacía.
Es Maestro porque nunca dejó de ser alumno de esos niños a los que les descongeló el alma. Alumno, porque nunca perdió la capacidad de aprender y entonces nunca perdió la capacidad de enseñar. Amigo, porque podía criticarte de frente y con dureza; pero luego te enterabas de que, con dulzura, te elogiaba a tus espaldas.
Amigo, pero no cómplice. Por eso soportó traiciones. Porque los 30 dineros siguen cotizando en la bolsa de los rencores y las envidias.
Compañero, porque siempre estaba a nuestro lado, bien cerca, quizá apenas adelante, de todos los que supimos que su causa era nuestra causa. El Hambre Es Un Crimen, grito desgarrado que no ha podido conmover a los sordos por naturaleza. Odiaba a los burócratas de escritorios estériles y sillas calientes. Acompañaba siempre a los que no perdieron el don de llorar los dolores ajenos. Tuvo varias derrotas, pero nunca un fracaso. Porque el fracaso es derrotarse a uno mismo. Y Alberto se venció a sí mismo, porque nunca fue por todo, pero siempre fue por un poco más. Un poco más de comida, de abrigo, de esperanza, de amor…
Pero el poco de Alberto era mucho, demasiado. La indiferencia, la incomprensión, el cálculo del bobo oportunismo, lo dañaron. Su Obra y los que sostienen su Obra supieron siempre que amor con amor se paga. Pero también que no pocos confunden amor con paga.
Mientras lo acompañaba en su dolor que siempre estuvo atravesado por su alegría y su bello humor, me autoricé a leerle El Poema de los Dones, de Borges. Recordaré siempre la mirada atenta y cariñosa con la cual escuchaba mi emocionada lectura. Su última estrofa dice: “Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido” ¿Alberto o Alfredo? Yo también estoy acorralado por esa pálida ceniza vaga.
Quizá haya sueño. Pero no habrá olvido. Alberto seguirá siendo mi maestro, mi amigo, mi compañero. Con ternura venceremos, nos enseñó para siempre.
Y con esa misma ternura, seguirá venciendo.
Hasta la ternura siempre, siempre, siempre... querido Alberto.
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