Por Alejandro Morlachetti
(APe).- Alberto es Pelota de Trapo y es el Movimiento de los Chicos del Pueblo. Alberto es mi Papá. Es Beto. Es Mi Viejo.
Mi Viejo amaba jugar conmigo y yo amaba jugar con él. El era un niño encerrado en un cuerpo de adulto. Trazábamos las mejores pistas de autos, éramos capitanes de flotas de barcos en nuestras batallas navales, yo era su copiloto que cantaba las señales de tránsito en los viajes a la costa, éramos buscadores de agua y tesoros en los bosques de Valeria del Mar, éramos legendarios jugadores de fútbol en nuestros duelos de cabeza con la redonda de goma en la playa y amábamos el mar. El mar siempre tendrá para mi sabor a él.
A mi Viejo le gustaba escucharme. Me pedía una y otra vez que le relatara mis historias de niño sobre los árboles que había que cuidar porque si no sufrían y que nos hablaban a través del viento. A mi Viejo le gustaba que le preguntara. Yo adoraba escucharlo hablar de política, religión y de un mundo diferente. Mi Viejo fue el Menotti del equipo de fútbol de mi equipo de la escuela (la semilla que creó Casa de los Niños). Mi Viejo era un mágico animador de mis fiestas de cumpleaños. Fue mi maestro de tute cabrero, póker, generala, ping pong. Mi Viejo me abrazaba sin límites. Yo amaba sus manos y creía que las manos de todos los demás papás tenían dedos demás. Mi Viejo sabía que yo quería volar y me despedía cada noche diciéndome que soñara con los angelitos y que volara sin alas.
Mi Viejo no era un santo. Era un ser humano caprichoso, terco, intemperante, narcisista, depresivo, hipocondríaco, duro con sus enemigos, y profundamente rencoroso. Odiaba perder a todo y hacía trampas (cualquiera que haya jugado con él a cualquier juego se debe reír al leer esto). Fue un pésimo esposo de mi mamá y no precisamente un típico papá. Nunca me cambió un pañal, nunca hizo un asado, una comida, nunca puso una mesa. Creía que la banana venía pelada, el té ya venía caliente en taza y la comida obviamente ya servida en un plato.
Mi Viejo me educó en la rebeldía a través de las historias de la resistencia de la aldea gala de Asterix y Obelix, que se resistían al imperio romano. Mi Viejo me educó en el ejemplo, en esa ceremonia privada de a dos, donde con sus ojos llenos de lágrimas tuvo que quemar libros, luego de una visita terrorífica de uniformes armados a nuestra casa, en una día oscuro y aciago para que nunca me olvidara y nunca dejara que alguien nos volviera a arrebatar la libertad. Mi Viejo se resistió a que la escuela de la dictadura me cortara mi pelo largo y ante los ojos desorbitados de la directora la desafiaba preguntándole si ella se hubiera animado a cortarle el pelo largo a Jesús, San Martín y tantos otros. Mi Viejo era mi héroe.
Y un día Mi Viejo, dejó de ser sólo mío. Empezó a ser de muchos. Ahora era El Viejo. De aquellos chicos que con mi misma edad rescató de una segura muerte y que trajo a mi casa… y luego se fue con ellos. Mi sacrificio era muy grande. Ahora repartía sus juegos, palabras, y caricias con muchos otros. Tuve que aprender a ser militante social para volver a tenerlo cerca, para recuperar aquello que ya tenía. Tuve que dejar de ser hijo único, para abrazar a nuevos hermanos. Tuve que adoptar a Pelota de Trapo como una segunda casa para ir a buscar sus abrazos y para escuchar sus historias.
Alberto era un hombre culto, brillante, intuitivo, por momentos genial. Era un arquitecto de almas y edificios. Un malabarista de las palabras. Un realizador de utopías. Un hombre que creía profundamente en la justicia social, en Latinoamérica, en el pan compartido, en la educación popular, en la revolución que hiciera trizas la opresión del pensamiento único, de la dictadura de las armas y de la economía. Alberto ha sido coherente.
Mi Viejo ha sido mi referencia. No hay un Alejandro sin un Alberto. En nuestra dialéctica, en nuestras diferencias y similitudes, nos definíamos el uno al otro.
Me siento tan Huérfano, y me siento también tan acompañado por cada uno de ustedes que amaron y cuidaron a El Viejo. Mi sacrificio de compartirlo fue muy doloroso, pero no daría un paso atrás porque el Viejo estaba destinado a ser de todos.
A cada uno de ustedes que les dio un sentido de vida, que lo sienten como su papá, como su abuelo, como su hermano, como su guía. Hagan que valga la pena. Siembren a Alberto en todas la tierras de Latinoamérica para que nunca más un chico se vaya a dormir con su panza llena de hambre, su cuerpo necesitado de caricias y su alma sin destino.
Con ternura venceremos.
Te amo y te voy extrañar mucho Papá.
Tu Alito.
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